Aprovechando que hoy cumplo 74 años y que colaboro en la realización de esta sección desde hace muchos años, quiero agradecer su ayuda a los cientos de personas que han salido en ella durante este tiempo y de quienes así muchos de sus amigos vuelven a tener noticia, por lo que continuamente me piden por la calle teléfonos de ellos, al tiempo que me solicitan que se publiquen sus propias historias vitales, en las que cuentan sus andanzas de la niñez y la juventud, de los años en los que jugábamos en la calle con cualquier cosa, incluso con latas de conservas que atábamos con un cordel para arrastrarlas y simular que era un tren de mercancías.

De entre las muchas personas con las que he hablado en estos años, tengo que destacar a Carlos Muiños, ya que falleció recientemente sin que su historia llegara a ser publicada, por lo que, después de hablar con quienes le conocimos desde la infancia, entre los que me encuentro, decidimos hacerle un homenaje recordando lo que me había contado de su niñez en la calle Vizcaya.

En aquellos años jugábamos al che, las bolas, la bujaina, las chapas, las carreras con carritos de madera por las cuestas del barrio, las aventuras cazando cotobelos en Santa Margarita y, sobre todo, los partidos de fútbol que hacíamos en los campos de los alrededores y en la plaza de la Paz.

Tengo que destacar que con el tiempo Carlos se convirtió en un gran jugador de fútbol, ya que cuando organizábamos partidos entre todas las pandillas de A Coiramia, siempre sobresalía por encima del resto, ya que hacía por cuatro de nosotros. Acabó fichando por el Maravillas, donde coincidió con Manuel Agra, quien también era de nuestra pandilla y de la calle Vizcaya y con el que se convirtió en una figura del fútbol modesto coruñés.

Los niños del barrio íbamos a los colegios Sualva, Coca, El Despertador y el de don Rafael Vidal y al salir nos reuníamos frente a la librería de Aurorita, donde solíamos cambiar tebeos y comprar postalillas, además de petardos cuando teníamos algunos patacones que conseguíamos vendiendo chatarra en la ferranchina del barrio. Cuando abrieron en la calle una sala de máquinas recreativas y futbolines, empezamos a ir mucho a ella. Recuerdo que al propietario le llamábamos e l manco de Lepanto porque había perdido el brazo en la guerra.

La pandilla de Carlos estaba formada por Fraga, Reino, Tomé, Pardellas, Manel, Arias, Morocho, Montero, Veloso, Lagares, Santodomingo y muchos más. En verano nos juntábamos en el bar de Serafín y en el Vizcaya para ir andando hasta las playas del Lazareto o Riazor, aunque también lo hacíamos para ir a todas las fiestas que se organizaban, como las de San Luis, Monelos, Gaiteira, Gurugú y Santa Lucía, además de a bailes como Saratoga, La Granja, El Seijal, Sally y hasta el Leirón del Casino, en el que solíamos colarnos, siempre con Carlos entre nosotros, ya que no quería perderse ninguna diversión.

Su pandilla actual tenía una peña en el bar Linde, cuyo propietario, José, también es miembro de ella, al igual que Luis, Cholo, Jorge, Pilis, Cabezal, el Moro, Tatá, Gerardo, Juan Diz y Abelenda, quienes sienten la pérdida por enfermedad de quien fue su compañero y amigo, quien también era integrante de la coral del Casino.