“¿Dónde están las preocupaciones de clase…? Una risa silenciosa dilataba mis labios viendo realizado el ideal de fraternidad e igualdad de tan perfecto modo”. Quizás el divulgador científico Xosé Antón Fraga no recordará quién es la autora de esas frases, porque en el libelo contra Pardo Bazán que publicaba el pasado 31 de diciembre en este diario demuestra a las claras que no ha leído con atención la extensa obra narrativa de la escritora, a pesar de ser un experto en su articulismo científico.

Bajo el pretexto de contradecir al presidente de la Xunta de Galicia cuando proponía convertir el Pazo de Meirás “en el faro de la igualdad” para reafirmar el legado de la escritora “como precursora de la igualdad de derechos”, el autor ha puesto un denodado esfuerzo en localizar citas y datos, frases y comentarios, descontextualizados y sin dar las fuentes, para hacer un retrato un tanto deformado de doña Emilia que sería elitista, clasista, racista y supremacista; inhumana, cruel, maltratadora y desagradecida; tradicionalista, carlista y absolutista; xenófoba, antisemita e incluso !antifeminista!. Una joya, vamos…

Una vez más, la más importante escritora coruñesa de todos los tiempos insultada, vilipendiada, calumniada, despreciada y pisoteada… por un hombre que, además, es miembro —correspondiente— de la Real Academia Galega y ha sido director del Instituto José Cornide de Estudios Coruñeses. Los Académicos de la Española le dedicaron parecidos improperios cuando fue candidata a un sillón de la Docta Casa, aunque fueron algo menos despiadados.

Quizás sea necesario recordar lo obvio, que Pardo Bazán vivió entre 1851 y 1921, es decir, durante buena parte de su vida tuvo una mentalidad decimonónica, como es lógico, y en muchos asuntos pensaba exactamente lo mismo que sus colegas progresistas, Galdós o Clarín. Ambos opinaban también que la raza indoeuropea era superior y que la cultura era elitista, en lo que se diferenciaba doña Emilia era en su defensa de la igualdad de mujeres y hombres porque Clarín, por ejemplo, llegará a decir que las novelas de Emilia Pardo estaban escritas por el pensamiento de un hombre que milagrosamente tenía cuerpo de mujer.

Tenemos que tener en cuenta el contexto histórico en el que se desenvolvió la vida de Emilia Pardo Bazán que, sin embargo, en muchos aspectos fue muy adelantada a su época. En sus concepciones políticas y sociales, doña Emilia evolucionó con el siglo XX, desde el carlismo de su juventud —a pesar de haber nacido en el seno de una familia liberal que fue represaliada por los absolutistas— hacia posiciones cercanas al conservadurismo liberal y de hecho colaboró asiduamente en los principales periódicos liberales de la época.

No tenía una “visión medieval e elitista” ni mantuvo una “oposición radical á mobilidade social”, como demuestra la cita que abre este artículo, perteneciente a su novela La sirena negra (1908), puesta en boca del protagonista, Gaspar, quien renuncia a casarse con una pretendienta rica para ligarse a una mujer pobre y gravemente enferma de tuberculosis. Cuando esta fallece, se hará cargo de su niño de seis años, adoptándolo como hijo propio, sin importarle las críticas de la alta sociedad madrileña a la que pertenece.

Parece molestar a algunos intelectuales el título nobiliario que sólo ostentó la escritora los tres últimos años de su vida —con mucho orgullo por cierto— y no desde la muerte de su padre, como se afirma en este libelo. En efecto, don José Pardo Bazán falleció en 1890 y su hija, legítima heredera del título pontificio excepcional de Conde de Pardo Bazán, no se preocupó en absoluto de él hasta 27 años más tarde en que solicitó y obtuvo la sucesión para convertirse en Condesa de Pardo Bazán, solo en 1917. También es radicalmente falso que quisiese tener dos títulos nobiliarios y nunca los tuvo: En 1908 Alfonso XIII, por su notabilidad literaria y social, le concede el título del Reino de Condesa de Pardo Bazán, por lo que más tarde solicita su transformación en Conde de la Torre de Pardo de Cela para evitar la duplicidad e inmediatamente lo cede a su hijo primogénito, Jaime Quiroga y Pardo-Bazán, a quien por Real Carta de sucesión de 21 de julio de 1916 se lo otorga ese título nobiliario.

En este capítulo de oprobios nobiliarios se afirma que Jaime habría hecho ímprobos esfuerzos para obtener la inclusión de su título entre los Grandes de España. Lo que en realidad ocurrió es que, a la muerte de doña Emilia, se levantó espontáneamente un clamor popular, especialmente desde Galicia y desde A Coruña, pidiendo para la escritora la concesión de una Grandeza de España, como homenaje de “admiración a insigne mujer, maravillosa inteligencia, gloria de España, orgullo de Galicia y aún más singularmente de La Coruña, su ciudad natal”. Enviaron telegramas con este texto cámaras, asociaciones, sociedades e instituciones de toda Galicia, la Universidad de Santiago, el Instituto de Estudios Gallegos o la Real Academia Gallega, en un telegrama firmado por su más feroz enemigo, Manuel Murguía.

Son también radicalmente falsas otras graves acusaciones como que doña Emilia despreciaba a los labriegos y trabajadores, como revela su novela La Tribuna (1883) en la que por primera vez se da voz a un colectivo de modestísimas trabajadoras, las cigarreras de la Fábrica de Tabacos, con las que además convivió doña Emilia para retratar con fidelidad su vida miserable y sus duras condiciones de trabajo. De una de ellas, Amparo, La Tribuna, hará una auténtica revolucionaria, una lideresa social y política frente al miserable burgués que la seduce y abandona. La autora de La Quimera ejercía un cierto elitismo y gustaba de relacionarse con la nobleza, pero nunca fue clasista ni ejerció ningún tipo de odio de clase, sino todo lo contrario.

Quien hasta hace poco tiempo fuera director del Instituto de Estudios Coruñeses recurre a Murguía citando aquellas “Cuentas ajustadas, medio cobradas” publicadas por el marido de Rosalía en 1896, durísimo ataque a Pardo Bazán por su condición de mujer: “Como hembra, reúne todas las condiciones que perdieron a la madre Eva”, decía aquel machista recalcitrante que hizo de su esposa una mujer sumisa y una mártir. Tan abyectos eran aquellos libelos que el propio Fernández Latorre escribió un editorial de desagravio, afirmando que se habían publicado sin su consentimiento y sin su conocimiento.

Doña Emilia no sólo no atacó a Zola y al naturalismo, sino que fue la primera en adscribirse a ese movimiento literario en España, y lo hizo con éxito, provocando el escándalo entre las facciones más conservadoras. En su Casa Museo están las novelas dedicadas que le envió el propio Zola, a quien trató personalmente. Lo único que hace en La cuestión palpitante (1883), obra elogiada por el autor de La bête humaine, es matizar algunos planteamientos extremos como el determinismo fisiológico y biológico que anularía la libertad del individuo. Aunque esas matizaciones están fundamentadas en sus creencias religiosas, la ciencia le ha dado la razón y hoy ya nadie mantiene aquellas tesis deterministas.

Se insiste hasta la saciedad en el absolutismo y el tradicionalismo carlista que constituyen la ideología de la autora de Los Pazos de Ulloa, pero debemos recordar que el propio pretendiente, don Carlos, escribirá al también coruñés Cándido Nocedal que doña Emilia es una “liberal, extraña a nuestro campo”. Nadie como la propia escritora para definir su pensamiento político libre e independiente en una España siempre dividida en dos facciones irreconciliables: Los conservadores de la extrema derecha me creen “avanzada”, los carlistas “liberal” —que así me definió don Carlos— y los rojos y jacobinos me suponen una beatona reaccionaria y feroz, tal como escribió en La Nación de Buenos Aires el 5 de noviembre de 1910. El carlismo intransigente de los Nocedal se levantará en armas contra ella cuando Pardo Bazán inicia una valiente campaña contra la pena de muerte y solicita el indulto para una mujer y varios hombres condenados a la pena capital.

Pero lo que nadie había discutido hasta ahora, su avanzado y audaz feminismo, también es puesto en cuestión aquí, dadas esas bases ideológicas que ya se dan por sentadas: “De todas formas, e se temos en conta as súas posicións racistas e clasistas, contrarias é movilidades social, xorden interrogantes á hora de identificar ás mulleres obxecto de dereitos para Emilia Pardo Bazán e os límites destos”. En síntesis, este libelo viene a decir que la sociedad aristocrática defendida por Pardo Bazán sería misógina y, por tanto, difícilmente compatible con la igualdad de derechos, iniciativa del mundo ideológico del liberalismo progresista y de la izquierda del siglo XX.

La guinda llega cuando se afirma que doña Emilia maltrató a otras mujeres y tuvo actitudes misóginas hacia ellas. En este punto se vuelve al mantra de Murguía, que tanto odiaba a la autora de La Quimera, y que no le perdonó la celebración de un brillante acto de homenaje a su mujer unos meses después de su muerte, donde pronunció un discurso memorable sobre la poesía gallega y sobre la autora de Cantares Gallegos. En aquel discurso leído un 2 de septiembre de 1885 Pardo Bazán no solo no menospreció la obra de Rosalía sino que aportó el primer estudio crítico serio sobre su poesía como reconoce Carballo Calero y no fue un acto de afirmación personal suyo, como sostuvo Murguía, que sí hubiera querido tener protagonismo en un acto presidido por Castelar.

No sé a ciencia cierta contra quién va dirigido este libelo: contra Feijóo y la Xunta, contra las propuestas de dedicar Meirás a la escritora que lo construyó y a los valores que representó o contra la misma persona de Emilia Pardo Bazán. No imagino un ataque semejante contra Clarín en Oviedo o contra Galdós en La Palmas, pero aquí somos diferentes y tiramos piedras contra nuestro propio tejado, por eso somos capaces de descalificar a una mujer tan excepcional que - pese a quien pese - tuvo un “ideal de fraternidad e igualdad” como el protagonista de su novela La sirena negra.