Un año después vuelvo a mi palco en el Teatro Rosalía de Castro como abonado de la Sociedad Filarmónica. Echo en falta al buen amigo Julio Andrade Malde, crítico musical de este periódico y fallecido el año pasado, que se sentaba en un palco colindante al mío desde donde solíamos comentar “las mejores jugadas” de los conciertos que luego relataba en sus crónicas musicales. Un programa magnífico para esta velada que ya había tenido el gusto de oír al Natalia Ensemble hace unos años. Una vez las luces se apagan, y sabiendo que el espectáculo va a empezar, mis ojos se dirigen buscando a la flautista, ya que Debussy empieza con un solo de flauta que María José Ortuño clava, metiéndote de lleno en el programa, con un sonido y musicalidad que busca iluminar y que llegar a todos los recovecos del Rosalía. Un programa adaptado a pequeño Ensemble, y que en muchos momentos de la noche sí es cierto que pide la presencia de esos 70 músicos que faltan, pero que da buena cuenta del buen momento de forma de los componentes de la Orquesta Sinfónica de Galicia que conforman el Ecléctica. La 4ª de Mahler, en adaptación para quince músicos, es una obra maravillosa, compuesta al revés. Quiero decir, nadie pensaría en construir una casa por el tejado, pero en este caso Mahler compuso los primeros tres movimientos para añadir al cuarto, que ya tenía escrito y con el que pensaba concluir su 3ª Sinfonía. Si Debussy era el comienzo de la flauta, Mahler daba comienzo con el violín de Dürichen, que junto a Linares ponían el listón muy alto a sus compañeros. Para mí, el tercer movimiento fue el momento estelar de la noche, 19 minutos de espectáculo que empezaron con un solo de chelo de Prokopenko que, como diría Cruyff, nos puso “la gallina de piel”. ¡Qué bonito! y qué motivador fue para el resto de músicos. En un momento del mismo podías observar el oboe de Villa y la trompa de Naval como si estuvieran haciendo virtuosidades pasándose el balón entre ellos, y que tuvo como colofón un acorde final, en el que fue tan perfecta la afinación que como profesor haría escuchar a todos los alumnos de un conservatorio. Cuando la última nota del contrabajo de Williamson dio fin al cuarto movimiento y así a la sinfonía, tenía ganas de gritar la escena final de Algunos hombres buenos en la que el Soldado de 1ª le dice a Tom Cruise, adaptándolo al concierto, algo así como: “Atención, artistas en la sala” .