Un tomate a veces es más que un tomate. Puede ser una isla de libertad, un ágora, un dinamizador social, un elemento de unión vecinal. Durante la pandemia una vecina de la Ciudad Vieja plantó once tomates que este verano se desconfinaron en forma de primera cosecha con denominación de origen Galería coruñesa. Plantó una rama recortada en una maceta municipal, al lado de los soportales de María Pita. No era buen lugar. Corrientes de aire, siempre sombra. Pero salió adelante. Una vecina mayor se encargaba de quitarle los chupones, el del bar de enfrente lo vigilaba. Otro residente le echaba abono. Estaba hermoso, habían empezado a salirle las flores, el vecindario se paraba cada día a verlo, a hablar de él. Olía a ese tomate del que ya solo tenemos el recuerdo, a auténtico.

El pasado viernes el jardinero lo agarró y lo sacó de cuajo, a la bolsa de basura. Le pararon en medio de María Pita para pedirle explicaciones. "Lo siento mucho, lo conocía. Me ordenaron quitar todo lo que no fuera ornamental". En la ciudad hasta las zonas verdes tienen su planeamiento, todo tiene que estar paletizado. En el macetero, y en el vecindario, ha quedado el vacío. Un tomate a veces es más que un tomate.