Carlos Martín dirige y actúa en Don Quijote somos todos, que adapta el mito del caballero andante a los tiempos de la España vaciada hoy en el Rosalía a las 20.00.

Tras tantos cientos de años desde su publicación, ¿qué tiene El Quijote que se sigue reinventando?

El punto de locura del personaje, capaz de convertir en asombrosa las situaciones por las que el personaje transita. Creo que eso es lo que hace que por un lado las situaciones tengan ese tinte de humor, pero al mismo tiempo lo que ocurre alrededor, que al final es la cruda realidad, se tiñe de algo que acaba siendo absurdo. La realidad es muy cruda, los episodios de El Quijote son así: hay mucha crueldad en los garrotazos, sin embargo, el personaje transita con esta idealización de las cosas. Creo que la situación de Sancho es otra visión de la realidad, pero al final se contagia, y Sancho está tan loco como el Quijote. Hay algo de la idiosincrasia de cómo somos en el país.

La obra conserva muchas referencias del libro original.

La peculiaridad de nuestra puesta en escena, de nuestra versión de El Quijote, es que el personaje es colectivo. Es un don Quijote que se colectiviza, en el sentido de que este pueblo de la España vacía, que está a punto de desaparecer, encuentra en reclamar que el lugar de origen de cuyo nombre nadie se acuerda es precisamente ese pueblo. De alguna manera, los habitantes del pueblo, los pocos que quedan, la forma de sobrevivir que encuentran es transitar por las aventuras del Quijote, quijotizarse. Poco a poco, el sustrato de los habitantes se va desvaneciendo, y queda cada vez más ese Quijote. Están los molinos, los galeotes... Todo eso transforma al pueblo.

Los habitantes del pueblo se muestran, al principio, escépticos. ¿Tiene algo de la realidad de la España vaciada?

Sí, nosotros somos de Aragón, donde ocurre esto. Al perderse la esencia de lo que el pueblo tenía, los niños jugando en las escuelas, el médico... de algún modo, hay un lógico escepticismo. El alcalde se inventa una serie de tramas, el pueblo tiene una ilusión, lo cambia, y eso también hace que sus vivencias y deseos personales aparezcan. Las relaciones entre los habitantes se modifican. Aunque la realidad siempre va a estar presente, el pueblo ha aprendido que puede reinvidicar su existencia gracias a esa ilusión quijotesca. Las vivencias de los vecinos y las aventuras del Quijote van en paralelo.

La obra, a pesar de ser una comedia, tiene un punto crítico hacia el problema del interior de España que es el éxodo hacia las ciudades.

Sí, aparecen esos tintes berlanguianos en el hacer de la obra. Aparece una reflexión sobre ese país nuestro que sigue siendo un país muy centralizado desde Madrid, este vaciamiento de muchos pueblos, que han perdido la esencia propia al saltar hacia las ciudades, la oportunidad de generar una economía propia.

Pueden haber inventado una forma de dinamizar estas áreas. ¡Quizá les copien la idea!

Sí que observamos que es un tema como muy del día. En las ciudades, pero especialmente en los sitios más pequeños, en los teatros de los pueblos, hay un hálito de esperanza, la gente se siente identificada. El aburrimiento es un mal compañero, hay que reinventarse. Es algo que está empezando a ocurrir. Tras le confinamiento, la gente está volviendo a los pueblos para teletrabajar.