La pesca de la sardina centró la actividad pesquera en A Coruña durante siglos. La organización gremial de marineros, la lucha por el uso de unas u otras artes, la acotación de las zonas de pesca, el abastecimiento de los mercados y la transformación del producto definieron este sector durante largo tiempo.

De los procesos para la conservación de sardina es conocido el salazón. Este método, con las variantes gallega y catalana, facilitó el nacimiento de la industria en los albores de los tiempos contemporáneos. El uso de la sal como modo de conservación es bien conocido. Fue exclusivo durante mucho tiempo, aunque no era el único.

Previo al salazón, para la conservación de la sardina se utilizaba el ahumado. Al igual que en otros productos del campo o de montaña, el pescado se secaba sometiéndolo al secado por humo.

Para este tratamiento se contaba con una organización dependiente del gremio de mareantes. Una red de edificios dedicados a esta actividad se extendía por toda la Pescadería coruñesa. En la calle de Cantalarrana (actual Olmos), en la rúa Nueva, en el Orzán, en Cordonería, o en San Andrés, además de otros puntos del extrarradio como el Agra de Matamá, existían pequeños edificios dedicados al ahumado de sardina. Eran los llamados fumeiros.

Cada uno formaba parte de un conjunto habitacional. Estaban asociados a una vivienda y una huerta que el gremio arrendaba a mareantes, calafates y carpinteros de ribera.

De la documentación del siglo XVIII se desprende que los fumeiros ya habían quedado en el olvido en ese momento. La salazón había sustituido al ahumado desde hacía tiempo. El punto de inflexión entre uno y otro método parece estar, como tantas cosas en la historia local, en el año 1589.

El asalto de las tropas inglesas mandadas por Drake había quemado y arrasado buena parte de la Pescadería coruñesa. La mayor parte de los fumeiros también habían ardido. A partir de entonces desaparecen.

Los edificios usados con este fin se transforman. Siguen siendo propiedad del gremio de mareantes y, ahora como viviendas, se arriendan a terceros. Cada una de esas casas siguió conservando el nombre de fumeiro. La memoria mantuvo el nombre del sitio aun cuando las funciones a las que estaba dedicado se habían olvidado. En un recuento de bienes del gremio, un testigo declara “que dichas casas antiguamente fueran fumeiros, que aun el que declara extrañaba cuando oía este nombre y lo que quería decir”. Era ya principios el siglo XVIII.