Durante estos últimos meses hemos visto como, de forma recurrente, se citan crisis de salud anteriores para explicar tanto errores cometidos como mecanismos de superación. Sir Peter Hall, quien hace unos años visitó A CoruñaA Coruña para dar su visión sobre el futuro de la ciudad, afirmaba que el Urbanismo surgió en una de esas crisis. Fue a finales del XIX cuando la burguesía inglesa tomó conciencia de la necesidad de mejorar las pésimas cualidades de los barrios obreros. El hacinamiento de las viviendas afectaba tanto a la salubridad del espacio público como a la habitabilidad de las propias casas. Cambiar esa situación fue, sin duda, consecuencia de un compromiso social pero, sobre todo, producto del miedo al contagio y a la falta de mano de obra.

El mayor conocimiento de los datos sobre personas afectadas por la Covid-19 empieza a dibujar una radiografía peligrosa en la que se identifica densidad de población y riesgo de contagio. En las ciudades gallegas, como ocurre en otros lugares del mundo, estos barrios más densos suelen coincidir con condiciones sociales más difíciles. Conjuntos habitacionales construidos, en su mayoría, para quienes buscaban incorporarse al mercado laboral o tenían unas condiciones de precariedad.

A lo largo de los años las ubicaciones de estos barrios fueron variando. En las décadas de los sesenta y setenta los barrios de avalancha se situaban en las segundas periferias de las ciudades gallegas -siendo contemporáneos de un urbanismo experimental en el que primaban los vacíos y las zonas verdes-. Ejemplos paradigmáticos de esos dos enfoques fueron el Agra del Orzán y el Barrio de las Flores en A Coruña, Torrecedeira y Coia en Vigo o algunas zonas del Ensanche y Vite en Santiago de Compostela. Con sus matices, cada uno de ellos contraponía densidad alta y priorización de la vivienda frente a densidad media y subordinación a los espacios libres. Durante años, a nivel global y a nivel local, el debate sobre las ventajas de la densidad ha estado presente.

A partir de los años noventa, ese crecimiento comenzó a darse en los bordes de la ciudad, como respuesta a los altos precios en las ciudades principales. Fue entonces cuando los municipios vecinos incrementaron su población. En muchos casos aun a costa de repetir los mismos modelos de falta de espacio público e incluso peores condiciones en el diseño de la vivienda. Pero se trataba de vivienda nueva, lo que parecía ser suficiente.

Ahora esos barrios densos, los del interior de la ciudad y los de las áreas urbanas, parecen ser parte del problema. Es muy probable que el progresivo incremento en la precisión de los datos refuerce aún más esta teoría. Un hecho que volverá a polarizar las opiniones sobre la conveniencia de las ciudades densas.

Curiosamente, uno de los primeros en verbalizar dicha teoría fue el gobernador de Nueva York, quien, al poco de conocerse la magnitud de casos de Covid-19 en la ciudad, declaró que "la densidad es un error". Un claro cambio de paradigma sobre el modo de pensar la ciudad sostenible y dinámica, que lleva décadas reclamando la densidad como mecanismo de desarrollo urbano y que sirve de base del planeamiento urbano en Galicia y en España.

Algunos datos ya permiten inferir un cambio de tendencia hacia la vivienda aislada fuera de las ciudades. Según cifras de las inmobiliarias gallegas, desde el comienzo del estado de alarma, ha habido un incremento de la demanda de casas con jardín e incluso, según el informe presentado por el portal Fotocasa, el interés por fincas rústicas ha aumentado un 46%.

De hecho, a las pocas semanas de iniciarse el confinamiento, en Los Angeles Times, se publicó un artículo titulado A los angelinos les gusta su vivienda unifamiliar dispersa. El coronavirus les da la razón.A los angelinos les gusta su vivienda unifamiliar dispersa. El coronavirus les da la razón Una afirmación reivindicativa después de años de condena académica a la expansión urbana ( urban sprawl) y a su dependencia del vehículo particular en la mayoría de las ciudades estadounidenses.

A eso hay que añadir las mejoras tecnológicas, que harán que no sean obligatorios los desplazamientos para una significativa parte de la población (algo que esta pandemia ha permitido testar, incluso sin estar preparados). No desplazarse no será solo una cuestión medioambiental sino también consecuencia del progresivo, y fascinante, desarrollo de la Inteligencia Artificial y la Robótica. Es en ese escenario del teletrabajo, o incluso la ausencia de trabajo, en el que se deben situar los cambios en la demanda de vivienda y, en general, la elección de nuestro lugar de residencia con progresiva independencia de nuestra actividad.

Sin embargo, aunque esa tendencia exista, parece ser todavía residual. En el estudio Ciudades Emergentes, realizado por varias universidades iberoamericanas el primer mes de confinamiento sobre los anhelos de la población en nueve países, las demandas se centraban en mejorar las ciudades y, sobre todo, en adaptar los lugares en los que residían, pero era reducido el porcentaje de la población que tenía entre sus prioridades cambiar a otro barrio de la ciudad e, incluso menor, el de quienes se planteaban renunciar a la vida urbana.

Por otro lado, en cuanto a la interacción social, la densidad es inherente, pero se hace preciso realizar cambios sustanciales. Prueba de ello es que algunas propuestas, que llevaban años archivadas en distintas administraciones, ven ahora la luz y se inician procesos de transformación del espacio público para garantizar dimensiones suficientes para las personas, por delante de las necesidades del coche. Quizás el caso más paradigmático sea el de París y La Ciudad de los 15 minutos, impulsada por la alcaldesa Anne Hidalgo -y esbozada por Carlos Moreno (quien con frecuencia hace referencias a Pontevedra). Este nuevo modelo de ciudad parte de mantener los desplazamientos -generadores de interacción social- y los servicios, pero eliminando el vehículo privado y, por tanto, reduciendo las distancias.

Aunque, por encima de todo, la verdadera transformación estará en la vivienda. Las ciudades pueden sacrificar los coches para ganar espacio, pero a gran parte de la población ya no le queda nada por sacrificar. Ha renunciado a superficies grandes, a una buena orientación, a la calidad de la vivienda y, en algunos casos, hasta a aumentar la unidad familiar. Demasiadas renuncias, como el periodo de confinamiento puso de relieve. Autojustificadas por el hecho de vivir en una determinada parte de la ciudad, pero inasumibles cuando la vida urbana desaparece. Lamentablemente, esta crisis traerá un incremento de la desigualdad, lo que a nivel de ciudad y vivienda supondrá reducir drásticamente las opciones para una parte significativa de la población.

Es, de nuevo, momento del Urbanismo. De asumir que hay muchos modelos residenciales, pero que en todos ellos se debe garantizar la dignidad de la vivienda y la calidad del espacio público. Las administraciones tienen que tener presente que se trata de un derecho y que poseen la capacidad de incidir de un modo directo, de marcar caminos, de explorar alternativas. Más o menos densas. Más o menos urbanas. Pero, en cualquier caso, comenzar a entender que algo tiene que hacerse de forma diferente si se quiere dar respuesta al inminente cambio en la situación social.