La Comisión de Honores aprobaba esta semana reconocer al arquitecto Andrés Fernández-Albalat Lois como hijo predilecto de la ciudad, honor que, previa ratificación del pleno, le será previsiblemente concedido. A ojos de los que fueron compañeros de gremio, nadie lo merece más: alumnos, colegas, autoridades y admiradores coinciden en señalar a Fernández-Albalat, fallecido a finales de 2019, no solo como un pionero de su campo, que supo ver las necesidades de una sociedad urbana en ciernes con la Ciudad de las Rías, o un profesional amante de su oficio que ideaba con cuidado cada obra que salía de su mano, sino también como un hombre de enorme cultura que se ganó a pulso, como recuerda el arquitecto Fernando Agrasar, el don que precedía a su nombre cuando se dirigían a él. "Galicia tiene una deuda con don Andrés", asevera Agrasar.

Arquitectura con cariño

"Para Fernández-Albalat, siempre había una ocasión para la arquitectura. Daba igual que fuese una obra de mucho presupuesto o algo modesto, las trataba siempre con el mismo cuidado y cariño y buscaba siempre la mejor solución", explica Fernando Agrasar. Los detalles del buen arquitecto se reflejan, en la obra de Fernández-Albalat, allá donde se busquen: el alféizar, el pasamanos, la escalera.

Se distinguen en una de sus obras más discretas, las viviendas para pescadores de Fontán, en Sada, que acreditan el cuidado que Albalat ponía en cada pieza. "Ahora están bastante encajadas, pero antes estaban solas, enfrentadas al mar. Son viviendas con unas secciones preciosas, modestas pero interesantes", juzga Agrasar. Otro de sus colegas y amigo cercano, Xosé Manuel Casabella, corrobora este interés por los detalles, enraizado, a su modo de ver, en su amplia experiencia en el desarrollo de proyectos. "Se acostumbraba a diseñar los productos que se van a utilizar, el sistema de carpintería, el dibujo de los perfiles, los tiradores, las barandillas, es una concepción de la arquitectura muy particular".

Su otra huella, al margen de tangible, fue la que dejó en la consolidación de la profesión en la ciudad, como uno de los iniciadores de la sede gallega del Colegio de Arquitectos y también como docente en la Escuela de Arquitectura, donde muchos de sus alumnos, hoy docentes de la misma, le recuerdan con admiración. "Se comprometió con la profesión, tenía su forma de entender la labor de los arquitectos en la sociedad, por eso dedicó gran parte de su vida a la enseñanza. Tenía un gran compromiso social", describe Casabella.

Las mil aristas del arquitecto

A Fernández-Albalat se le reconoce, principalmente, por el legado arquitectónico que regaló a A Coruña y a Galicia, con el que introdujo propuestas rompedoras del movimiento moderno, en cierto modo marcianas para la época, pero con las que el arquitecto se familiarizó pronto, pues solía estar al día de las últimas tendencias y movimientos internacionales. "Es una persona que atrae la arquitectura contemporánea a A Coruña a finales de los 50. Eran momentos difíciles, en blanco y negro. Albalat consigue romper eso con muros cortina y cajas de vidrio, algo que implica muchos retos sociales y culturales, también romper con prejuicios", considera el actual director de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura, Plácido Lizancos. Afán contemporáneo, pero siempre apegado a la base del oficio. "Introdujo esa arquitectura contemporánea, mostrándonos los caminos para interpretar la tradicional", argumenta Lizancos.

Un carácter que queda impreso en una de sus obras más laureadas y estudiadas, la Fábrica de Coca-Cola de A Coruña, que recoge en su concepción todos los elementos rompedores que definieron la personalidad de la obra de Albalat. "El edificio de la Coca-Cola es esa caja transparente que acoge un producto novedoso en su momento. Albalat razona y dice que es necesario transparentar las tripas de la fábrica", aprecia el director de la Etsac.

De entre su arquitectura industrial destacan, además del de Coca-Cola, otras dos manifestaciones reconocidas: el edificio Seat y el edificio Citröen, el primero por celebrado y el segundo por discutido, pues su pervivencia peligra al autorizar una sentencia su derribo a sus actuales propietarios. Un edificio, a ojos de Lizancos, perdido, en cierto modo "en una especie de anonimato", ejemplo de arquitectura contemporánea difícilmente remplazable por algo mejor en su ubicación, pero cuya desaparición no supondría para Albalat, de haberlo visto, un nuevo trance. "En su momento, Albalat sufrió algunas demoliciones de edificios interesantes, por motivos que nada tenían que ver con la calidad de la obra, como la antigua plaza de Pontevedra", recuerda Lizancos.

Con todo, y pese a lo destacado de su obra arquitectónica, si hay un lugar común sobre Fernández-Albalat entre quienes lo conocieron y trataron es la enorme cultura de la que hacía gala, además de su papel como dinamizador cultural en el tejido institucional del momento. "Era maravilloso hablar con él, sabía de música, de literatura, de todo. Tuvo un papel muy activo en la cultura de Galicia a través de publicaciones, exposiciones, estudios?Siempre estaba presente", recuerda Agrasar.

Legado inmaterial

Al margen de su obra construida y sus aportaciones académicas, si hay un elemento del legado de Fernández-Albalat que lo sobrevivirá durante generaciones, pues sigue captando el interés de profesionales de la arquitectura años después de su concepción, es el proyecto de la Ciudad de las Rías, que no llegó a materializarse pero que, aún hoy, delata el carácter pionero del arquitecto a través de su concepto de ciudad: Una urbe descentralizada, organizada más allá de los límites municipales, extendida de A Coruña a Ferrol basada en pequeños núcleos poblacionales que todavía hoy, 50 años después del discurso en el que la enunció, sigue despertando reflexión en el gremio.

"Es una propuesta urbanística de conurbación metropolitana que nunca se construye, pero que espontáneamente fuimos construyendo a base de llenar los huecos entre A Coruña y Ferrol. Años después, vemos demandas que siguen vigentes. Se adelantó a la existencia de la autopista del Atlántico y de una red de transportes que echamos de menos hoy", juzga Lizancos.

Se considera que todo arquitecto ha de plantear una propuesta de nueva ciudad. La de Andrés Fernández-Albalat estaba clara, y anticipaba con lucidez algunos de los conceptos que hoy se discuten sobre los caminos que ha de transitar el urbanismo en la construcción de la ciudad del futuro. Así lo propuso entonces: "Arraigo y comunidad. Vivir y convivir".