Las obras de rehabilitación de uno de los dos edificios modernistas que quedan en la avenida de Oza empujan a echar la vista un siglo atrás y emiten destellos de un esplendor, perdido en el tiempo, que plagó la zona hacia 1920 de viviendas señoriales, casi todas perdidas al ser engullidas por la ciudad y por el propio ladrillo. Los chalés de Long, de la Marquesa de la Atalaya o Villa Sira son algunos ejemplos de diferentes edificaciones crecidas en torno a la carretera a A Pasaxe, entonces de periferia, nacidas en los años de la anexión del ayuntamiento de Oza y que se mantienen en el imaginario colectivo de los vecinos de los barrios de Os Castros y A Gaiteira.

Todo empezó en los últimos años del siglo XIX y a principios del XX y ya en los años 20 se colmó todo el vial de “chalecitos y casas con gusto”, según explica el investigador José Carlos Alonso. En ese pico, antes de que los edificios de viviendas y la etapa desarrollista tomasen el barrio, se vio impulsado el crecimiento porque entonces “ya operaba el tranvía hasta San Pedro de Nós” y el entorno se urbanizó, ganó en “arbolada” y “adquirió “otro estatus”. “Era una zona de esparcimiento, de otra vida en las afueras. De hecho, paseaban por los senderos”, cuenta Alonso. Este tipo de construcciones subía y cruzaba el que después fue el Mirador hasta cerca del Sanatorio de Oza: “Se llenó la zona de chalés, aunque más modestos que Ciudad Jardín”. Algunos de los más destacados fueron Villa Clemencia o Villa Petra, pero ya más hacia arriba.

El núcleo duro donde empezaron a levantarse esas construcciones se encuentra en la confluencia de la ronda de Outeiro con la avenida de Oza. Long llegó a la zona porque necesitaba espacio”, adelanta Alonso de la mayor de las casas del entorno, la que acumulaba más terreno a su alrededor, la de una familia con ascendencia inglesa y que tuvo mucho impacto en la ciudad. Juan Long, avezado ciclista, primer capitán de la historia del Deportivo y uno de los responsables de introducir el fútbol en la ciudad, se encargaba de suministrar víveres a los barcos extranjeros que fondeaban en el Puerto. Tenía en su casa “un matadero” y muchas tierras a su alrededor para “cuidar ganado” y que, décadas después, aún las aprovechaban los jóvenes del barrio para sus correrías. Este amplio complejo estaba presidido por dos chalés, uno donde se encuentra hoy la plaza de A Gaiteira y otro que ocupaba el edificio de enfrente que en los bajos acoge un Gadis. Al principio eran unas casas de campo, pero fueron evolucionando. “Uno de ellos fue reformado con un gusto afrancesado, el otro tuvo un estilo más indefinido”, cuenta Alonso de unas viviendas muy recordadas en el barrio que, con cierto deterioro, siguieron en pie hasta finales de los 80.

Vista exterior de uno de los chalés de Long. | // CEDIDAS POR JOSÉ CARLOS ALONSO

Vista exterior de uno de los chalés de Long. | // CEDIDAS POR JOSÉ CARLOS ALONSO

A su lado estaba Villa Sira, que tomó el nombre de “la mujer de uno de los propietarios”. Fue una casa que en la época primigenia y contemporánea a los Long perteneció a otra familia ilustre, los Sellier. Contaba con una edificación “pequeña”, al borde de la que hoy es la avenida de Oza, pero más hacia arriba se elevaba el llamado “Castillo” con “unas vistas que debía aprovechar” el fotógrafo para sus creaciones. “Era esbelto, almenado”, describe. Tuvo varios dueños hasta que acabó siendo adquirida, Villa Sira, por una “rama de boticarios de la familia Cornide”.

El tercer gran ejemplo es el conocido como chalé de la Marquesa de la Atalaya o chalet de Maracaná. “Era una construcción coqueta”, aunque pronto sus propietarios se dieron cuenta de que perdería su función de casa de las afueras, dado el crecimiento de la ciudad, y fue dedicada también a otros menesteres hasta los 50: “Por delante, al pie de la calle, construyeron una pista de baile y otra de hockey, que se usaron muchísimo en las décadas siguientes”.

Modernismo y alquiler

Más allá de los chalés, empezaron a surgir edificios con un gusto “modernista” como las dos construcciones de 1921 y 1925, protegidas por el plan general, ahora en los números 130 y 132 del vial y que fueron proyectadas por el arquitecto Antonio de Mesa, responsable de La Terraza de los jardines de Méndez Núñez, la reforma de la Fábrica de Tabacos y el lavadero de O Parrote.

Una de ellas será reformada, la otra está acicalada por fuera, pero apuntalada por dentro. Su primer propietario, tal y como apunta Alonso, fue el empresario Andrés Souto, que ya entonces tuvo la visión de que sería una zona adecuada para el crecimiento de la ciudad y para dedicar a viviendas “al alquiler”. De hecho, para ese cometido levantó uno de los edificios, justo el que hoy busca una nueva vida y casi con la misma finalidad.

Aspecto exterior de la vivienda principal de Villa Sira. | // CEDIDAS POR JOSÉ CARLOS ALONSO