Dicen que su proyecto no es "nostálgico", tampoco buscan que la ciudad se quede estancada, como si fuese una postal, sino que quieren recuperar su memoria a través de los carteles de los comercios. Que se pueda ver el paso del tiempo y la transformación de A Coruña fijándose en el comercio y en las cicatrices que deja en los barrios. Todo empezó hace cuatro años, cuando los primos Jacobo y Alberto Graco se enteraron de que un tío lejano, Francisco Graco, se había dedicado a hacer rótulos para comercios en Madrid y decidieron buscar algunas de sus obras. La familia, la verdad, según cuentan los primos, no fue de mucha ayuda, ya que ninguna de sus obras había tenido gran relevancia.

Con el paso del tiempo y la ayuda de las redes sociales se encontraron con que no eran los únicos que pensaban que los letreros de los establecimientos son patrimonio de los barrios y de quienes residen en ellos, así que, decidieron montar el colectivo Paco Graco, en homenaje a su tío, que, además de su nombre, es un acrónimo de Patromonio Común Gráfico Comercial.

Más bonitos, más cutres, más elaborados o menos, pero siempre patrimonio de los vecinos que los ven a diario y para los que ese rótulo importa porque sabe de su vida y cuenta su historia. "Tendemos a pensar que patrimonio es un castillo, una fortaleza, un cuadro... Pero es un debate abierto, ¿qué es lo que tenemos que defender?", plantea Alberto Graco.

Para darle continuidad a este proyecto, cuentan también con la iniciativa Agencia Protección Tipográfica que documenta, recupera y salva carteles y los difunde a través de Instagram ( agencia_protección_tipográfica) y que se integra en la Red Ibérica en Defensa del Patrimonio Gráfico ( patrominiografico, en Instagram), ya que contactaron con otros internautas que hacían el mismo trabajo, pero de manera individual para, de ese modo, conseguir ser "más fuertes" y tener más presencia, no solo en redes sino también en la calle. Algunos de los miembros de esta red estuvieron esta semana en A Coruña para interesarse por los rótulos de la ciudad, para conocer su historia, para saber qué se escondía detrás de sus mostradores y, a ser posible, para aumentar esta colección que ellos se prestan a guardar y a documentar para que no se olvide.

Uno de sus proyectos es poder realizar una exposición en la ciudad, como ya la hicieron en Madrid, desempolvando antiguos rótulos y nombres. "Lo que no queremos es que acaben en la basura, como pasa tantas veces, porque es patrimonio", relata Manuel Domínguez, que reside en A Coruña.

A la nave de Madrid se irá el rótulo del antiguo bar El Serrano, que el propietario cedió a la asociación después del traslado del local, también el de Confecciones Álvarez, en el Agra, que ya está cerrada, pero que su dueño, Benigno Álvarez, abre de vez en cuando para ir liquidando género. "Tenemos rótulos enormes de cines de Madrid y la gente, cuando los ve, se acuerda de que fue ahí donde quedaron por primera vez con su pareja", relata Alberto Graco, que reivindica la memoria de estos negocios y los recuerdos que evocan.

No buscan tampoco que los comerciantes y hosteleros tengan la obligación de conservar los rótulos sino que reflexionen sobre ello antes de tirar lo que fue una seña de identidad de la ciudad. Les parece buena idea, por ejemplo, la de la familia Manso, que cedió el cartel de Discos Portobello al Bristol Bar, para que pueda seguir formando parte de la estampa coruñesa, aunque sea en otro lugar, aunque sea de puertas para adentro. Y buscan también la implicación del Concello para que la normativa municipal sea flexible a la hora de permitir la conservación de estos elementos.

"Hay rótulos que no se ponen en duda, como el de Tío Pepe de Madrid o el del Banco Pastor, en A Coruña, pero, ¿qué pasa con los que son un poco menores? Forman parte, al mismo nivel, de la vida de ese barrio", explica Manuel Domínguez.

"Nos contaba el dueño de la Heladería Colón que, ahora, tiene un dilema, porque se ha mudado a cien metros y no le dejan instalar el mismo corpóreo que tenía porque el Pepri [Plan Especial de Protección Integral de Ciudad Vieja y Pescadería] no lo permite. No tiene sentido, es una seña de identidad", comenta Domínguez, que aboga por que se pueda constituir una comisión que estudie estos casos concretos para permitir excepciones en la norma, sobre todo, cuando hay otros elementos que modifican más la estampa del barrio, como los contenedores o los cables que se ven en las fachadas. Quizá introduzcan un cambio más drástico retirándolo y poniendo el nuevo, que está pegado a la pared, que moviéndolo unos pasos, debaten.

Y es que, tal y como lo ve Alberto Graco, "los urbanistas tienen la fantasía de la ciudad pura y limpia", en la que todo está ordenado y en su sitio, algo que, para él resta autenticidad a los barrios.

"Lo hicieron con los mercados municipales cuando decidieron homogeneizar los carteles. Los mataron. Les quitaron el valor añadido de ver la tipografía diferente de cada uno de los puestos", comenta, de paseo por San Agustín.

Un poco antes de llegar al mercado, está uno de los emblemas de la zona, para el colectivo: La mercería Elvira. en la que entran para preguntar qué será de ese cartel cuando cierren definitivamente las puertas del local. "Lo tienen comprometido, se va a quedar en la familia y eso está bien, porque seguirá teniendo valor para ellos, no va a acabar en la basura", comenta Mercedes Moral, también miembro del colectivo, después de curiosear y comprar en la tienda. En este caso, objetivo conseguido.

Es otra de las opciones para salvar del olvido a esta forma de memoria de la ciudad que, como la toponimia tradicional, cuenta y mucho de las costumbres, de la industria y del pasado y presente de A Coruña. Nada mejor que ir fijándose en los carteles para descubrir destellos de lo que fue. Para saber que hubo un momento en el que La Lechería La Montaña servía a domicilio, muchos años antes de que existiese Amazon. Está también el recuerdo de que, no hace tanto, había que arreglar máquinas de escribir y comprar recambios y que podía hacerse en San Andrés.

Por algunos recuerdos no pueden hacer ya nada, como por la fachada de azulejos de la joyería Helvetia y sus rótulos, que fueron sustituidos totalmente por el escaparate de una óptica, que decidió no conservar nada de la que fue una seña de identidad de la esquina de Rúa Nueva con Olmos. Por otros, que ahora agonizan, como el de ConsuelObdulia, de la calle San Nicolás, cerrada ya desde hace tiempo -y que al colectivo Paco Graco le encanta-, todavía pueden interceder. En una situación más delicada se encuentra el cartel de la confitería Hildita, que, en el momento en el que se alquile el local, seguramente, pierda su tan característico rótulo, o el de Fotos Tonecho, en el Campo da Leña, que permanece sepultado por carteles electorales.

"Ahora a muchos hosteleros ya no les interesa complicarse, las marcas de cerveza o de refrescos les financian el cartel y ya lo hacen así", comenta Guillermo Borreguero que, como los demás miembros del colectivo desplazado a A Coruña, siente debilidad por el cartel del bar A miña casa, ahora ya cerrado, pero que mantiene sus letras verdes y naranjas en la calle Galera.

Alberto Graco reivindica también la diversidad comercial. "Se han empeñado en esa idea de que la ciudad no tiene cosas sucias, la industria la sacamos fuera. Es una idea totalitaria. Lo normal es que haya un bar chungo, un restaurante bueno, un sitio de reparación de móviles... Parece que solo se puede vivir del turismo y no es así", relata Graco, que recuerda que, en el centro de Málaga, actualmente es "imposible comprar un tornillo porque solo hay bares pseudomalagueños". "Eso puede pasar en A Coruña fácilmente porque hay mucho turismo internacional, por eso creo que tiene mucho interés pensar en qué es lo que queremos salvar", expone.

Para agilizar esta búsqueda, ponen a disposición de los interesados en donar esta parte de su historia y de las personas que sepan que hay un cartel a punto de desaparecer, las redes sociales de la asociación Paco Graco (pacograco.org), donde pueden compartir sus fotos y ponerse en contacto con ellos.

Su tesis no implica que sigan abiertas las tiendas de reparación "de radios de válvulas", porque a nadie le interesa ya ese negocio, pero sí el recuerdo de cómo fue la ciudad y estas pequeñas obras de arte que se forjaron a la intemperie.. Y se les ocurren ideas sobre cómo integrar los rótulos de los negocios que el tiempo o la falta de relevo han dejado morir, pero "sin imposiciones", como relata Cristina Romero. Ponen sobre la mesa una reforma de un supermercado que cuenta con el atractivo de tener en sus paredes y tras sus mostradores, los carteles de las tiendas que había en la zona entes de su llegada.

Pero conocer la historia de los comercios y recuperar sus rótulos no siempre es fácil ni sencillo de comprender. Cuentan que los propietarios de estos negocios no siempre entienden su ilusión por conservar la cartelería. Muchas veces, comentan, al saber de su interés intentan vendérselos, al entender que tienen valor, al menos, para ellos. "Mucha gente, cuando cierra, después de toda una vida detrás del mostrador, lo único que quieren es descansar y ya les da igual el rótulo y es comprensible", comenta Alberto Graco. Así que, antes de tirarlo y, también, por saber dónde está en caso de que a los dueños o a sus familiares les entre la morriña algún día y quieran verlo, casi mejor que se los lleven los de Paco Graco.