Anika García está a punto de cumplir quince años, y, por primera vez, tiene perro. No es que las puertas de su casa se hayan abierto a una mascota, como tantas otras, sino que forma parte del primer estudio científico que se está desarrollando en España sobre cómo los perros pueden ayudar a las personas con diabetes del tipo I, —no ligada a la alimentación ni a los hábitos de vida—, que es la que ella y su hermano, de trece años, tienen.

“Existen indicios de que los perros pueden detectar las bajadas y subidas de la glucosa y, con un entrenamiento, pueden avisar a los pacientes de que están en hipoglucemia, antes de que ellos se den cuenta, pero también queremos ver cómo mejora, si es que mejora, la vida de los diabéticos al tener un perro, un compañero”, explica el director del centro canino Montegatto, Octavio Villazala, que colabora en este estudio que lidera la jefa de Endocrinología del Hospital de A Coruña, la doctora Teresa Martínez Ramonde, y que está financiado por la farmacéutica Novo Nordisk.

El estudio durará un año, en el que perros de diferentes razas y edades entrarán en una veintena de familias —para quedarse— con las que convivirán y entrenarán el olfato, con el objetivo de ser capaces de detectar las alteraciones en la glucosa de los que serán sus tutores y para avisarles, ya sea con un ladrido o reclamando su atención tocándoles con la pata, para que comprueben sus niveles de glucosa en sangre.

“Es un estudio que yo quería hacer desde hace tiempo y que, por fin, hemos podido iniciar, ahora que contamos con financiación”, relata la doctora Martínez Ramonde, que ha elegido perfiles de menores y adultos para saber cómo se comportan los perros en cada uno de los casos.

A pesar de que Anika aún está conociendo a Cocco y que el perro está haciéndose un hueco en la familia, la idea es que pueda acompañarla en su día a día, en todas sus actividades, para servir no solo de compañero sino también de alerta. “Al colegio no lo he llevado, pero si estoy entrenando en baloncesto y me da un bajón o una subida de glucosa, y yo no me doy cuenta, la idea es que me pueda avisar”, relata Anika, que, admite que llevaba “mucho tiempo” queriendo tener un perro.

Su madre, Ana Estrada, comenta que la suya forma parte del grupo de “cinco o seis” familias que nunca antes había tenido perro y destaca que está siendo una experiencia “muy positiva” porque Cocco establece “un vínculo especial” con Anika, que es su tutora. Queda ahora por descubrir si también podrá marcar las alteraciones en la glucosa de su hermano, que, aunque no se pasa el día con él, sí que comparten muchos momentos del día.

Ambos son insulinodependientes y han de pincharse a diario para mantener sus niveles de glucosa estables, a pesar de ello, las alteraciones se dan y no siempre son capaces de detectarlas en un estadio inicial, porque no aprecian los síntomas que, sin embargo, sí que podrían percibir los perros una vez entrenados.

En ningún caso, la labor del can sustituye al de la tecnología con la que cuentan para confirmar los niveles de glucosa en sangre, pero sí que pueden ayudar a que las alteraciones no sean tan acusadas y que puedan pincharse antes de lo que lo harían sin su colaboración.

En el estudio científico, según explica la doctora Martínez Ramonde, comprobarán si las interacciones de los perros se corresponden con lo que marcan los aparatos electrónicos que tienen para hacer las mediciones y, de ese modo, podrán saber si, efectivamente, con un buen entreno, son capaces de detectar y avisar las subidas y bajadas de glucosa de sus compañeros y con qué frecuencia y fiabilidad. También harán un estudio sobre si ha mejorado su calidad de vida al compartir el día a día con el perro, independientemente de si les han avisado más o menos veces de alteraciones en los niveles de glucosa y eso, según explica la doctora Martínez Ramonde, lo harán con una encuesta al final de proyecto.

“Tener a Cocco en casa ya es una terapia”, resume Ana Estrada, que es vocal de la asociación Anedia, de Nenas, Nenos e Xente Nova con Diabete de Galicia, y destaca que, durante la pandemia, se han diagnosticado más casos de diabetes del tipo I, que en los mismos meses del año pasado. “Es importante darle visibilidad a este tema”, dice, y, por ello, han creado un perfil de Instagram de su perro Cocco (@Coocco.dog), en el que comparten algunas de sus escenas del día a día.

Otra de las participantes en el estudio es Ana Otero, ella tenía dos gatos, pero no perro, aunque llevaba “un montón de años” pensando en hacerse con uno. “Con los horarios que tengo, me parecía complicado, porque el perro iba a estar solo en casa todo el día, y no me parecía bien, pero como este es un perro sanitario y lo puedo llevar conmigo, me pareció muy interesante y una buena oportunidad”, explica. Le puso el nombre de Sax en honor a Eva Saxl, una mujer judía que se vio obligada a emigrar a China cuando los nazis ocuparon su Praga natal. Allí, tuvo que recurrir al mercado negro para conseguir insulina, entonces, a pesar de que ella era lingüista y no sanitaria, consiguió fabricar su propia insulina y salvó no solo su vida sino también la de otros muchos diabéticos de la ciudad.

Ana sabe que tiene la enfermedad desde hace 43 años, así que, ha de las jeringuillas de cristal a las de plástico y, actualmente, a los bolígrafos que lleva para poder inyectarse. “En estas dos semanas que llevo con Sax, he paseado y hablado con más gente que en todo el último año”, relata Otero, que, como población vulnerable al coronavirus, casi no salía de casa. “Ahora tengo mucha más actividad, más energía y más buen rollo que antes”, relata, porque con Sax tiene que salir a la calle, sin excusas, algo que, considera, ha mejorado ya su calidad de vida.