El autor, en una fotografía de su juventud. | // LA OPINIÓN

Alejandro, en la tienda que regenta. | // L. O.

Me crié en la calle Independencia, al lado del desaparecido Parque de Artillería de la calle Zalaeta, donde los chavales solíamos ver los cambios de guardia y el arriado de la bandera en el cuartel, que tenía en su entrada el mástil del buque Castillo de Olite, que se había hundido durante la Guerra Civil.

Allí se guardaban las mulas que tiraban de los carros con los que se repartían las provisiones a todos los cuarteles de la ciudad, como el polvorín de punta Herminia. Los chavales les pedíamos muchas veces a los soldados que nos dieran algunos de los chuscos de pan que llevaban, que sabían muy bien y que hacían en el cuartel de Intendencia que estaba situado en la Ciudad Vieja junto a la antigua Hípica.

Mi familia estaba formada por mi madre, Carmen, y mi padre Francisco, aunque en el barrio le conocían por Capelete y fue el practicante que durante muchos años pinchó a los vecinos de toda la zona, así como por mis hermanos Pilar, Paco, Teresa y Mónica.

Mi primer colegio fue el Calasanz, en el que hice los estudios primarios, mientras que el bachillerato lo hice en los Maristas. Después estudié informática, materia sobre la que entonces empezaba a darse formación en la ciudad, en la academia Azorín. Al terminar, hice las prácticas de Repsol y trabajé allí durante dos años, tras los que pasé a varias empresas hasta que me ofrecieron entrar como comercial en el Banco Pastor, del que más tarde me trasladé al Popular.

Años después, como no estaba contento en el trabajo, decidí establecerme por mi cuenta con un negocio dedicado a las artes y las antigüedades, a lo que sigo dedicándome en la actualidad.

Mis amigos de la calle fueron Fernando, René Hervada, Luis, Tito, los hermanos Ínsua y los Perruscos. Solíamos jugar en el Campo de Marte, en el de Artillería y el de la Luna, además de en Ángel Rebollo, el campo de la fábrica de gafas, Os Pelamios y As Lagoas. Lo que más nos gustaba era ir al cine Hércules los domingos, aunque las butacas de general, que eran las más baratas, estaban llenas de pulgas.

A veces iba con mi amigo Fernando, que tenía un familiar operador de cine, a ver las películas por las mañanas antes de que las estrenaran, ya que había que comprobar que los rollos estuvieran en buen estado. Recuerdo que para nosotros era un lujo ver las películas sentados en el patio de butacas o desde la propia cabina de proyección, viendo al mismo tiempo como funcionaban aquellas grandes máquinas.

En verano solía ir con mi pandilla y mis hermanos a las playas del Matadero, Orzán y San Amaro, además de alguna vez a Riazor, aunque para nosotros esa era la playa de los pijos. También hacía escapadas fuera de la ciudad con mi hermano mayor Paco subido en la barra de su bicicleta mientras él iba en el sillín, forma en la que alguna vez llegamos hasta Cecebre. Como los dos estudiábamos en el Calasanz, me llevaba de esa manera todos los días al colegio.

A partir de los quince años empecé a practicar natación en el Club Natación Coruña con mi hermana Pilar, ya que se había casado con Carlos Bremón, campeón de España de este deporte. Aunque participé en varias competiciones, nunca logré ganar premios, aunque sí mis hermanos, sobre todo Pilar. Por eso decidí dedicarme al hockey sobre patines como portero, primero en el club Santa Lucía durante varios años, con el que jugábamos en la plaza de Vigo, y después en el Liceo., con el que ya lo hacía en el Palacio de los Deportes. Al empezar a trabajar me pasé al surf como mi cuñado Carlos cuando casi nadie lo practicaba y con unas tablas pesadísimas que se hacían aquí mismo. En la actualidad sigo practicando este deporte cuando tengo tiempo para no perder la forma y me reúno dos veces al año con mis antiguos amigos para recordar los viejos tiempos.

Testimonio recogido por Luis Longueira