A quien no estudia ni trabaja, le cae, como una losa, un apelativo: Nini. Un colectivo al que se tiende a homogeneizar, pero en cuyas circunstancias pocas veces se profundiza, y que, según datos del INE, el año pasado bajó del millón por primera vez desde 2005. Para los que estudian y trabajan a la vez, casi tantos como los anteriores, no hay sobrenombres. Ya hay quien, en contraposición a los primeros, los denomina Sí-sí. En contra de los tópicos que tachan a la juventud de estos días de vaga, despreocupada o victimista, el número de personas menores de 30 años que opta por compaginar trabajo y estudios crece cada día.

En 2019, al tiempo que los ninis cumplían sus registros más bajos, los sí-sí marcaban su récord de inscritos: 734.200, la cifra más alta desde 2010. Algo se mueve en el mercado laboral, pero ese algo no responde a una única causalidad. En España, la edad de incorporación al mercado laboral es una de las más tardías de Europa: a los 24 años, solo están trabajando alrededor del 37% de los jóvenes españoles. Son datos reveladores, teniendo en cuenta que la media europea de los países desarrollados se sitúa en torno al 58%.

Los ecos de la crisis de la década pasada, que llegan a nuestros días en forma de salarios precarios, inestabilidad económica y contratos temporales pueden estar detrás, una causa que sirve también para justificar lo tarde que abandonan los jóvenes de nuestro país sus hogares: de media, esperan hasta los 29 años para volar solos. El interés de la juventud por seguir formándose a tiempo completo más años tras terminar los estudios superiores, lo que retrasa su entrada en el mundo laboral, puede ser otro de los motivos.

Cuatro años a tiempo completo

Para la coruñesa Sofía de Bernardo, los motivos que la empujaron a tomar la decisión de compaginar trabajo y estudios estaban claros: quería independizarse lo antes posible, pero sin renunciar a sus estudios de Fisioterapia, sector al que piensa dedicarse en un futuro. Una determinación que tomó nada más empezar la carrera, en 2016, y un modo de vida que lleva desde entonces. Detrás; disciplina, organización y, en muchas ocasiones, sacrificio. Y, en este caso, Sofía de Bernardo demuestra que querer es poder. "Yo me quería ir de casa y dije, pues me pongo a trabajar y alquilo un piso. Fue lo que hice y llevo así cuatro años", explica.

Casi un lustro en el que no han existido vacaciones ni apenas días libres, ya que a la exigencia de una carrera como Fisioterapia, que requiere de sus alumnos mucho más que ganas y vocación, se unían, diariamente, las jornadas exhaustivas de la hostelería, gremio en el que Sofía siempre se ha movido desde su incursión temprana al mundo laboral. Los horarios de vértigo se han convertido en parte de su día a día.

"En mi carrera, el horario cambiaba cada año. En primero tenía clase hasta las 20.00, entonces trabajaba en el bar de 20.30 a 00.30 horas, por ejemplo. El curso siguiente, había días que empezaba las clases a las 09.00 y terminaba de trabajar a las 02.00 de la mañana", recuerda.

El tercer año, las prácticas obligatorias de la titulación ocuparon aún más tiempo hábil en su semana, por lo que la jornada laboral quedó relegada a viernes, sábados y domingos, llegando a encadenar 10 horas de trabajo diario. "Si no lo hacía así, no me daba para un salario decente. No descansaba ningún día", asegura. Pese a todo, la prioridad desde el principio fue completar sus estudios en tiempo y forma. "No quería faltar a clase. Prefería hacer más horas tres días o ir todos los días menos horas. El trabajo era para poder vivir sola, pero mi propósito siempre fue centrarme en la carrera", asegura.

Ahora, cuatro años después y a falta del Trabajo de Fin de Grado para culminar sus estudios, Sofía de Bernardo puede ver cumplido, con creces, su objetivo. Si bien admite que no fueron pocas las cosas a las que tuvo que renunciar, la contrapartida de la independencia lo compensaba. "Yo me siento bien conmigo misma y con mi decisión. Lo único es que me habría gustado disfrutar más de la carrera y de lo que estaba estudiando. No pude hacer ningún viaje con mis compañeros", explica.

Un camino que ha tenido que recorrer por sí misma, y, aunque pudo contar con el apoyo de su entorno en lo que respecta a su disponibilidad para hacer planes, no fueron muchas las facilidades que encontró en sus cuatro años frenéticos. "Todos te dicen, ay Sofía, qué bien, qué responsable, te echan las flores pero luego no te ayudan. En cambio, este momento tengo una jefa que si necesito algo, ahí está", comenta.

El próximo paso, tras obtener su ansiado título de fisioterapeuta, para el que cada vez falta menos, no puede estar más claro. "Quiero opositar. Seguiré trabajando mientras estudie, pero me interesa el sector público, la calidad de vida es mejor. Aspiro a una plaza fija y las vacaciones de las que no disfruté en cuatro años", zanja.