"O nos unimos o nos hundimos". Este lema que circula por las redes sociales desde hace un par de días expresa en voz alta la rabia de los músicos de la ciudad por el poco alentador futuro que vislumbran siete meses después de que el coronavirus provocase un durísimo golpe a su actividad, a su forma de ganarse la vida en muchos casos. El muy reciente cierre de la sala de conciertos Bâbâ Bar tras más de una década de servicio ha sentado al sector local como un explosivo que ha causado daños difíciles de reparar. Músicos de A Coruña quieren mostrar la situación por la que pasan e implicar no solo a colegas de profesión o compañeros de otros ámbitos culturales, sino a la sociedad en general, para dar visibilidad a su unión y difundir una llamada de rescate. "La cultura es un todo y la gente la necesita. Somos una industria que tiene que funcionar como un bloque, desde el músico que interpreta en un escenario hasta el acomodador de una sala", proclama la cantante Marian Ledesma.

Con 20 años de experiencia y dedicación a la interpretación y la formación musical y tras haber ofrecido solo cuatro conciertos con público desde marzo (y otros dos grabados sin audiencia), la artista encabeza una respuesta de parte de su sector que consistirá en protagonizar acciones con las que reclamar apoyo institucional y exigir ayudas prometidas que, "si las va a haber, no pueden tardar". Una canción protesta entre varios autores, vídeos para reproducir en redes, concentraciones silenciosas en la plaza de María Pita como las que convocaron hosteleros de la ciudad en verano. Ideas a las que Ledesma daba vueltas en su cabeza hasta el fatídico momento en que una de las salas de la ciudad anunció su final.

"Cerró el Bâbâ Bar y esa fue la señal para pasar a la acción, el detonante. Actuar y protestar no pretende ser un reproche sino una visibilización de la magnitud de nuestra mala situación. ¿Cómo vamos a pagar el alquiler de nuestro piso?, ¿cómo vamos a llegar a fin de mes? No podemos vivir con un bono al mes si cuando cierra una sala y no hay más conciertos ni reprogramación, no sabemos a dónde va a parar luego ese dinero. La industria de la cultura está siendo devastada", dice la cantante.

Músicos y artistas, técnicos, programadores y promotores, diseñadores; todos cuentan, y muchos ya han respondido a Marian Ledesma para implicarse y apoyar, participar en las futuras acciones, empujar para salir a flote. "Somos un bloque, y me gustaría decir que la cultura no es ocio nocturno, con todos mis respetos para este sector, aunque algunas de nuestras actividades se realizan en horario nocturno. Nos hemos contagiado de día y de noche", insiste.

"El sector está unido, pero necesita ser representado visiblemente", sostiene Juan Tinaquero, veterano músico coruñés de distintas formaciones y actor de doblaje. "Tenemos todos la sensación de que las administraciones nos han dejado de lado porque no movemos tanto dinero como la hostelería o el turismo. Nadie se preocupa por nosotros", lamenta.

Silvia Penide, otra artista que ha pasado por todos los escenarios de la ciudad y se ha curtido más allá de las fronteras de Galicia, es una de las autoras que se unen a la corriente promovida por Ledesma y demanda el apoyo de las administraciones. Por su propia cuenta se ha dedicado también en los últimos meses a escenificar los ahogos que sufre el sector musical. En septiembre pasado se metió en un escaparate, el del taller de la artista plástica Julia Ares en Monte Alto, para ofrecer un concierto sordo, una actuación con su guitarra que nadie podía escuchar desde la calle. Así está el público también, sin poder escuchar la música en vivo.

"Veo a mis compañeros hundirse y al final, tras el mazazo del Bâbâ Bar y después de tantas pedradas, parece que vamos todos a una. Somos una cadena en la que cada eslabón importa, y los músicos somos un elemento activo de la sociedad que además trabajamos en la música para vivir", recalca Penide.

La pérdida para el sector de la sala de conciertos de la calle José Luis Pérez Cepeda ha abierto una brecha descorazonadora en los músicos y acentuado los temores con los que conviven los responsables de locales similares de la ciudad. Portavoces del Jazz Filloa, la Mardi Gras y Garufa Club han compartido con este periódico el pesimismo que, tras muchos años de dedicación, sienten respecto a la celebración de conciertos en la ciudad y el futuro de sus negocios. "Nos vamos al carajo", dijo con tal claridad Pepe Doré, gerente del Garufa.

Los músicos, también dañados, hacen un llamamiento a la defensa de la actividad y la cultura que promueven y difunden estos establecimientos. "Estamos perdiendo algo que quizá no vayamos a recuperar, algo valiosísimo, y no veo el más mínimo interés de alguien por nuestra situación. Sin estos negocios, heridos de muerte, nos quedamos sin espacios para tantos músicos que no son Leiva, Iván Ferreiro o Xoel López", defiende Tinaquero.