El tío del palito. El que baila sobre una tarima. Ese gran desconocido por el público en general y elemento importantísimo de engranaje en una orquesta sinfónica para que todos los egos se muevan al son del suyo. Conocidos por sus apellidos -Karajan, Abbado, Bernstein, Cobos?-, pero sin saber a ciencia cierta por el gran público de su gran función no solo para el éxito de un concierto concreto, sino para el del futuro y consolidación de una gran agrupación orquestal. Hablamos de la figura del director de orquesta.

Cientos de ellos han pasado por el podio de la Sinfónica de Galicia a lo largo de sus 28 años de andadura, pero solo tres elegidos han ejercido de directores titulares. El primero fue el maestro Sabas Calvillo, encargado de crear la OSG y de seleccionar a sus músicos a finales de 1991 y principios de 1992. Y no lo hizo nada mal.

El encargo era claro: había que conformar la mejor orquesta de España. Así fue como ya en el nacimiento de la Sinfónica surgieron los primeros problemas con los músicos gallegos, que de inmediato se vieron apartados y ninguneados, un choque muy similar al sufrido con la creación de la orquesta del Palau les Arts en Valencia años después, donde sucedió el mismo intento de no "endogamizar" la formación con músicos locales -daños colaterales les llaman-.

La OSG, en su creación, se nutría de músicos de catorce países, mayoritariamente estadounidenses y rusos, pero también checos, franceses, alemanes, irlandeses y procedentes de China, Rumanía, Canadá, Gran Bretaña, Islandia, Polonia y Bélgica. También había nueve españoles, pero entre ellos ningún gallego.

Recuerdo los primeros ensayos de la OSG y el primer concierto. Esa orquesta era un polvorín de egos a punto de explotar. Músicos seleccionados por todo el mundo en ciudades como Nueva York, Moscu y Praga. Lo mejorcito del mundo y muchos músicos líderes en sus antiguos equipos que difícilmente serían capaces de formar parte de una agrupación como gregarios. Y así fue. Meses después de su creación, la orquesta estalló en peleas entre sus músicos, con puños incluidos y con ello el fracaso de su primer director, incapaz de asumir ese liderazgo que se presupone a la figura de director de orquesta y al cual los músicos se dirigen bajo el título de "maestro", que simboliza no solo respeto sino el arte de traducir un legado de cientos de años escrito en una partitura dándole su personalidad y maestría, y determinando con ello ser considerado maestro y, a la vez, ganarse el respeto y admiración de los músicos de su orquesta. Y eso Sabas Calvillo no lo consiguió. Pero en su haber tiene haber arrancado el motor de uno de los grandes proyectos culturales y educativos de A Coruña y de Galicia, e imitado en España.

La Orquesta Sinfónica de Galicia dio su primer concierto el 15 de mayo de 1992 en el Palacio de Congresos de A Coruña, hoy llamado Palacio de la ópera. Quizás Sabas Calvillo no era un gran director, o quizás no era el adecuado para llevar las riendas del Ferrari que tenía en sus manos, pero debería pasar a la historia de la ciudad por lo acertado de su planteamiento inicial, aunque se lamentaba por el hecho de que en las filas de la OSG no hubiera ningún gallego. "Pero lo habrá dentro de poco -decía-. A Galicia le hacía falta un modelo musical, y ya lo ha conseguido. Eso es muy importante porque los estudiantes ahora tienen una meta sobre la que trabajar".

El 18 de noviembre de 1992, apenas seis meses después de su debut, el maestro Sabas Calvillo rescindió su contrato como director artístico de la OSG tras la llegada de una figura clave en el devenir y apogeo de la Sinfónica de Galicia, su nuevo gerente, Enrique Rojas.