La fragata Flugan, del puerto sueco de Malmó, sale de Burdeos el ocho de marzo de 1794. Su capitán es Enrique Lundstrom y transporta pasaje y vino para el puerto de Filadelfia. A la altura del Cabo Ortegal lo asalta un corsario inglés. El bergantín Príncipe de Gales le tira un cañonazo de aviso para que detenga la marcha. La fragata sueca se pone en facha a la espera de novedades.

Desde el barco asaltante se acerca un bote y, ya a bordo, los corsarios registran la carga y revisan su pasaporte y sus papeles. Se registra todo, "abriendo la escotilla y miran el entrepuente para reconocer la carga que contenía". Se llevan retenidos al cocinero y al muchacho de cocina. Al mando del barco asaltado queda el cabo de presa.

Al día siguiente, un grupo de corsarios vuelve a la fragata y trae con ellos "pistolas, sables, pólvora, pan, carne salada, vituallas y vela". Tienen la intención de llevar el barco a una isla inglesa. El capitán se niega. Exige recalar en un puerto donde hubiera un cónsul inglés o bien uno sueco. Le daba igual que el puerto fuera inglés o español, en ese momento aliados en la guerra.

La decisión final es buscar el puerto coruñés. Aquí el capitán del Flugan puede recurrir el apresamiento y buscar la declaración de su secuestro como mala presa. El barco y la tripulación tenían matrícula de Suecia, la carga y los pasajeros tenían como destino Filadelfia. En los dos casos son países neutrales en la confrontación de España y Gran Bretaña con la Francia revolucionaria.

Todos los pasos dados en el apresamiento del Flugan responden al "manual" de la actividad corsaria. La legislación establecía su modo de proceder. Era preceptivo que el buque asaltante enviara un cañonazo de aviso al barco perseguido. El primero era de advertencia, por lo tanto sin bala, y pretendía que el barco se detuviera. Si no fuera así, los disparos de cañón se hacían con bala y cada vez más cerca del barco perseguido. El hecho de resistirse suponía que en el futuro se declarara el secuestro como buena presa.

Las ordenanzas prohibían la destrucción o embargo de navíos de países amigos y de aquellos que hubieran arriado las velas. Los captores tenían derecho a requisar licencias, pasaportes, cartas y demás papeles del navío. El secuestro de las llaves de arcas, alacenas y aposentos garantizaba el acceso a toda la documentación. Terminantemente prohibido, bajo pena de la vida del capitán corsario, estaba echar a pique los navíos apresados o desembarcar a los prisioneros en islas remotas con el fin de ocultar a las autoridades la presa capturada.

El corsario se convierte en una actividad perfectamente planificada. El corso inglés, ahora enemigo de la corona española, establece varios barcos en el entorno del Cabo Ortegal, bajo un mando único, y desde allí organiza el hostigamiento al tráfico marítimo. Especial atención prestaba a los barcos que tenían como destino el puerto de Ferrol. La presencia de uno o más barcos enemigos en el entorno de Cabo Prior se hizo frecuente. Los asaltos a barcos españoles se hizo así a la vista de A Coruña.

En 1797, los bergantines Príncipe de Asturias y Nuestra Señora del Carmen, el trincado San Antonio, el patache Nuestra Señora de la Misericordia y el quechemarín El Dichoso, saliendo de Vigo, Bilbao, Santiago de Cuba o A Coruña, y con destino Ferrol, sufren el ataque en las inmediaciones del Cabo Prior o en la boca de la ría ferrolana.

A veces es un bergantín, en otras ocasiones una fragata, otras son dos barcos de este tipo los que abordan los barcos mercantes. Una vez detenido, al barco apresado se aproxima un bote con "gente armada" dispuestos a hacerse con el control del buque español. Toda o buena parte de la tripulación asaltada es trasladada al barco corsario. De la dirección del barco capturado se encarga el llamado cabo de presa. Se inspecciona la carga. El bergantín que viene de Santiago de Cuba trae azúcar y cueros al pelo; el que viene de Bilbao trae harina, hierro y acero; el patache y el bergantín que salieron de Vigo cargan sardina, vino, bacalao y cáñamo; el trincado que sale de A Coruña hacia Mugardos lleva pasaje, pipas de aguardiente, arroz y repollos.

El resultado del asalto es distinto en cada caso. El trincado San Antonio pierde las pipas de aguardiente y liberan el barco con su tripulación. El patache Nuestra Señora de la Misericordia es retenido después de dejar libre a la tripulación. El bergantín Príncipe de Asturias sufre la odisea de ser capturado en la zona de Ortegal, navega secuestrado hasta la zona de Prior, y en ese tiempo asaltan y secuestran un patache más. Los corsarios se quedan con la carga del patache y liberan el buque. A la tripulación del Príncipe de Asturias la dejan embarcar en él rumbo a nuestro puerto.

Los casos del bergantín Nuestra Señora del Carmen y del quechemarín El Dichoso son distintos. El primero es capturado "a la vista de la Torre de Hércules" y, después de asaltado, se llevan como prenda al capitán Juan de Sandaliz, vecino de Plencia, a tres marineros y un muchacho de doce años, hijo del capitán, que "no entiende el idioma castellano, ni habla, sino vascuence".

Los corsarios ingleses, en este caso, no buscan la captura del barco y su carga. Piden un rescate a cambio de dejarlos libres. En el caso del bergantín son mil quinientos pesos, en el del quechemarín mil doscientos. En este último caso el capitán abona el rescate y queda libre con su tripulación y barco.

El capitán del bergantín no dispone de esa cantidad. Los mil quinientos pesos solo puede conseguirlos en tierra. Pretende llegar en bote hasta A Coruña pero el temporal se lo impide. Los ingleses se quedan con la carga, de un cañonazo echan a pique el buque y la tripulación embarca en un barco neutral que pasaba por allí. Era un barco procedente de Sevilla, cargado de jabón y escobas, que, a cargo de "un capitán moro", tenía como destino nuestro puerto.