Felipe, en la actualidad, en el parque de Eirís. | // LA OPINIÓN

Felipe, en una fotografía de su juventud. | // LA OPINIÓN

Su mujer

Los años en que las lluvias hacían desbordarse al río de Monelos

Nací en el municipio de Ordes, en cuyo Ayuntamiento trabajaba mi padre, Enrique, mientras que mi madre, María, era modista. Viví allí con mi familia, en la que tenía cinco hermanos, hasta que siendo aún muy pequeño me trasladé a la ciudad para estudiar y viví con mi tío Felipe en la calle Cervantes, en el barrio de Monte Alto, donde también fui a la escuela que había allí. Más tarde, cuando empecé a estudiar fontanería en la Escuela de Formación Profesional Acelerada de Someso, viví en casa de mi madrina, Dolores, situada en O Birloque, que en aquella época era todo montes, fincas de cultivo y solo algunas casas.

Durante mi infancia jugaba todo lo que podía, a pesar de que en aquellos años no teníamos ni un triste juguete y de que muchas veces teníamos que ayudar a nuestros padres en su trabajo, sobre todo en las vacaciones escolares, aunque nunca nos quejábamos porque era provechoso para toda la familia. Antes de empezar a estudiar en la Acelerada, me dediqué a fabricar zuecos de madera que vendía en las ferias en Ordes, ya que en aquella época se usaban mucho en las aldeas, así como entre las vendedoras de pescado de los mercados de Santa Lucía y la plaza de Lugo.

Aún me acuerdo del tranvía que llegaba hasta Monelos y que, aunque luego comenzó a funcionar el trolebús, las vías del tranvía permanecieron en las calles durante mucho tiempo.

Recuerdo también el desaparecido cine Monelos, en el que pasé grandes ratos y en el que iba con mis amigos a las localidades de general, aunque como había muchas pulgas, el acomodador tenía que fumigarlas con insecticida antes de cada función. En invierno, cuando llovía mucho, el río de Monelos se salía de su cauce y llegaba hasta las puertas del cine, por lo que al salir las pasábamos canutas para llegar a la carretera y volver a casa dando una gran vuelta.

Al terminar esos estudios hice el servicio militar, en el que coincidí con muchos de mis amigos, como Luis, Antonio, Gonzalo, Pepe, Manolo, Jaime y Maza. Después empecé a trabajar en la empresa Viuda de Juan Chas, situada en Nóvoa Santos, en la que montaba los retretes y lavabos de los vagones de pasajeros del tren y de los que llevaban el correo. Mientras trabajaba en esa empresa se produjo el incendio que destruyó la Estación del Norte por completo y que duró varios días, por lo que a lo largo de ese tiempo fue el centro de atención de los vecinos de todos los barrios de los alrededores.

Otro de los acontecimientos que vivimos en la ciudad en aquellos años fue la llegada de los trolebuses ingleses de dos pisos, que sucedió cuando ya me había casado. Llegué a tener diez hijos, y cuando eran pequeños y subía con ellos al trolebús, siempre querían ir al piso de arriba, que estaba lleno de viajeros, mientras que en el inferior siempre había sitio. Cuando bajábamos al centro en familia, además de pasear y disfrutar del gran ambiente que había en la ciudad, parábamos en cafeterías como Otero y Victoria.

Años después de estar en la empresa de fontanería trabajé en Butano, Astano y Genosa como conductor de excavadoras, carretillas de carga y camiones. Cuando se inauguró el Barrio de las Flores me concedieron una vivienda por la que pagué una pequeña cantidad durante cincuenta años. En la actualidad sigo viviendo en la misma zona y mi mayor afición es salir a pasear todos los días con la bicicleta y disfrutar de mi gran familia, ya que tengo dieciséis nietos y otros tantos biznietos.

Una de las anécdotas de mi vida es que me compré un Citroën dos caballos de segunda mano y se me ocurrió de pintarlo del color verde oliva, como los vehículos de la Guardia Civil. Cuando iba por la carretera, ningún coche me adelantaba e iban todos en caravana detrás de mí, por lo que tenía que hacerles señales con la mano para que me pasaran y cuando iba por alguna zona rural y veía a guardias civiles, alguna vez me saludaban creyendo que era un compañero suyo.

Testimonio recogido por Luis Longueira