¿Cuál es la razón de abordar la biografía de Alfonso Molina?

Quería investigar lo que se denomina el primer franquismo, que va de 1936 a 1958, y Molina entra en política a finales de 1936 y fallece a finales de 1958, lo que me cubría perfectamente ese espectro. Utilizando la biografía de Molina, he querido investigar la historia de la ciudad en esos años, por lo que no me limito a él. Molina estuvo presente en los momentos más importantes de esos años, al igual que Pedro Barrié de la Maza, que entra y sale de esta biografía continuamente. Tenía la carrera de ingeniero de Caminos y empezó a trabajar en la Diputación. En 1936 le nombraron presidente de la Cámara de la Propiedad y así entró en la Junta Pro Pazo de Meirás, pero cuando en 1938 la Diputación reforma esa propiedad, el único ingeniero del organismo era Molina, que realiza una nueva traída de aguas, la ampliación de los accesos, la compra de terrenos del entorno y la ampliación del muro.

¿Su papel fue decisivo en aquella iniciativa?

Fue fundamental. Y además fue el momento en que entró en contacto con Carmen Polo, ya que fue quien vigiló las obras porque Franco estaba en el frente. Ahí empezó a haber un contacto muy estrecho entre los dos que le lanzaría en el futuro, ya que a finales de 1938 entraría en el Ayuntamiento como concejal, al igual que otros cuatro miembros de la Junta Pro Pazo. Hasta su muerte solo hubo ya dos años en los que no fue concejal y cuando en 1947 el alcalde Eduardo Ozores dimite, el gobernador civil propone a una persona para sustituirle, pero Carmen Polo le dice que sea Molina, por lo que la relación creada con el pazo de Meirás fue lo que le llevó a ser alcalde.

¿Qué hay de cierto en las leyendas que se cuentan sobre su labor como alcalde?

Era un hombre personalista, al que le gustaba llevar las cosas en exclusiva, lo que le costó muchísimos enfrentamientos. Él no era falangista, sino que era un hombre de derechas muy fiel a Franco, y cuando una reforma legal permitió elegir a los concejales, varios de los elegidos eran falangistas y le acusaron, muchas veces con razón, de que al elaborar sus proyectos no hacía números, por lo que dejó las arcas municipales arruinadas. En su defensa podemos decir que la ciudad que recogió llevaba paralizada quince años y él la levantó anímicamente porque era un hombre campechano que recuperó los carnavales de Monte Alto y al que le encantaba relacionarse con la gente. Y en la gestión se metió en una vorágine de obras a las que el Ayuntamiento no podía hacer frente.

¿Qué actuaciones de su mandato se conservan hoy en día?

La pavimentación de la Ciudad Vieja, la calle Real y la que tenían hasta hace poco los Cantones, el acceso a la Torre de Hércules, la compra de los terrenos de la fábrica de armas y la expropiación de suelo para la avenida que hoy lleva su nombre. También la configuración de la ciudad como hoy la conocemos, con las avenidas de Finisterre y Arteixo y las rondas de Nelle y Outeiro, que proviene del plan urbanístico de 1948 que fue desarrollado por Molina. En cuanto a las críticas, además de haber dejado exhaustas las arcas, se dice que fue demasiado permisivo en la construcción en cuanto a las alturas y que se suprimieron parques previstos en la anterior planificación urbanística, la de Cort. Pero yo creo que en general fue un alcalde bastante aceptable.

Su sucesor, Sergio Peñamaría, tuvo que afrontar el problema económico del Ayuntamiento.

Pero también tuvo el placer de inaugurar el aeropuerto de Alvedro, que fue otra iniciativa de los tiempos de Molina. Tampoco pudo abordar otros proyectos por falta de dinero, como un Museo del Mundo Celta y una Casa de América con estudiantes de ese continente y residencia para embajadores de allí durante el verano.

Hay quien le acusa de no haber reclamado a Franco actuaciones del Estado en la ciudad. ¿Fue así?

Creo que eso no es cierto. He oído decir que en A Coruña no hubo un desarrollo industrial en esos años, pero es que en los cincuenta en España no lo hubo en ninguna parte, ya que hubo que esperar a los sesenta. En esa etapa se aprobaron muchas obras estatales en la ciudad porque tenía muy buena relación con las élites del franquismo, aunque es verdad que industrialmente no se hizo nada. Se intentó industrializar la ría de O Burgo al estilo de la de Bilbao, pero afortunadamente no se llegó a hacer.

Su muerte también dio origen a todo tipo de comentarios.

Molina no se casó nunca y por eso se le acusó de todo. Mi teoría es que le gustaba ir con unas y con otras, ya que tenía fama de galán, y hay que tener en cuenta de que su padre había sido millonario, le gustaba ir por la ciudad con su Mercedes descapotable y era muy viajero. Cuando falleció en Río de Janeiro, la versión oficial fue que le dio una angina de pecho, lo que no sería raro porque fumaba y comía mucho. Se llegó a decir de todo, hasta que le clavaron un puñal, pero no he encontrado ninguna prueba de ello, solo habladurías.

Su entierro fue una demostración de la popularidad que alcanzó en la ciudad.

Fue impresionante. Se habla de que asistieron 100.000 personas, cuando en la ciudad vivían 170.000. Pero aunque esa cifra fuera exagerada y fueran solo 70.000 sería una barbaridad, lo que demuestra que fue un alcalde muy popular. No solo recuperó los carnavales, sino que convenció a Nito de que volviera a representar sus Apropósitos, muchos de los cuales eran críticas al propio alcalde en pleno franquismo.

Subtitula su obra 'Un alcalde de su tiempo'. ¿Sería imposible hoy un alcalde como Molina?

Probablemente sí, porque tenía tal poder en la ciudad que casi podría decirse que hacía lo que quería, cuando hoy no le dejarían, aunque también tuvo mucha oposición entre los falangistas. Pero hoy protestarían los vecinos, cuando en la época de Molina nadie lo haría.