Imagínese la suerte de poder valorar numéricamente o de poder escribir en una encuesta semanal el trabajo de tu jefe, y con ello el devenir de su futuro laboral. Probablemente muchos jefes no lo superarían o no podrían con la presión, pero lo cierto es que así funciona una orquesta profesional con los directores invitados. Y en el caso de Dima Slobodeniouk no fue diferente. Y él fue el elegido por los músicos de la Orquesta Sinfónica de Galicia para ser su tercer director titular.

Dima Slobodeniouk llegaba a la ciudad sin ser el favorito en las encuestas para suceder a Víctor Pablo Pérez, que, según las crónicas de esas fechas, postulaban al gran maestro italiano Carlo Rizzi. Su primer contacto con la orquesta no pudo ser más fortuito: una sustitución provocó ese encuentro e idilio entre orquesta y director que continúa hoy en día.

Slobodeniouk aterrizó aún sin un gran nombre a sus espaldas, pero con la confianza de los músicos de la orquesta, que supieron leer el futuro y la carrera del maestro. Carrera que no ha parado de crecer y crecer tras su llegada, y que ha recibido el reconocimiento mundial, que lo ha llevado a subir su batuta en los podios de las mejores orquestas del mundo, como la Filarmónica de Berlín, y las Sinfónicas de Londres, Viena y Chicago mientras mantiene la figura de director titular en la OSG y de la Sinfónica de Lathi, en Finlandia), país al que está fuertemente vinculado junto a su Rusia natal.

Al poco de llegar a la ciudad ya dejó constancia de que provenía de una nueva generación de directores con una gran escuela y técnica orquestal, muy minucioso, detallista, fiel a la partitura y sobrio en el podio, sin las florituras que otros directores utilizan para tapar sus carencias. Hombre de una gran sentido del humor y culto, ya se le puede escuchar expresándose en castellano, después de unos comienzos en los que se comunicaba en inglés, idioma que domina junto al finés y el ruso. Es un apasionado de pilotar avionetas, afición que disfruta en el aeropuerto de Alvedro cuando está dirigiendo en casa, y es habitual cruzárselo en su bicicleta por el paseo marítimo.

Ante sí, como nuevo director artístico, afrontaba varios retos. La orquesta atravesaba su momento de madurez, rozando los 25 años de historia. Esta etapa indica, por una parte, que en unos años se iniciará gradualmente un proceso de renovación de la orquesta, uno de los grandes aciertos de su predecesor: la selección de sus músicos. Y, por otra, es el momento de extraer artísticamente lo mejor de los músicos, que año tras año, en sus atriles, pierden el fuelle que solo la juventud aporta y necesitan de gran motivación, ilusión, maestría y carisma para sacar lo mejor de ellos mismos, cual entrenador de fútbol con sus estrellas.

La estructura de la orquesta atravesaba un gran momento y ese éxito no solo se debía a sus músicos. Para que un proyecto de este calibre funcione, tiene que haber un equipo técnico detrás cuyo trabajo sea igual o superior al de sus músicos, para permitirles centrarse exclusivamente en sus tareas artísticas y musicales. Desde la época de Víctor Pablo Pérez, la orquesta disfrutaba de un cuarteto técnico de lujo que perfectamente podría pertenecer a cualquier orquesta del mundo: Ángeles Cucarella, coordinadora general; José Manuel Queijo, jefe de producción; José Manuel Ageitos, regidor; y Javier Vizoso, jefe de prensa. Los cuatro eran los encargados de mimar, organizar el trabajo y hacer visible a esa orquesta que se abrió hueco en el panorama musical europeo, no dejaban, ni a día de hoy dejan, nada al azar.

La orquesta joven, cantera de músicos gallegos, tras James Ross, Rubén Gimeno y David Ethève como directores, brillaba de la mano de Alejandro Sanz en la dirección académica, en un encomiable y poco reconocido trabajo, pero pleno de esfuerzo e ilusión por ayudar a esos jóvenes talentos que surgen de la magnífica labor educativa de todos los conservatorios de Galicia y que desean ampliar su formación orquestal de una manera más cercana a lo profesional.

Son nuevos tiempos para la orquesta, esa conjunción entre madurez y savia nueva de los más jóvenes, que por su trayectoria artística a nivel europeo ya son considerados pesos pesados en el seno de la orquesta, como David Villa en el oboe, María José Ortuño a la flauta y el gallego Nicolás G. Naval en la trompa, sin olvidarnos de José Trigueros en los timbales, con una prometedora carrera como director de orquesta que le ha hecho merecedor de ser nombrado director asociado de la orquesta. Todos ellos deben ser nuevos pilares junto a los Spadano, Zecharies, Ferrer, Hill, Walker, Harriswangler, Bushnell y Eterbeck para lograr otro de los grandes retos que tiene la OSG y la ciudad de A Coruña como es el de recuperar el entendimiento con la Xunta en lo referente al apoyo económico de la misma.

En el anterior artículo, comenté la etapa vazquista, y no debemos pasar por alto la estupenda y gran apuesta de Manuel Fraga por la educación musical en los años 90 en toda Galicia y, en concreto, por proyectos como la Xove Orquestra de Galicia, la Sinfónica de Galicia, la Real Filharmonía de Galicia, la creación de los actuales Conservatorios Superiores de la comunidad y la consolidación de la red de conservatorios profesionales de la Xunta fueron en su mandato. Alberto Núñez Feijoo es un excelente continuador, pero, aunque la situación económica no es la que era, no se entiende que no se plasme un nuevo acuerdo económico, aprovechando la sensibilidad y buen hacer del conselleiro de Cultura, Román Rodríguez, a través de un nuevo convenio con el Concello de A Coruña, con Inés Rey al frente. El ente autonómico debe entender que la Sinfónica de Galicia no es exclusividad de A Coruña sino que es patrimonio de todos los gallegos y que, junto a la Real Filharmonía de Galicia, muestra a España que somos números uno en algo tan denostado en estos tiempos Covid, como es la cultura musical.