Son dos en Automoción; lo que no supone, en absoluto, un problema para ninguna. Marta Lago se crió en el taller de su padre y a los doce años ya pilotaba un kart. El año pasado se estrenó también sobre la tierra de los rallys en el Nacional de Curtis. Pese a que entró a la titulación con unas nada desdeñables nociones de mecánica, no es la primera vez que se la cuestiona por su género. Tampoco cuando se pone al volante. "En un campeonato me dijeron que había gente que no había ido porque no querían correr contra mujeres", recuerda. De alguna empresa tuvo que escuchar que, pese a sus más que suficientes conocimientos, "al ser mujer, no tienes las aptitudes necesarias". Con todo, y pese a alguna mala experiencia, cuenta con los dedos las veces que sus compañeros de clase o carretera la han hecho de menos o tratado diferente. "No suelo tener problema. Me he cruzado con tres personas retrógradas, el resto es gente normal. Tengo fe en la humanidad", asegura. Su compañera, Marga Piñeiro, lo corrobora.

Su caso demuestra, además, que nunca es tarde para nada. Empezó sus estudios de automoción a los 36 años, y, aunque vivió en la veintena el auge del tunning, el gusanillo le picó al ver trabajar en el taller a su marido mecánico. "Nunca es tarde para estudiar y aprender", simplifica ella. Un aprendizaje que tuvo que posponer al haberse iniciado muy joven en el mundo laboral, pero del que se está llevando, asegura, gratas sorpresas. "En clase, tanto profesores como alumnos te tratan igual, no hay diferencias. Creo que la generación que viene ahora tiene más asumida la igualdad entre géneros", aprecia. En el terreno profesional, en el que probó desde el textil a la hostelería, sí tuvo oportunidad de comprobar cierta diferenciación de roles. "He hecho carga y descarga y mozo de almacén. Cuando trabajaba en textil, contrataban a chicos para trabajos de fuerza y a chicas para etiquetado. Tuve compañeras de 1,50 de altura que podían estar ocho horas cargando cajas sin ningún problema", ejemplifica.