Ramón Martínez otea ya los cuarenta años de trabajo en su carnicería de la plaza de San Agustín y reconoce que ni él, que ha vivido todo tipo de vicisitudes y momentos en su negocio, estaba preparado para un tsunami como el del coronavirus, agravado ahora por la bajada de persiana de la hostelería durante un mes. "Si me faltan los restaurantes, adiós. Antes ganabas para mantener un empleado o a una familia holgadamente y ahora... Llevo desde los 17 años trabajando en esto y tengo 54 y yo ya no sé qué inventar", admite quien distribuye género de manera diaria a una docena de establecimientos hosteleros de su entorno. Afirma que "con cuatro o cinco señoras" que pasan diariamente por el puesto a comprar "200 gramos de carne picada" no le salen las cuentas y avisa de que el entorno del mercado principal de Pescadería sin la vida y el reclamo de los bares de alrededor se convierte en una zona muerta. "Es como A Cidade Vella, no hay nada, y más con problemas de aparcamiento. Como esto dure mucho más nos va a fundir a todos", concede mientras cavila cómo capear el temporal.