Todos los viernes, a las 12.30 horas, en la residencia Torrente Ballester suena Ana Kiro, hay un culín de vermú en los vasos y cuencos individuales de patatas fritas. Los residentes bailan pasodobles, aunque no puedan tocarse, y huele a gel hidroalcohólico, pero también a verbena, a una normalidad que parece escondida entre sus recuerdos. La directora del centro, Irene Mosquera, explica que pusieron en marcha esta iniciativa de la sesión vermú para "levantarles el ánimo", para que se evadan un poco de la realidad que están viviendo y puedan disfrutar de una actividad que les dé alegría.

"Son muy respetuosos con las medidas que estamos poniendo, pero ese poso de pena no dejan de tenerlo", comenta Mosquera, que ayer registró el primer caso de un mayor. En su particular inicio del curso, las residencias, tanto las que han tenido positivos como las que se han salvado de ellos, apuestan por la protección y por ser muy estrictas con las medidas sanitarias para intentar que el coronavirus no entre en sus centros y poder pasar un otoño y un invierno tranquilos.

La directora de la residencia Bellolar, Inés Sande, explica que han aprendido mucho de la primera ola, en la que el coronavirus se coló en las instalaciones. En su caso, al tener un jardín, los familiares pudieron ver siempre, desde lejos y sin entrar en el centro, a sus mayores. "Estamos más tranquilos, ahora, a los trabajadores nos hacen PCR cada catorce días y también tras la vuelta de las vacaciones, y somos muy precavidos", comenta Sande.

La Xunta permitió el pasado 17 de septiembre que los familiares vayan a visitar a sus mayores, por ahora, con estrictas medidas de seguridad. En la residencia La Luz, de Sada, según explica Ángeles Gayoso, la responsable del departamento de administración, autorizan solo un encuentro con un familiar de referencia durante media hora, con cita concertada y en un área preparada para tal efecto, para evitar que las personas que llegan de fuera puedan infectar a los miembros de la burbuja que han logrado construir en la residencia.

En el complejo gerontológico A Milagrosa han colocado mesas para que familiares y residentes estén a más de dos metros de distancia, para que puedan verse y charlar con todas las medidas de seguridad.

La doctora Libertad López, de la residencia García Hermanos, en Betanzos, indica que métodos como las videoconferencias han entrado en los centros para quedarse, porque es una herramienta que les permite romper la distancia y abrir, aunque sea solo virtualmente, sus puertas y ventanas y que todas las familias puedan estar más cerca.

En su caso, que no han registrado positivos desde el inicio de la pandemia, han intentado reforzar la plantilla con más personal de enfermería, aunque, según indica la doctora, todavía no les ha sido posible, ya que "no hay profesionales disponibles", así que, mientras los encuentran, forman "equipo" con las cuidadoras, que se han convertido en sus mejores aliadas para frenar la expansión del virus.

En esta residencia han empezado también a retomar las actividades de ocio que estaban restringidas y han aprovechado su jardín en los días de sol para que los residentes rompan la monotonía. "Sabemos que hay un virus que puede causar estragos en nuestra población, pero no podemos permitir que nos limite", comenta la doctora, que apuesta, como el resto de sus compañeros, por la prudencia y el cuidado, aunque no niega, como tampoco ninguno de los centros consultados, por este diario que hay un componente "de suerte" que no pueden "controlar" en la infección.

"Las residencias estamos haciendo lo indecible para evitarlos, pero es cierto que, aún así, se producen los contagios", resume Gayoso. Si tiene que decir una cifra, Irene Mosquera, considera que el 90% de las posibilidades de frenar el contagio está en la "automatización" de las medidas de prevención, pero hay un "10%" que se evade de su control, un resquicio por el que se puede colar el virus y arruinar todo el trabajo realizado. Son conscientes de ello, por eso, según explica, son tan cautos a la hora de aplicar los protocolos que les envían desde la Consellería de Política Social.

En la residencia La Obra de la Señora, en Os Rosales, que tampoco ha registrado contagios, han mantenido al mismo personal, pero han reducido el número de residentes para tener espacio libre, por si tienen que aislar a alguno de sus mayores, según relata su director, Eloy Barreiro.

El catedrático de la Universidade da Coruña en Geriatría y también director de la residencia A Milagrosa, José Carlos Millán Calenti, indica que han "aprendido mucho de la primera ola" y que, en estos momentos en los que "la segunda ya está viniendo" están "más preparados" para afrontarla. Lo hacen con la tranquilidad de que, actualmente, los hospitales no están saturados, como en marzo, y de que los sanitarios ya saben más de la enfermedad y sobre cómo tratarla.

En A Milagrosa han optado por convertir el jardín en su gran aliado, así que, todo el tiempo que los residentes pueden estar al aire libre, lo están, "sintetizando vitamina D y respirando aire puro". Han hecho grupos burbuja entre los mayores que no exceden los diez miembros y el personal está dividido en tres turnos, de mañana, tarde y noche, que siempre atiende a los mismos usuarios para que, si se produce un contagio, no se extienda por todo el centro y afecte exclusivamente a esa burbuja de no más de una decena de mayores y sus trabajadores asignados.

La esperanza está puesta en la vacuna, en que los investigadores la encuentren pronto pero, mientras ese hallazgo no llega, Millán Calenti apuesta por la prevención y por poner todos los medios que tengan en su mano para ponérselo difícil al coronavirus, así que, las visitas de los familiares se producen en la entrada del centro, los pasillos están marcados y los residentes serán vacunados no solo de la gripe sino también de neumonía. Y es que, ni en esta residencia ni en ninguna otra, el virus es bienvenido.