"Estamos estudiando cuál podría ser su futuro en función de la continuidad de los espacios peatonales de O Parrote con los de la Batería y Calvo Sotelo", declaró la semana pasada a este periódico sobre el centro comercial Los Cantones Village Carlos Nárdiz, el director del estudio encargado por el Concello a la Universidade sobre el futuro de los terrenos del puerto. Esa iniciativa refleja el cuestionamiento que existe en la ciudad acerca de un inmueble que el pasado verano cumplió quince años y cuya evolución a lo largo de ese tiempo refleja el fracaso del modelo con el que fue concebido.

Aunque cuando se gestó el proyecto de construir un edificio singular en los terrenos donde se encontraba la antigua estación marítima se hablaba de que sería el "Guggenheim coruñés", lo cierto es que ni siquiera sus promotores quedaron satisfechos, ya que el propio exalcalde Francisco Vázquez calificó su diseño interior de un "poquito cutre".

Pero la principal crítica que se realiza a este inmueble es que constituye una barrera visual entre el centro de la ciudad y el mar, por lo que cuando ahora surge la oportunidad de reordenar los terrenos que se encuentran en sus proximidades se habla de aprovechar la ocasión para repensar cuál puede ser su futuro. Nacido en 2005 como El Puerto Centro de Ocio con 17.508 metros cuadrados de superficie, 44 locales comerciales, 11 cines, y 500 plazas de aparcamiento, la instalación estuvo marcada desde el primer momento por la polémica.

La primera piedra del edificio fue colocada en octubre de 2001, pero las obras no comenzaron hasta seis meses después y se prolongaron tres años. La inversión realizada fue de 45,3 millones de euros, de los que 15 de los aportaron Xunta, Ayuntamiento y Autoridad Portuaria, mientras que el resto correspondió a la adjudicataria del concurso, la Sociedad de Fomento y Desarrollo Turístico, integrada en el grupo Comar que preside José Collazo.

Dos meses después de que hubiese sido inaugurado el último de los edificios, el Gobierno local de Francisco Vázquez concedió a la constructora la licencia necesaria para levantarlo, irregularidad que se sumó a la de su apertura al público sin el preceptivo permiso municipal. La cadena de contratiempos continuó con el recurso presentado por una de las empresas que participó en el certamen para la construcción del complejo, que llevó al Tribunal Superior de Xustiza de Galicia a dictaminar que la adjudicación fue irregular. El fallo judicial estimó que el concurso convocado por el Puerto premió "a la peor de las tres propuestas" y que la obra "empeoró el ya deficiente proyecto básico", así como que esta actuación implicó "la pérdida de una ocasión única para la ciudad".

En 2007, pese que aún no se había iniciado la crisis económica, los gestores del centro tuvieron que introducir comercios de moda para captar visitantes, pero ni así el edificio, bautizado como Alas de gaviota, consiguió remontar el vuelo.

La falta de resultados motivó en 2010 un cambio de gestión y de nombre para la instalación, que pasó a denominarse Los Cantones Village, pero tampoco varió la trayectoria del complejo, ya afectado por la recesión. El progresivo cierre de locales hizo que una de sus plantas se especializara entre 2010 y 2012 en establecimientos de ocio nocturno.

Los propietarios de la mayoría de ellos, los empresarios Juan Carlos Rodríguez Cebrián y Luis Diz, impulsaron la ocupación de 2.700 metros cuadrados con la discoteca y sala de espectáculos Pelícano, cuya apertura en 2016 obligó a cerrar el resto de establecimientos de la planta baja del inmueble. Este tipo de negocios, junto con los cines, son los únicos que persisten ahora, por lo que gran parte del recinto se encuentra desocupado.

Cuando el Concello dio por concluido en el pasado mandato el contrato de alquiler del hotel Atlántico, la ubicación en su planta baja de Casino Atlántico hizo prever la posibilidad de que tuviera que cambiar de ubicación, por lo que se estudió su posible traslado a Los Cantones Village al estar ambos recintos gestionados por el mismo grupo empresarial. Finalmente no fue necesaria esa operación, que habría aprovechado la existencia de superficie libre en la planta baja que la sala Pelícano no llegó a ocupar. En esa misma planta funcionó durante años la Oficina de Rehabilitación del Concello hasta su traslado a un local de la estación de autobuses.