Aunque nadie me lo pida, al comienzo de estas líneas les doy mi posición actual: meridiano 8, Oeste, de Greenwich, en La Coruña, con vistas al mar donde me baño, aunque con día gris como muchas mañanas de este rincón de España donde Hércules luchó, según la leyenda, contra gigantes y seguramente también contra elementos climáticos que no dejan de ser bravos, en ocasiones, por estos lares. Ya les queda mi posición geográfica; la emocional me permito también describirla: suena en mi transistor Radio Clásica. Las ondas traen notas ya alegres y refrescantes o pesarosamente bellas, como el frío mar cercano donde meto los pies, como la pena que hoy me embarga: la muerte del trompetista principal de la Orquesta Sinfónica de Galicia, John Aigi, un ser en plenitud de vida familiar y artística, un hombre que aquejado de cáncer nos transmitía esperanza, un músico que como muchos otros -aunque en su caso alcanza mayor mérito- se puso a tocar la trompeta en plena pandemia, desde el balcón de su casa, sacando a la calle variadas piezas clásicas y hasta un pasodoble, como queriendo torear la muerte, sin temer la suya cerca.

No olvidaremos los solos impecables, virtuosos, de John con la orquesta ni su humana capacidad para envolver todo con música, para ser artista, de los pies a la cabeza.

Escucho Radio Clásica. Sintonizo el programa Vistas al mar, música que es paisaje del alma, con melodías en oleada o lentas subidas de marea, que ahora son de pena incontenible, de dolor para una familia cuyo padre fue llevado por la mar "que es el morir", como decía el poeta. No sé si será casualidad o sobrenatural coincidencia pero suena ahora el Stabat mater, de Vivaldi, una composición vocal que interpreta el dolor de una madre por el hijo muerto.

Otro programa de Radio Clásica tiene nombre tan poético como ecológico: Atriles entre los árboles. Me lleva a imaginar y sentir esa música profunda que emana de nuestro ser conectado con la naturaleza, de donde venimos y a la que llamamos madre. ¿Qué es una orquesta de cuerda sino garganta de los árboles sonando? Bajo ellos la vida entona su eterna melodía acompasada por el ritmo de las estaciones.

Quisiera que la foto de este artículo fuese un homenaje a ese músico norteamericano que echó el ancla en La Coruña e hizo sonar la sirena de su pecho musical a través de la trompeta. La pintura que contemplamos es obra de un artista coruñés: Francisco Llorens, discípulo de Sorolla, que ni en verano daba descanso a los pinceles, antes al contrario, desde su casa en Sada, cogía los bártulos de pintar y salía a retratar la melodía marina y de paso nuestra alma reflejada en rocas y olas, en pinos y nubes altas.

Escucho Radio Clásica, conmigo va a todas partes, por eso tengo cerca melodías que son el hilo musical de horas buenas y menos buenas, de momentos en que la alegría que me embarga la describen notas que parece son interpretadas para mi. Lo mismo ocurre en momentos bajos en que la palanca de la belleza sonora me eleva y me transporta a paisajes emocionales que otros vivieron y sintieron como yo.

Quiero despedir al músico mirando el paisaje sereno pintado por Llorens con el viento en calma, y el sol entrando a poniente, como una trompeta con sordina, la de John Aigi que se fue sin dejar de tocar para todos nosotros. Descanse en paz.