Una de las primeras cosas que Manuel Arenas hizo al adquirir el nuevo local para su librería fue sacar la cinta métrica. Cogió un metro que tenía a mano, salió a la puerta de su tienda, y midió la distancia hasta la que será su nueva entrada. Lo que separa ambos espacios son solo 85 centímetros, aunque también muchos años de historia, y una larga cola de clientes con el camino aprendido en los zapatos en lo que a comprar una novela se refiere. Muchos tendrán que reconducir sus pasos ligeramente, desconcertados al menos las primeras semanas, al ver que su comercio de siempre se ha desplazado al edificio colindante.

La librería Arenas, tradición donde las haya en el Cantón Pequeño, ya no volverá a lucir sus libros en el escaparate del número 25. Su dueño despachó ayer sus últimas historias en el que ha sido su hogar desde los 90, cuando colgaba el característico rótulo verde y blanco de la fachada. Desde entonces, han sido pocos los paseantes que no se han detenido en su vitrina para ver las novedades, o que no han buceado entre sus páginas en la espera del próximo autobús. A partir de este lunes, tendrán que hacerlo en la misma vía, pero a la altura del 26, donde Arenas ha vuelto a colgar, como inicio de una nueva etapa, el cartel de su librería.

"El anterior local era de mis hermanos, y yo les pagaba una renta. Decidimos repartir la herencia y una empresa ha comprado el edificio, así que me puse a buscar uno cercano", explica el dueño, que se declara "ilusionado por empezar en una librería nueva". Asegura que contará con un espacio "similar", aunque algo "más estrecho", y con el aliciente de disponer de dos entradas. Una será en la vía de siempre, el Cantón Pequeño, pero la otra estará en la calle Arévalo, que ha decorado con vinilos de obras como la Biblia Kennicott.

En el interior, adornarán las paredes citas de autores como Rosalía de Castro, Groucho Marx o Arturo Pérez Reverte. Durante los años que ha pasado tras el mostrador, Arenas ha conocido a creadores similares, como Vargas Llosa y Camilo José Cela. "Pocas librerías pueden presumir de haber tenido la visita de dos premios Nobel", dice orgulloso el propietario, que fecha los encuentros en el 21 del Cantón Grande, otra mudanza que experimentó la firma Arenas. Fue su padre, en el 48, el que inició la saga en la librería Porto, para pasar luego a la Cervantes y al negocio que bautizó con su apellido en el Cantón, donde compró el establecimiento a dos hermanos sin herederos.

Manuel Arenas, por tanto, creció entre papel y tinta. La disfrutó y también la sufrió, como cuando, ya en el local que hasta ahora exhibía su rótulo, batalló con tres inundaciones que anegaron la librería. No le cuesta evocar la pesadez de los pies mojados por el agua, que se arremolinó en el interior del espacio, ni su aspecto "como Venecia". Aguarda que, con la última vuelta de llave, queden dentro del recinto todas las desgracias, y solo se trasladen las palabras y la suerte de un negocio con historia.