Para el fotógrafo Vari Caramés esta época “tan antipática”, en la que se cancelan proyectos y hay que forzarse para encontrar la inspiración y seguir adelante, hay que buscar refugio “en el re, en releer, reutilizar, recuperar, resetear, recordar...”.

Hace poco más de un año todo cambió en su vida. Inesperadamente, se tuvo que mudar del estudio que compartía con su mujer, Ángeles, también artista, y ella ya no estaba para acompañarle en este viaje. Tuvo que buscar un nuevo lugar que “habitar” y en el que generar nuevos recuerdos y lo encontró en la Ciudad Vieja. Trata de ir cada día al estudio porque es donde mejor se encuentra, en este bajo de la calle Herrerías, que, muchos años atrás fue la casa de El rey de las caipirinhas y que, tras el cierre del negocio de hostelería, ya fue siempre sede de artistas.

Entre manos tiene muchas cosas, entre ellas, fotos de dos compañeros a los que está ayudando con sus proyectos. “Es algo que me gusta mucho y que creo que se me da bien”, resume Caramés, sentado delante de una mesa en la que se apilan fotos impresas, que mirará a conciencia antes de decidir su lugar en el mundo. “El año que viene tengo una exposición en Madrid, en el Canal de Isabel II. Es muy potente, porque es un antiguo depósito de agua y se hacen proyectos muy buenos, ya estoy dándole vueltas, organizando y pensando en ello. Me gustaría bajar a Madrid y hablar con mis comisarias, la verdad, pero no se puede. Dentro de lo que puedo, intento estar ocupado, remirando, releyendo y haciendo cosas que me estimulan”, comenta y hace hincapié en “la luz” que supuso tener a su nieto cerca durante el confinamiento, que fue quien más lo animó en esos meses y quien le sigue robando la sonrisa día a día.

“Aún no apeteciéndome hacer fotos, a veces, le pongo un rollo a esta cámara pequeñita, que parece de espía, y me la meto en el bolsillo y voy por ahí y hago alguna foto para animarme yo mismo. Aún me falta, pero mi mundo es este”, confiesa. Guarda todavía, en una funda marrón, la primera cámara con la que empezó a hacer fotos. Se la regaló su padre, cuando tenía catorce años. Él, que era muy mañoso y muy creativo, nunca quiso exponer su obra.

“Me lio para que le hiciese fotos a las cosas que él hacía de hierro forjado, a sus cuadros...” y, así, fue aprendiendo. Prueba y error. Disparo, revelado y la opinión del dependiente de la tienda, que le decía que tenía fotos buenas y muchos descartes. Precisamente de esas copias, de las que le decían que no valían, fue aprendiendo, aprendiendo a medir la luz, y, con el tiempo, encontrando la belleza en lo que, a ojos de los demás, eran imágenes fallidas. “Yo llegaba a casa y analizaba las fotos que me habían dicho que eran malas en la tienda, porque yo, entonces, quería hacer buenas fotos, como todo el mundo, como las que veía en las revistas. Eso me quedó ahí. Creo que el error es el primer paso de la creación. Me encontré cómodo en mis propios errores y defectos y, en lugar de taparlos, me dije: ¿por que? si me parecía un mundo fantástico”, relata.

Y eso se puede ver en su obra. Algunas veces hay desenfoques intencionados, otros, creados por el azar y porque, muchas veces, la foto que él cree que es la buena, no lo es, lo es la anterior o la siguiente. “La duda siempre me parece más interesante que la certeza”, asegura.

“Tengo varias cosas en la cabeza, pero por ahora, no me pide el cuerpo enfrentarme a una nueva serie”, comenta, rodeado de música de jazz, con el ordenador en una sala y con retazos de su vida y de su obra en las paredes. “Este tiempo está siendo muy de re, de reflexión, de resetear, recuperar, rehabilitar, restablecer... Todo es re y, sobre todo, resistir”, dice con una sonrisa.

A diferencia de otros compañeros, él no se ha adaptado tan rápido a las nuevas tecnologías y a las posibilidades que ofrece. Le gusta internet para ver exposiciones y conciertos online, para saber y conocer, pero ha tenido que anular exposiciones, charlas y cursos, porque necesita “ver a la gente, ver sus fotos, estar con los alumnos”, confiesa, porque para él, la fotografía es también “un trabajo físico”, de contacto y de interacción y, su resultado, “siempre es memoria”.

Con el cambio de ubicación del estudio ha tenido que dejar en cajas muchos de sus recuerdos y deshacerse del laboratorio que le había acompañado durante años y años, porque en este local de la Ciudad Vieja no tiene espacio para tanto material, y cree que, con el tiempo, acabará haciendo “como los barcos”, soltando lastre, despojándose de todo lo que no es esencial, para seguir adelante.

En el estudio tiene también una cámara digital que le prestó un amigo, para que la probase y diese el salto que otros dieron ya tantos años atrás. “Aún no la toqué”, confiesa. Y es que, el mundo de Vari Caramés es otro, es el de medir la luz, el de hacer que cada disparo cuente y tenga un trabajo detrás.

“Yo todo lo de la tecnología lo pillé mal, lo cogí sin ganas, tarde, mal y arrastro. Para mí lo digital fue un duro golpe, yo me quedé noqueado. Para mí, la irrupción de lo digital fue como un sunami que arrasó mi mundo y el mundo de los que eran como yo, el de los rollos, la película, el revelado, las copias, las tiendas de fotografía... Todo eso saltó por los aires”, comenta.

Ahora, a todos los que le preguntan, les dice que se compren una cámara digital, que ni se les ocurra hacerse con una analógica, a no ser que tengan ya experiencia y que quieran “explorar” otras posibilidades que les puede dar la fotografía.

Evidentemente, todos estos avances lo encontraron muy enamorado de lo analógico. “A mí me gusta mucho la textura, la atmósfera, el clima... y eso me lo da la película, con el grano y lo digital a mí no me lo daría”, reflexiona.

Se acuerda del “golpe” que supuso el cierre de la tienda de fotos Artús, en Riego de Agua, y también de que, en sus visitas, siempre miraba al expositor de la derecha, que era el de las cámaras antiguas, del de la izquierda, el que guardaba las novedades y los últimos modelos, pasaba siempre de largo. “Es que a mí me encantan las cosas usadas, de segunda mano. Quizá sea porque soy muy nostálgico, pero soy así desde niño. Me gustaría que las cosas fuesen más lentas, que perdurasen en el tiempo y, quizá por eso, hago fotografías, porque me permite congelar momentos, deslocalizarlos y atemporalizarlos”, describe, por eso, y porque le permite abrir ventanas al mundo.