Iñaki Zubizarreta fue víctima de acoso escolar cuando era pequeño. Esa experiencia marcó su pasado, pero también su presente y su futuro. Llegó a ser jugador de baloncesto profesional y, tras su retirada, sus esfuerzos se centraron en dar visibilidad a este problema que, apunta, va mucho más allá de las aulas. El 4 de marzo, a partir de las 19.00 horas, dará una conferencia a través del canal Afundación TV, bajo el título Historia de vida. Historia de superación, dentro del ciclo Educación Século XXI de la Obra Social de Abanca, en la que, además, contestará a las dudas de los asistentes en directo. Las entradas, que son gratuitas, están disponibles en la web afundacion.org.

¿Es una charla solo para las personas que sufren o sufrieron acoso escolar o pretende que su mensaje llegue a un público más amplio?

Se trata de concienciar a víctimas, acosadores, docentes, padres... Porque el acoso va más allá de los recintos. Es un problema social y los adultos tenemos responsabilidad en lo que está pasando en mayor o menor medida. Se trata de concienciar de la dimensión del problema, no solo para ayudar a las víctimas sino para que tengan voz, porque a estos chavales y chavalas, lo primero que se les quita es la palabra cuando pasan por un problema así.

¿Existe un perfil para la víctima del acoso escolar o, por decirlo de alguna manera, le puede tocar a cualquiera?

En mi caso, fue la estatura. El problema no era que yo fuese muy alto, porque la estatura me dio la posibilidad de hacer una carrera deportiva bastante decente. He jugado al baloncesto de forma profesional, he viajado, he conocido gente y tenido experiencias increíbles y fue por la estatura. La excusa es lo de menos, que si eres alto, eres bajo, tienes sobrepeso, estudias mucho... El gran problema no es cómo seas tú sino que te eligen y te señalan el problema. Te ponen la etiqueta y, a partir de ahí, todo lo que te van a llamar no te va a gustar absolutamente nada.

¿Pensaba entonces que justamente eso por lo que se metían con usted podría abrirle las puertas a una nueva oportunidad, como la que encontró en el deporte?

Mis sueños los he ido construyendo y los voy cumpliendo, no solo como deportista, ahora la labor que estoy haciendo creo que es más importante y me está dando muchas satisfacciones. Si de niño me hubiesen dicho que iba a lograr todo lo que he logrado y lo que estoy logrando, hubiese pensado que me estaban tomando el pelo. No es el caso. Hoy por hoy puedo decir que mi vida es un regalo. Hace tiempo no, antes pensaba que era una penitencia. Ahora puedo decir que gracias a que lo he tenido muy difícil me he convertido en el adulto que me hubiese gustado tener al lado siendo niño y que no tuve para que me diese respaldo y amparo cuando lo necesitaba.

Durante años se ha dicho que el acoso eran “cosas de niños”...

Esto sí que ha cambiado y, aunque se ha avanzado porque hay más gente concienciada, todavía queda mucho trabajo por hacer. Por desgracia, hay personas que aún siguen ancladas en el pasado y en ese “son cosas de niños”, cuando son actos que no se pueden permitir ni justificar. De hecho, el término bullying se empezó a usar en septiembre de 2004, con el suicidio de Jokin Ceberio. Vamos paso a paso y, por suerte, ya hay profesores dispuestos a recibir formación y a pedir ayuda para poder darles a los chavales ese entorno que ellos necesitan para gestionar sus emociones. Los conflictos son inherentes, pero una cosa es un conflicto puntual y otra cuando es un problema sostenido en el tiempo y con el ánimo de humillar y hacer daño.

¿Cómo afecta a este tipo de acoso la variable de las redes sociales, que antes no existía y que ahora está ahí, y que hace que las víctimas no lleguen a desconectar nunca de sus agresores?

El ciberacoso es una herramienta más. Por eso decía que no se restringe al ámbito escolar. Ahora los chavales no tienen un momento de tregua, de tranquilidad, desde un teléfono móvil, hacen una comunicación o un vídeo, eso se filtra a redes sociales y, en un segundo, ya lo puede ver todo el mundo. Es un desgaste absoluto. Lo triste de todo esto es que se invierte mucho dinero en que los jóvenes puedan tener acceso a estas tecnologías, pero tienen acceso libre a una información que no tienen herramientas para saber gestionar de una forma adecuada. Con el tema de las redes sociales, sería importante invertir para que sean cyberciudadanos de bien. Su mundo es completamente diferente al nuestro y tendrían que tener herramientas para saber manejar estas redes adecuadamente.

¿En qué se deben fijar los adultos para saber si hay un caso de acoso en su entorno, tanto para descubrir si son víctimas o acosadores?

Eso lo vamos a dejar para la charla, para no hacer espóiler.

“No debemos minimizar los conflictos”

En estos casos hay víctimas y villanos, pero, si un niño maltrata a otro, puede que no esté bien.

Yo llevo muchos años con esto y me he dado cuenta de que los acosadores, muchas veces, queriendo o sin querer, lo que hacen es llamar la atención así porque necesitan ayuda. No son todos los casos, pero la mayoría, sí. Nos encontramos con chavales que, en sus casas, tienen unas realidades muy duras y muy tóxicas, por ejemplo, familias desestructuradas, hijos de maltratadores... Y la válvula que tienen de salida de todo eso que viven en casa, y de esa rabia mala que tienen, es pagarlo con quien ven más débil y con quien creen que es más fácil poder meterse. Hay que tener mucho cuidado porque igual son los que más ayuda pueden necesitar.

¿La comunidad escolar juega un papel importante para que los conflictos no vayan a más?

El acoso escolar va mucho más allá de los centros, es un problema de personas, cada profesor y cada niño es un mundo. En el centro en el que a mí me ocurrió todo esto, tuve una profesora que, para mí, fue mucho más, fue mi maestra, de esas personas que te marcan y a las que siempre recordarás con cariño. Al año siguiente, que fue cuando sufrí el acoso, me tocó un perfil completamente diferente de docente, que me destrozó la vida. Los adultos tenemos que tener mucho cuidado de no minimizar los problemas de los chavales. Hablamos el mismo idioma, pero el lenguaje es diferente y no hay una comunicación fluida. Los adultos pecamos de pensar que lo sabemos todo y eso no se debería dar. Es un ejercicio personal que no sé si todo el mundo está dispuesto a hacer, pero cuando les das presencia a los chavales y empiezas a entender su mundo, lo que aportan no se puede describir. A veces, gestionan mucho mejor que los adultos. Estar con ellos es un regalo.