De entre dos centenares de candidatos, la investigadora coruñesa Cristina Blanco ha sido uno de las poco más de diez seleccionados que pasarán a engrosar las filas de la Academia Joven de España, con el fin de adherirse a uno o varios grupos de trabajo con los que aplicar el potencial de la investigación a la eliminación de las barreras sociales, políticas o de género. La doctora -actualmente investigadora principal del proyecto Horizonte 2020 de la Unión Europea (UE) Navegando Schengen: desafíos históricos y potencialidades de la libre circulación de personas en la UE, 1985-2015 en la Universidad de Pittsburgh- es experta en historia de la movilidad y la integración europeas. Blanco advierte de la factura para la cohesión territorial que puede haber supuesto la crisis del coronavirus, y llama a mirar al pasado para encontrar soluciones a los desafíos del presente.

Ha sido uno de los trece seleccionados por la Academia Joven de España, entre cerca de 200 solicitantes.

Me sorprendió lo complicado que fue. Cuando eres un candidato no sabes cuántos solicitantes son, así que uno no conoce la dificultad hasta que te comentan cómo fue el proceso. Ha sido una alegría muy grande.

Es un concurso para gente joven, pero la edad media de los nuevos miembros es 39 años, ¿continúa habiendo prejuicios contra la juventud en el área investigadora?

Si la edad media son 39 años quiere decir que sigue costando demasiado llegar a ser independiente e investigador principal. Debería llegar antes. En España nos cuesta llegar a tener una autonomía y una capacidad de liderazgo, y en Alemania se empieza también muy tarde. En otros países, gente mucho más joven está en puestos mucho más avanzados de la carrera académica o investigadora.

¿Por ejemplo?

En Estados Unidos, creo que, si alguien tiene una gran iniciativa e ideas innovadoras, se le escucha. No hay una discriminación de edad tan grande como en muchos países europeos, sobre todo en el sur de Europa. Eso deja ver que hay otros modelos en los que lo que importa son las ideas y la edad o el género es secundario. Yo he sentido ese peso de la discriminación a las mujeres en la ciencia y el conocimiento.

¿De qué modo le ha afectado?

He tenido que hacer el triple para ser escuchada al mismo nivel. Tienes que hablar siete lenguas en lugar de una o dos, o desplazarte más. Se es siempre menor de edad. Tienes que estar siempre demostrando algo y no dejar simplemente que lo que haces sea evidente por sus resultados y por lo que aporta al debate científico. La discriminación lleva demasiado tiempo pesando en la voz y el impacto de las mujeres en la ciencia.

La adhesión a la Academia Joven es un reconocimiento ante ese esfuerzo doble. ¿Qué oportunidades le dará?

Espero que muchas y muy buenas. Lo que tiene la Academia es un compromiso de realizar proyectos. Cada uno de nosotros puede adscribirse a uno o varios de esos grupos de trabajo. Hay uno sobre mujeres en la ciencia, otro sobre ciencia en el Parlamento, realizando informes para que se apliquen en la política conclusiones que vienen desde ese campo, otro dedicado a combatir la discriminación socioeconómica desde momentos muy tempranos... Que nosotros estemos en la Academia hoy debería ser una plataforma para los que vengan después y ahora son mucho más jóvenes, porque una investigación puede ser una forma de crear el futuro.

La que realiza en la Academia Joven Global sobre Ciencia + Arte

Totalmente. La consideración social y la política tiende siempre a escuchar a la ciencia pero deja un poco de lado las reflexiones de las humanidades. Y creo que en el contexto extraordinario que nos hemos encontrado, hemos visto que hay una dimensión también humana y psicológica que no podemos obviar o nunca se resolverá totalmente el problema. Si se corta ese diálogo, es imposible tener una sociedad completamente humana.

¿Cómo lo aplican ustedes?

Dos colegas -un matemático que es músico y otro que estudia el lenguaje y realiza artes visuales- y yo, que escribo poesía y pinto, hemos hecho un experimento el año pasado en el que se ha mezclado la biología con la epidemiología y las artes clásicas. Se trasladan los resultados científicos a un lenguaje poético para intentar crear esa simbiosis y tener un entendimiento más humano de todos los fenómenos que nos afectan.

Parece un paréntesis en su actividad en la Universidad de Pittsburgh. ¿Ha reorientado sus estudios sobre movilidad europea con el coronavirus?

Ahora mismo soy investigadora principal de un proyecto, Horizonte 2020 de la Unión Europea (N avegando Schengen: desafíos históricos y potencialidades de la libre circulación de personas en la UE, 1985-2015). La idea es mirar hacia el pasado para buscar posibles soluciones en un presente lleno de desafíos por el virus. Uno de los peligros para los derechos de movilidad humana, que es en lo que se centra el proyecto, serían formas de regulación de esa movilidad restrictivas y no respetuosas de derechos y libertades individuales. El proyecto va a archivos históricos y se hacen entrevistas con personas que tuvieron esa idea rompedora de deshacer las fronteras internas de la Unión Europea.

¿Cree que cambiará la movilidad a partir de ahora?

Es pronto para decirlo, pero creo que existe una inclinación por la idea de control y la vigilancia, que se ha convertido en un modelo de negocio. ¿Cuáles son los límites éticos? Han entrado grandes corporaciones a las que se subcontrata el control de fronteras y la decisión de quién pasa o no. Se desliga de esa manera de la toma de decisiones políticas, y eso es un peligro para la democracia. Si esa es la tendencia que se va a incentivar con el tiempo, corremos un riesgo con la calidad de la democracia.

Con el virus se cerraron las fronteras y la movilidad se volvió un peligro. ¿Ha afectado esta crisis a la integración europea?

Muchísimo. Ha habido una gran división entre países del norte y sur de Europa, una falta de solidaridad dentro del proceso de integración europea, y yo creo que esa falta de solidaridad como manera de resolver problemas que nos afectan a todos se ha visto renovada con el coronavirus.

Aseguraba en uno de sus estudios que España ha llevado a cabo una doble estrategia de europeización, pero su posición sigue pareciendo débil en el conjunto de la UE.

Yo creo que es una visión que tiene mucho que ver con quién representa el liderazgo de la UE en un momento particular. Si la opción que se toma es la de una Europa núcleo en la que una serie de países con gran poder e influencia toman decisiones por el conjunto de la Unión se producen grandes asimetrías. Los ciudadanos lo pueden cambiar en las elecciones para el Parlamento, pero en ellas se participa muy poco o se hace para castigar políticas nacionales, no para pensar en el futuro de Europa en conjunto.

Los problemas están también al otro lado del océano. En Estados Unidos, donde usted trabaja, también se están viendo problemas de integración.

Sí, hay una polarización muy grande, no sé si es a nivel de estados, sino dentro de la propia sociedad. En la política estadounidense se habla muchas veces de dos partidos que se ponen de acuerdo en temas de interés nacional. Eso cada vez existe menos, hay divisiones irreconciliables y una falta de voluntad de crear algo juntos. Es un momento muy difícil, y creo que en eso podría ayudar tener un diálogo transnacional mucho más fuerte para ver cómo otros han encontrado soluciones a crisis radicales.

¿La Historia nos puede ayudar en una empresa como esa?

Yo creo que mucho, y que nos estamos haciendo daño al no mirar hacia ella. Nos acordamos de las crisis, pero no de los acuerdos y soluciones a los que llegamos para hacerlos frente. Podemos repetir la Historia repitiendo sus errores, pero podemos también repetir la Historia aprendiendo de esos momentos de crisis radicales.

¿Habla de la crisis del 2008?

Y de la crisis del 29, la extrema derecha en los años 30, la gripe de 1918? Se hace una Historia del desastre, pero no de la resiliencia y de cómo respondimos.

Una de las lecciones que parece haber dejado el coronavirus es que se debe depender menos de lo internacional y más de la producción nacional. ¿Se depende también del foráneo en materia de investigación?

Al contrario. Yo creo que tiene que cambiar la relación a una de cooperación. El problema no es la dependencia, es la falta de diálogo y que las políticas de investigación se centren en lo nacional. Nos estamos limitando a la visión de políticas científicas nacionales, pero no puede ser así, porque los grandes retos no se paran en una frontera física, son transnacionales.

La propia tarea de los investigadores ha tenido que enfrentarse durante los últimos tiempos a otros desafíos, como las limitaciones económicas. ¿Revalorizará el coronavirus la labor de su campo?

Yo lo que he podido observar es que desde los mismos gobiernos nacionales se ha escuchado a los expertos. El hecho de escucharlos y de que los ciudadanos busquen informaciones fiables creo que es una vuelta a esa idea de que el conocimiento importa y que puede mejorar la sociedad o paliar los problemas que tengamos. Mi esperanza es que nos haya abierto los ojos a ver que la ciencia nos puede ayudar, en lugar de limitarnos o controlarlos.