Después de 40 años tras el mostrador, uno aprende un puñado de cosas. Manuel Fernández ha visto pasar modas y cambiar tendencias, pero su misión ha sido siempre la misma: ofrecer a su cliente un producto que sin duda, conoce. “Si sé de antemano que un calzado no es bueno, no me atrevo a recomendarlo. Me gusta mucho escuchar la opinión de la gente”, asegura. Porque en La Casa de las Zapatillas, el propio producto es el que presenta sus bondades al cliente.

Lo hace a través de los singulares cartelillos que Manuel Fernández ha ido colocando, a lo largo de los años, en cada elemento de su stock. Cada par tiene su mensaje, de modo que el cliente puede saber, de antemano y sin descalzarse, si el producto en el que ha posado los ojos se ajusta o no a sus necesidades. Ahora, su dueño se jubila tras cuatro décadas, pero no dejará su posición del todo. El negocio queda en manos de sus hijos, quienes obtienen libertad para reconvertir la tienda como deseen, pero el puño y la letra de los carteles seguirán siendo los de Manuel. “Ahora les queda a ellos. Creo que está en buenas manos, esto da de sobra para sacar a la familia adelante. Yo sigo viniendo y les sugiero cosas, a veces hacen caso, otras no”, ríe.

Aunque seguirá vigilante para que nada se descontrole, Manuel admite que “un pequeño revulsivo” siempre es necesario, que los tiempos cambian y que hay que adaptarse. “Pero sin perder la esencia”, puntualiza. Desde luego, la esencia de los mensajes no tiene visos de desaparecer. En ocasiones, el propio Manuel se queda en el exterior, simulando ser un cliente, para observar las reacciones de los viandantes. “Ves lo que comentan cuando se paran. A algunos les causa mucha gracia, a otros no les gustará y lo criticarán. Lo importante es que hablen de uno, aunque sea mal”, bromea.

De lo que no cabe la menor duda es que sabe lo que vende. Estas, como los buenos modales, no pasan de moda, reza el letrero que acompaña a las zapatillas de cuadros de andar por casa de toda la vida. Este es uno de sus imperecederos. “Estas se siguen vendiendo como siempre, la se lo llevas a cualquiera y las reconoce”, explica. Sus mensajes son, ante todo, honestos; porque la mentira tiene las patas muy cortas, sobre todo si va mal calzada. Estos, modernos, no son, pero si busca algo cómodo, este es su calzado, dice un cartel sobre unos zapatos clásicos de hombre, que tampoco han minado su éxito de ventas. Esta marca no baja los precios, pero mantiene su calidad, dice otro, porque en ir bien calzado es algo en lo que hay que invertir.

“Hoy en día los jóvenes van mucho a las marcas, a la zapatilla que lleva ese jugador famoso que está de moda. Hay mucho tenis de plástico o microfibra. Es lo que hay, todos fuimos jóvenes y la juventud solo se vive una vez”, concede. Lo que si va cambiando es otro tipo de clientela que antaño copaba las ventas y que hoy va yendo a menos conforme avanzan los tiempos.

“El zapato de señora mayor ya no se vende, porque las señoras de ahora quieren algo más moderno. Tampoco ves zapato de luto, porque la gente ha dejado de llevarlo. Antes, a partir de los 50 años, la gente ya se ponía de luto para siempre, y después, de alivio”, recuerda. Otro sector de su target, las religiosas, que escogían su tienda para hacerse con “calzado cómodo, clásico y con cordón”, ha ido a menos conforme iban minando, también, las vocaciones.

Los tenis J’Hayber llevan 40 años vendiéndose, las Converse tuvieron su momento, las Victoria van por rachas y ahora el mercado lo dominan Nike y Adidas, pero hay cosas que no deben, o no deberían cambiar. Manuel Fernández lo tiene claro: ni la buena atención al cliente, ni el producto de calidad, ni la seriedad del vendedor deben sucumbir a la rapidez de los nuevos tiempos, elementos endémicos del pequeño comercio. “Hoy en día tienes internet, Amazon... los jóvenes abren negocios con toda la ilusión, y la competencia hace, a veces, que no funcionen”, lamenta.