Rocío Lariño, la propietaria de la cervecería Malos Hábitos, no ha tenido que hacer ni cuentas para pensar si le compensaba abrir o no con las nuevas restricciones impuestas por la Xunta a la hostelería. “Nosotros abríamos a las seis de la tarde y ahora a esa hora hay que cerrar”, relata. Cambiar el horario e intentar sacarle rendimiento a su local de la calle Galera en esta etapa ya no es siquiera una opción. “Intenté abrir por la mañana, pero no da. Trabajaba yo sola todo el día y total, para no cubrir gastos”, lamenta Lariño, que ansía volver a aquella vieja normalidad en la que levantaba la verja pasadas las seis y los clientes más madrugadores, recién salidos de la oficina, la ayudaban a colocar los barriles en la terraza, y servía cervezas y bolitas de queso hasta las tres de la madrugada, con el bar atestado dentro y también fuera.

Antes, necesita otra cosa, “que el Concello ingrese el Presco”, ya que todavía no ha recibido la parte que le corresponde de los bonos municipales de ayuda a la hostelería. Asegura que tiene “ganas de volver” a trabajar y de reencontrarse con sus clientes, pero la situación la aboca a mantener la verja cerrada ya que su terraza es muy pequeña y abrir solo para una mesa y en un horario que no es el suyo, no le compensa.

Tampoco tuvo que hacer cuentas Francisco Raña, del Puerto Mar, en A Palloza. Su local no tiene terraza, así que, “no hay nada que pensar”. Tiene que echar el cierre, porque le obligan y no tiene otra opción. ¿Y los clientes cómo están? “Pues apenados”, dice Raña, del otro lado del teléfono, con el negocio cerrado y dejando huérfano a Os Castros de su tortilla.

Ana Silva, propietaria del Valentín, sí que hizo muchos cálculos antes de decidir qué hacer. Su negocio tiene terraza, incluso entrega a domicilio de comida, pero “los números son los números”, resume. Y las cuentas le dicen que es mejor cerrar “y no malgastar los pocos recursos” que le quedan, porque esa inversión puede salir mal y no tiene vuelta atrás. “Si tuviésemos una terraza más grande, si estuviese cubierta o si tuviésemos más consolidado el servicio de comida para llevar, nos pensaríamos seguir abiertos, pero ahora mismo no es rentable”, explica Silva, que confía en que el Gobierno apruebe un plan de rescate para la hostelería. “Dependen muchas familias de los locales, no solo los hosteleros, sino proveedores, comerciantes...”, relata con la esperanza de volver a abrir sus puertas “muy pronto”.

Pedro Villarino, ayer, en A Cova Céltica, con la verja bajada. | // V. ECHAVE

“Tenemos muchas ganas de trabajar, pero de hacerlo bien”, comenta Silva, sabiendo que se vienen, cuando menos, unas semanas muy complicadas para la hostelería coruñesa. “Si no nos dan ayudas, a ver quién sobrevive en la ciudad, porque la terrazas no son muy grandes y los números no dan, pero cada negocio es un mundo”, resume la propietaria del Valentín.

A Cova Céltica, en la calle Orzán, tiene también una terraza muy pequeña, la licencia es para seis mesas, así que, las nuevas restricciones les dejarían ocupar tres de ellas y, con ese panorama, según relata Pedro Villarino, copropietario del local, “no compensa”. Considera que estas medidas no son otra cosa que un “cierre encubierto de la hostelería”, un sector que, desde el inicio de la pandemia se ha visto especialmente afectado por las restricciones

“La propia idiosincrasia de la hostelería de la ciudad impide que sea rentable abrir así”, comenta, haciendo hincapié en que muy pocos locales tienen terrazas grandes y habilitadas para que no les afecte que se les reduzca el aforo a la mitad y que tampoco están preparadas para que sus clientes estén tomando algo a gusto en pleno invierno coruñés, con lluvia y viento.

En el caso de A Cova Céltica, se complica abrir las puertas también por el tipo de local que es, ya que sus clientes empezaban a ir casi cuando ahora hay que meterse en casa. “Es de media tarde y de noche, no tenemos cocina y la cafetera es pequeña, no da para hacer un buen servicio de ese tipo”, comenta Villarino, que no discute las medidas sanitarias para evitar contagios, pero sí que cree que se ha “demonizado” al sector y que, a cambio, no se ha actuado en consecuencia, poniendo a disposición de los hosteleros ayudas y compensaciones económicas.

Xabi Barral, de La Barbería, todavía no ha decidido qué harán en el bar, si intentarán seguir abiertos o cerrarán, como tantos otros compañeros para, por lo menos, no perder más. Y es que, la medida de prohibir el consumo dentro de los locales los deja tocados y, a muchos, hundidos, después de casi un año en el que apenas han tenido actividad.