Un archivo, bien cuidado y correctamente interpretado, es un tesoro. Nadie lo sabe mejor que sus trabajadores, capaces de calibrar como nadie el valor que reside en cada documento, cada expediente, plano o mapa que conforman sus fondos. El del Reino de Galicia es, probablemente, el archivo más conocido por los coruñeses, cuya cronología amplísima de fondos es capaz de impresionar incluso a los menos iniciados. Pero hay muchos más. Y es que es un sector sobre el que pesa, en ocasiones, el hándicap de la oscuridad y las puertas cerradas. Pocos conocen realmente la naturaleza de las piezas que se esconden tras los muros de los edificios que los guardan, las cuales, correctamente interpretadas y si se las dota adecuadamente de contexto, pueden ayudar a componer como nadie la idiosincrasia que conforma hoy las sociedades que conocemos.

"Queremos convencer a los ciudadanos de que el archivo es un valor eterno, no queremos que nos vean solo como algo antiguo, que lo somos, pero con un pie en el futuro y otro en el pasado", responde tajante la directora del Archivo Provincial, Carmen Molina Taboada. La institución provincial se ha propuesto terminar con el tópico del hermetismo y ha puesto en marcha la iniciativa Documento del mes, a través de la que liberará mensualmente en redes sociales un documento de sus fondos, dotado, claro está, de su obligada explicación.

Y de contexto, la parte fundamental de toda buena divulgación. "Somos conservadores, cómo no vamos a serlo. Pero aparte de conservar, queremos difundir y enseñar. Conservar y compartir", resume Molina Taboada. Dicho y hecho. Y es que los documentos elegidos para ver la luz cada mes no tienen nada de azaroso o casual. Están escogidos, de uno u otro modo, para ahondar en su vigencia y en los ecos en el presente de los tiempos que consideramos pasados. Y para que podamos darnos cuenta de que, en cierto modo, no estamos tan lejos de nuestros ancestros.

Pandemias y vacunas pasadas

Es una incógnita, por ahora, cómo se contará en tiempos futuros el confinamiento que hemos vivido en pleno siglo XXI. La palabra "pandemia" sonaba, hasta hace poco, a ficción o a un pasado lejanísimo y que raramente podría replicarse en nuestros tiempos. Pero, como demuestran los archivos, todo es cíclico. En el siglo XIX, el cólera asolaba la ciudad de A Coruña con casi 300 víctimas diarias, una crisis sanitaria en la que se erigió como heroína una figura que, quizá, debería tener en la ciudad más trascendencia de la que se le reconoce hoy en día.

Juana de Vega, condesa de Espoz y Mina, mujer culta y progresista, dedicó los recursos materiales y sociales de los que disponía a evitar que la huella de la epidemia hiciese más estragos de los inevitables. "La beneficencia era una de sus dedicaciones, pero no con la connotación que conocemos ahora. No era una señora de bien que quería estar entretenida, ella estaba realmente entregada a la causa", explica la directora del archivo.

Su labor frente al hospicio y el hospital, de cuyo funcionamiento se encargó, fue de tamaña envergadura, que las autoridades de la ciudad se vieron en la obligación de manifestarle su gratitud. Así lo refleja un Acta de Diputación de 1854, que deja patente su imprescindible aportación sin ánimo de lucro, como refleja el hecho de que rechazase, más tarde, el título de Duquesa de la Caridad con grandeza de España que el Gobierno quiso otorgarle.

A ella dedica el Archivo Provincial su documento de mayo, una carta manuscrita de Juana de Vega en la que quedan patentes ciertos rasgos de su personalidad, además del compromiso para con la labor social que desempeñaba. "Hay un hombre muy rico, el señor Lema, que deja un legado enorme a la institución provincial para entregar dotes a niñas de la inclusa o con pocos recursos, un patrimonio que Juana de Vega se encarga de gestionar", explica Molina Taboada.

En la misiva, la condesa de Espoz y Mina se encarga de dejar claro por activa y por pasiva que el destino de esa suma, pese a toda circunstancia, sería el de sus beneficiarias naturales y que no quedaría, en ningún caso, a disposición de la institución. "Ella era muy exigente con el dinero, deja muy claro que, si algo le pasase a ella o a las chicas, el dinero no debía perderse. La experiencia le había enseñado que su labor directa era mejor que la burocracia del proceso", estima la directora.

No fue esta, ni muchísimo menos, la única vez que el mundo entero se vio sitiado por el enemigo invisible. Un siglo antes, el mal a batir era la viruela, y dos años antes del nacimiento de Juana de Vega, la ciudad de A Coruña puso su granito de arena en la contienda. En noviembre de 1803, Francisco Balmis partía del puerto de la ciudad en la corbeta María Pita con una enfermera coruñesa, Isabel Zendal, y 21 niños expósitos que portaban en su sangre la vacuna con destino a las Américas. "Es la primera expedición humanitaria de la historia, hay pocas dudas. Fueron meses de trabajo intensivo para preparar la expedición, porque los niños tenían que haber pasado la enfermedad, pero no podían ser inmunes", señala Molina Taboada.

Los nombres de los pequeños héroes de la viruela, que llevaron con éxito y, lo más importante, con vida, la vacuna a América, constan en el registro de la inclusa de entonces, con sus cortos bagajes y sus dispares destinos garabateados en libros con letra apurada de funcionario. Francisco Antonio, Manuel María, Martín, Clemente de la Caridad y el resto de los niños coruñeses que emprendieron el viaje tienen, bajo su nombre y circunstancias, una anotación que les distingue del resto, en la que consta que fueron la pieza clave y silenciosa que cambió el destino de parte del mundo.

La experiencia del encierro

Si algo ha caracterizado estos meses de pandemia es el encierro obligatorio, una coyuntura que pocos habían tenido que padecer por iniciativa propia y durante la que más de uno tuvo tiempo de reflexionar ampliamente sobre diversas cuestiones. A ello debe su pertinencia el documento del mes de abril, el proyecto de una cárcel de Betanzos que no llegó a construirse pero que estaba concebida alrededor de tres premisas que hemos tenido muy presentes estos meses: reflexión, encierro y aislamiento.

"En el siglo XVIII crean este modelo de cárcel celular, pensado para que el penado recapacitase a base de estar aislado mañana, tarde y noche. Terminaban totalmente asociales", explica Carmen Molina Taboada. Esta tipología de penal, ideada a través de una estructura geométrica de celdas orientadas hacia una torre de vigilancia omnipotente, desde donde los funcionarios podían observar sin ser observados por los reclusos, terminó desapareciendo con el tiempo por lo inhumano de su sistema, aunque no fue ese el motivo por el que finalmente el proyecto de Betanzos no prospera.

"No se lleva a cabo por su precio, costaba más de 700.000 reales. El arquitecto ya lo avisa en su día, la ley dictaba que las cárceles tenían que ser así pero que iba a ser muy cara", revela Carmen Molina Taboada. Como ejemplo, quedan estructuras como La Modelo de Madrid, con una metodología que dista mucho de la inicialmente concebida y el propio plano del proyecto, firmado por el arquitecto provincial Faustino Domínguez. "Los intelectuales de la época, como Ramón de la Sagra o Concepción Arenal, no eran partidarios de este modelo. Querían un sistema penitenciario educativo y que dotase de una mayor calidad de vida a los presos", apunta la directora.