Si el binomio Lendoiro-Arsenio transformó al Dépor en SuperDépor podríamos fijar un cierto paralelismo con el sustituto de Juan Bosco en la Gerencia de la Orquesta Sinfónica de Galicia, Enrique Rojas, y el segundo director titular de la formación, Víctor Pablo Pérez, ya que llevaron a la Sinfónica a las cotas más altas, haciéndola ser reconocida como la mejor Orquesta Sinfónica del país, con éxitos en giras por España, Sudamérica, Alemania y Austria.

Viena ya no parecía tan lejos; por la ciudad eran habituales Frank Peter y Krystian Zimmermann, Mischa Maisky, Gil Shaham y Sophie Mutter? Eran otros tiempos, buenos tiempos económicos, con una magnífica gestión de Rojas, ¡el gerente de los gerentes! Las aportaciones de la Xunta llegaban no solo en tiempo y forma, sino que además llegaban con las cantidades firmadas por Manuel Fraga, entonces presidente del Gobierno gallego, y Francisco Vázquez, alcalde de A Coruña. También se recibía el soporte económico de la Diputación. Y, en especial, estaba el esfuerzo del Concello de A Coruña en la etapa vazquista, con un nuevo modelo de ciudad que había que mostrar al mundo: el recién estrenado paseo marítimo de los más grandes de Europa, la red de museos científicos, con el Acuario, la Casa de las Ciencias y la Domus, y la mejor Orquesta Sinfónica de España. Todo ello coincidía con el esplendor del SuperDépor de Bebeto, Fran y Mauro Silva.

Cual forma sonata, Sabas Calvillo no había llegado ni al final del primer tema -ya que no llegó a cumplir seis meses en su puesto- y aterrizaba en la ciudad el maestro Víctor Pablo Pérez para volver al comienzo, para exponer, desarrollar y reexponer incluso el proyecto inicial de la OSG.

Ese halo de formador de orquestas que traía a sus espaldas no hizo más que refrendarse al poco tiempo de su llegada. Su mayor acierto fue la elección de los músicos de la orquesta. Recuerdo que en la primera edición de Batutas e Bastóns, en Culleredo, me decía "no elijo al mejor violinista, o al más técnico o virtuoso, elijo a la persona o músico para un puesto concreto". Y acertó. La OSG era arrolladora. ¡Qué sonido! Las obras más grandes de Mahler, Shostakovich, Bruckner, Beethoven? no hacían más que recibir atronadoras ovaciones y aplausos interminables en cualquier auditorio. La OSG que recompuso Víctor Pablo tenía unas cuerdas -violines, violas, violonchelos y contrabajos- sublimes, pero lo que hace una orquesta pasar de buena a top es que si a esa cuerda increíble le sumas lo mejor de lo mejor en instrumentos de viento, la conviertes en insuperable. Y sí, la OSG era top. En mi opinión, supo encontrar un equilibrio perfecto entre líderes y grandes instrumentistas que trabajan en equipo para lograr un resultado excepcional. Y esos líderes estaban claros: Massimo Spadano como primer violín, David Quiggle como líder de violas, David Etheve en el chelo, Vicente Alberola al clarinete, Casey Hill al oboe, Steve Harriswangler al fagot, David Bushnell a la trompa, Aigi Hurn a la trompeta y Simon Levey al timbal lideraban a una OSG que triunfaba concierto tras concierto con los solistas o directores invitados más grandes que se acercaban al noroeste de España atraídos por ese runruneo que se creó en el mundo de la música clásica, en el que un proyecto nuevo despuntaba en España. Todo el mundo se preguntaba cuál era su secreto.

Para el binomio Rojas-Víctor Pablo no parecía suficiente, había que pensar en el futuro, tener una cantera y por ello crearon la Escuela de Práctica Orquestal, que además de tener como referencia para los alumnos a los músicos ya citados añadía a ese cóctel a importantísimas figuras de la orquesta, como el trompista James Ross, el clarinetista Juan Ferrer, la flautista Claudia Walker y los trombonistas John Etterbeek y Petur Eriksson. La escuela, más tarde, se transformó en lo que hoy es la Orquesta Joven de la OSG, por la cual hemos pasado un porcentaje altísimo de los que hoy somos profesores de los conservatorios de toda Galicia, profesores en otras orquestas de España y Europa, e incluso miembros actuales de plantilla de la OSG, que ha encontrado en esta escuela su cantera.

Ultreia, del Maestro Rogelio Groba, fue la primera obra que sonó en el concierto inaugural, y que toma el título del grito de los peregrinos a su llegada a Santiago. De la misma manera podríamos haber gritado ¡Hércules! en el año 1995, cuando el violinista coruñés Enrique Iglesias pasa a ser miembro de la plantilla de la OSG y con ello entra en la historia como el primer músico gallego en esta formación.

En 1998 se constituyó el magnífico Coro de la OSG, que tantas y tantas alegrías nos sigue dando en la actualidad bajo la dirección de Joan Company y que mantiene su evolución con sus proyectos de coros jóvenes. Son años de esplendor, los gerentes se suceden con gran éxito: Patrick Alfaya, continuador de la senda que dejaba Enrique Rojas, y Félix Palomero, ambos súper gerentes que otras instituciones nos robaron para liderar proyectos punteros en la cultura española. En esos años, Víctor Pablo Pérez, el maestro que hizo tocar el cielo a la OSG, seguía batiendo records en el banquillo de la sinfónica superando con creces incluso a Arsenio en el Dépor, y con ello provocando un desgaste lógico tanto en los músicos de la orquesta como en el propio maestro, que necesitaban nuevos retos que afrontar para seguir creciendo. Ello provocó la firma de su último contrato como titular con Oriol Ponsa i Martí como gerente, acabando con un récord de veinte años como director titular y siendo nombrado director honorífico.

Mucho o todo le debe la actual OSG al maestro Víctor Pablo: la elección de sus músicos; mostrarla al mundo en las giras; su maestría y tacto en el contacto permanente con los políticos para preservar y elevar el proyecto; poner en marcha el proyecto de la cantera musical gallega, el coro; y, sobre todo, hacer sonar A Coruña en todos los rincones musicales de España.