El de Os Castros es un barrio de costumbres. Con o sin pandemia, los vecinos siguen acudiendo a sus locales de siempre. Así lo reflejan las colas ante los negocios de la zona, que han sustituido, desde la fase 2, a las esperas dentro de los establecimientos, hoy prohibidas para prevenir posibles aglomeraciones. Una circunstancia que los vecinos han asumido con normalidad, y que no les ha impedido seguir comprando su pan de siempre.

El barrio va despertando poco a poco. Lo hizo de golpe en la fase 0, cuando San Diego dejó de ser patrimonio de los vecinos del 15006 para convertirse en el lugar de paseo, deporte y reunión de residentes de otras localizaciones, que aprovecharon el buen tiempo de los primeros días de alivio del encierro para disfrutar del entorno del parque. "Al principio fue un auténtico boom, la gente salió en manada", confirma una de las vecinas de la zona, Lucía Ramos.

El panorama de nueva normalidad que dibuja hoy el entorno de los varaderos Lazareto dista mucho del aluvión de paseantes que se echó a las calles el 2 de mayo, deseoso de disfrutar del pequeño reducto de libertad permitida. Perros, dueños, ciclistas, runners (más o menos avezados, principiantes o veteranos) tomaron entonces la zona por asalto, haciendo peligrar, incluso, la sensación de seguridad que había acompañado, hasta entonces, a la población recluida en sus hogares.

Ya fuera de las fases, los vecinos que hacen uso del paseo lo recorren a cuentagotas. Aunque poco queda del ímpetu deportista de los primeros días, el barrio en su conjunto recupera la vida a poquitos, o así lo perciben sus vecinos y comerciantes, que esperaban como agua de mayo la relajación de las normas para volver a funcionar. La playa de Oza es estos días el escenario favorito de las multitudes, un lugar en el que la preocupación con respecto al Covid 19 se disipa, momentáneamente, de las cabezas, e incluso la relajación es posible. Mientras el buen tiempo, tacaño hasta este momento, lo permita.

"El barrio está algo apagadillo, la verdad. A ver si con el tiempo se va animando la cosa. Lo que se ve es que las tiendas pequeñas van recuperándose un poco", aprecia Gloria Mera, propietaria de la peluquería Gloria. Que la desescalada haya dado cierto empujón al pequeño comercio siempre es una buena noticia, aunque la vuelta de la clientela ha sido asimilada de forma desigual en función de cada negocio. Desde luego, las cifras no se asemejan, en absoluto, a las de otros años en la misma época, por lo que cabe esperar un verano poco desahogado en lo económico.

"Hay un poco de bajón. Los mejores meses son junio, julio y agosto, pero este año, al no haber bodas, bautizos ni graduaciones, está siendo un poco raro", aprecia Gloria Mera. "Veo a la gente un poco más triste y, quizá, un poco más agresiva", apunta otra vecina, Carmen Andrada. Pese a todo, y aunque los ánimos no sean los mejores y vaya a costar, en algunos casos, recuperar la despreocupación pre-pandémica, el vecindario se esfuerza por volver a ser el que era.

La vuelta de la barra de los bares, en la fase 3, dio aire a aquellos locales de hostelería, mayoritarios en el barrio, que tuvieron que renunciar a la apertura y aguardar pacientemente a la relajación de las restricciones al carecer de terrazas. Los que sí disponían de mesas fuera abrieron casi desde el primer momento y experimentaron cierta recuperación antes que nadie, al poder beneficiarse, además, de la permisividad a la hora de ampliar sus lindes para que los aforos reducidos no impidiesen, al menos, cubrir gastos.

Mari Cruz Rial fue de las que hizo uso de la virtud de la paciencia, pues mantuvo echada la persiana del bar Mosquera hasta que estuvo segura de que podría volver a trabajar al máximo rendimiento. Incluso hasta entonces, se impuso cierta dosis de prudencia. "Al principio íbamos a esperar, pero en la gestoría nos recomendaron abrir. Estoy encantada de haberlo hecho", asegura.

Gloria Mera - Peluquería Gloria

"Quitamos sillas y solo usamos un lavacabezas"

La peluquería Gloria funciona desde la fase 0 de la desescalada. Aunque la cita previa no constituyó una novedad para el negocio, su propietaria, Gloria Mera, tuvo que introducir ciertas variaciones en su funcionamiento para adaptarse a la normativa. "Tenía tres tocadores y ahora uso dos, quité sillas en la sala de espera, guardo la ropa de los clientes en bolsas cuando vienen, solo usamos un lavacabezas€", resume. Aunque reconoce que en los primeros días reinó el estrés debido al trabajo acumulado y las continuas desinfecciones, admite que tanto ella como los clientes se han acostumbrado a la nueva realidad: "La gente respondió muy bien".

Lucía Ramos - Vecina

"Veo mucho comercio y bares cerrados"

Lucía Ramos frecuenta habitualmente la playa de Oza y el parque de San Diego, y en estos meses ha podido ser testigo de las variaciones de afluencia que sufrieron las zonas más codiciadas del barrio. "Se ha activado todo un montón, pasó de no haber nadie a estar lleno los primeros días, yo lo entiendo", señala. Pese a que aprecia que los ánimos generales se van levantando conforme pasan los meses, reconoce que los efectos económicos derivados de la crisis sanitaria han empezado a dejar cierta huella en el barrio. "Veo mucho comercio cerrado, muchos bares tampoco abrieron y hay mucha cola en los bancos y cada vez menos oficinas", apunta.

Mari Cruz Rial - Hostelera

"Saqué mesas, pero la clientela ha vuelto"

Mari Cruz Rial no ha parado desde que decidió reabrir el bar Mosquera hace poco más de dos semanas. Aunque en un primer momento su intención era la de esperar a que la normalidad se aposentase en la zona, no se arrepiente de su decisión. "Por la mañana se trabaja muy bien, a mediodía también porque damos comida y tapas, y luego por la tarde la gente marcha sobre las 20.00 horas". Confiesa estar "encantada" con la respuesta de su clientela, que ha regresado fielmente al local pese a los cambios que la hostelera tuvo que hacer en el mismo: "Saqué mesas y la barra está sin taburetes, pero la clientela ha vuelto casi toda".

Carmen Andrada - Vecina

"Hay un montón de gente sin mascarilla"

Carmen Andrada, vecina del barrio, tuvo que enfrentarse a ciertas situaciones desagradables en los momentos iniciales del confinamiento, cuando el pisar la calle era una opción de pocos. "Yo salía con el perro y me insultaban desde las ventanas", recuerda. Y eso que la de pasear a la mascota era una de las excepciones permitidas al encierro. El confinamiento agrió el temperamento de muchos, pero, para Carmen Andrada, los más son los que parecen haber olvidado lo dramático de la situación. "Hay un montón de gente sin mascarilla, no hay más que echar un ojo a las terrazas, es algo que no comprendo", reconoce.

Lilibeth arias - Vecina

"La gente estaba deseando salir a tomar algo"

"Creo que la gente se está comportando bien, por lo general se siguen las normas", aprecia Lilibeth Arias. La vecina del barrio admite, con todo, que existen excepciones, ya que siempre hay quien se relaja demasiado y olvida ponerse la mascarilla. "Y como haga un poco de sol, ya se quitan todo", añade. Por su parte, observa que a Os Castros el despertar le ha sentado bien, ya que ha insuflado ánimos en sus residentes, sobre todo con la vuelta a la actividad de los locales de hostelería. "La gente estaba deseando salir a tomar algo a una terraza, y se nota. Hay mucho movimiento", considera.