Las artes de pesca de la sardina, hasta el siglo XVIII, se diferenciaban por usar unas la técnica de arrastre, las llamadas secada y chinchorro, las que cercaban los bancos de peces, el cedazo o cerco real, y aquellas otras que interferían su paso quedando preso el pescado en la red, el xeito.

Las primeras artes estaban relacionadas con el calado. La secada se realizaba desde la playa. El chinchorro se practicaba en aguas con poco fondo y el cerco real se largaba en aguas profundas, pero dentro de la bahía. La práctica de uno u otro sistema de pesca eran compatibles entre sí. El problema surgía con la incompatibilidad de los tres con el xeito.

Si la técnica del xeito era la espera a que, con el paso de los bancos de sardina, esta quedase presa en la red, situar las redes en lugares de paso constituía la garantía de éxito. La alternativa era influir en la trayectoria del banco y orientarlo hasta donde estaba situada esta arte.

A pesar de estar ilegalizadas esas prácticas, no era infrecuente que, con los mismos rizones y remos de la embarcación, los marineros batieran el mar ahuyentando la sardina hacia donde estaban largadas las redes. A la sardina se le ahuyentaba de las zonas de pesca con secada y chinchorro. En la práctica abandonaba la bahía en prejuicio del conjunto de los mareantes. De ahí la prohibición de pescar con esta arte cuando se largan los cercos reales y el establecer una zona en la Ría reservada a los marineros locales. De ahí también los conflictos entre unos mareantes y otros.

En el año 1615, los marineros coruñeses protestan por el gran daño que algunos hacen "a toda la república quitando que la sardina venga a ella con enredos y bellaquerías". La competencia ilegal de otros, de aquí y de fuera, iba en perjuicio del conjunto del gremio.

Un siglo más tarde se repiten los incidentes. El gremio coruñés recrimina a los mareantes de Betanzos que larguen las redes prohibidas, el xeito, en la época en que ellos tienen la exclusiva de pesca. Faenar con el xeito suponía ahuyentar la sardina y que está saliese de la bahía coruñesa.

Contra Blás de Morales, Andrés Juanes Puga y Juan Rodríguez se inician los autos judiciales por pescar en tiempo prohibido con redes prohibidas. El primero alega que "es pobre de solemnidad, que quería buscar su vida como pudiese". El segundo dice que tampoco nada tiene, y que los autos reales que privilegiaban a los marineros locales "los pasaba por la suela de los zapatos". Finalmente, es a Juan Rodríguez a quién embargan los bienes de su casa en la Pescadería. Los tres acaban en la prisión real de A Coruña.

Del nivel de vida de algunos marineros nos dan una idea los bienes embargados a Juan Rodríguez. No hay el menor artículo superfluo o de adorno en aquella casa. Una bacia de amasar pan, una tabla para llevar al horno, tres arquillas viejas, una barrica para salsa, un pote de tres azumbres, una mesa vieja y útiles de trabajo como un martillo, una cuerda usada, un cuarto de red de rapeta y un cesto de medir sardina son los bienes que embarga la autoridad judicial. Nada más poseía.

Otro de los acusados insiste en su extrema pobreza como justificación para saltarse las normas. Dice que "no tiene barco ni redes". Que fue llamado por un tercero para ir al xeito. Que "vieron que en la playa había gran cantidad de sardina" y que en total cogieron un millar que, posteriormente, vendieron, también de manera irregular.

Dentro del gremio del mar, como se ve, había diferentes niveles de vida. La propiedad de un barco y de artes de pesca marcaba la diferencia entre unos y otros. Los primeros participan de las normas que rigen el oficio, las cumplen y las hacen cumplir. Los segundos se ven arrastrados a una actividad marginal ajena a los acuerdos del gremio. Son lo que hoy llamaríamos furtivos.