La historia del arte tiene lagunas. Páginas en blanco que deberían estar cubiertas con nombres propios como el de Lolita Díaz Baliño (A Coruña, 1905-1963). Su huella se ha ido borrando, pero no ha desaparecido, y la Fundación Luis Seoane estrena este jueves la exposición Lolita Díaz Baliño. A realidade soñada para evitar que su vida y obra caigan en el olvido. “En su momento tuvo mucho impacto y reconocimiento, pero fue expulsada de la historia, como muchas otras mujeres artistas”, explica la comisaria de la muestra, Rosario Sarmiento.

Lolita Díaz Baliño

Ilustradora, dibujante y acuarelista, sus diseños copan a mediados de los años 20 las portadas de revistas como Mañana y Céltiga. Pero su amor por el arte viene de antes. Nace en una familia de creadores, en la que su hermano Camilo, padre de Isaac Díaz Pardo, se convierte en su apoyo y mentor, hasta que los fascistas se lo arrebatan al comienzo de la Guerra Civil. Sus otros hermanos siguen también el camino artístico: Indalecio destacó como escultor y Ramiro era ilustrador.

En sus primeras obras aparecen figuras estilizadas y elegantes, de trazos sintéticos y alargados, que acabaron siendo características del estilo de Lolita Díaz Baliño. “Su obra refleja una modernidad que queda después eliminada con la Guerra Civil y el franquismo”, avanza Sarmiento.

Pero antes de eso, otras publicaciones llaman a su puerta. Sus ilustraciones aparecen en revistas como Galicia y Galicia Gráfica, y realiza carteles publicitarios para fiestas populares, anuncios de sociedades recreativas y celebraciones oficiales. En 1926 participa por primera vez en una exposición colectiva junto a la obra de artistas como Sotomayor, Castelao y Corredoyra. Y es entonces cuando ilustra la portada del libro Cántigas e verbas ao ar, de Xulio Sigüenza. “En aquel momento era muy difícil destacar en la ilustración. Sobre todo las mujeres, por lo que muchas firmaban con pseudónimo. Quedaban relegadas por el mundo masculino”, cuenta la gestora cultural y crítica de arte.

La huella borrada de Lolita Díaz Baliño

Pero también fue capaz de superar aquel obstáculo impuesto por la sociedad y hacerse un nombre en el mundo del arte. Con un estilo modernista, se empapó en casa de sus padres del trabajo de ilustradores como el británico Aubrey Beardsley, el norteamericano Will Bradley o el lucense Manuel Bujados. Así, en 1929, aparece en su camino una oportunidad de oro. La Diputación de A Coruña le concede una beca para que curse sus estudios en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, donde estudiaba, entre otras, Maruja Mallo. “Era una beca muy importante y ella tenía solo 24 años. Pero la rechazó porque su hermano Camilo no asumió la responsabilidad de dejarla sola en Madrid en aquel tiempo”, detalla Rosario Sarmiento, que apunta que fue “una decisión tremenda que pudo haber cambiado lo que después fue Lolita Díaz Baliño”. La artista coruñesa recordaba aquella negativa “con amargura”.

Años después, su obra, en la que destacan las hadas de temática fantástica, se suma a la exposición inaugural de la Asociación de Artistas de A Coruña, creada en 1934. Una muestra protagonizada en exclusiva por mujeres. “Su obra refleja una ciudad moderna, republicana y liberal. Además, su hermano le enseña personajes fantásticos de la literatura que le sirven de inspiración”, indica Sarmiento, que desvela que hay “muy poca bibliografía de Lolita Díaz Baliño” y sus dibujos “solo están firmados, sin fecha”, por lo que es complicado saber exactamente en qué año se hicieron. De hecho, la mayoría de piezas de la exposición procede de colecciones privadas.

Aunque el rechazo de la beca supuso un vacío en su trayectoria artística, a Díaz Baliño todavía le quedaban éxitos por alcanzar. En 1938 se convirtió, junto a la pintora Carmen Corredoyra, en la primera mujer académica de la Real Academia de Bellas Artes de Nuestra Señora del Rosario. “Pero el reconocimiento de su trabajo ha sido nulo. Tenemos que recuperarlo”, reivindica la gestora cultural.

La huella borrada de Lolita Díaz Baliño

La Guerra Civil cambió la vida de la coruñesa. No solo por el asesinato de su hermano Camilo sino también por la pérdida de libertades, que le obligaron a cambiar de rumbo para ganarse la vida. Fue así como apartó su faceta artística para centrarse en la labor docente. “En los años 40 abrió su estudio para formar a nuevas generaciones de artistas y poder subsistir”, informa Sarmiento. Además de las clases en su estudio ubicado en Puerta de Aires, a donde acudía su sobrino Isaac Díaz Pardo y donde este conoció a la que sería su mujer, Carmen Arias, Lolita Díaz Baliño también es profesora en la Escuela de Artes y Oficios.

Transmite sus conocimientos e inspiraciones a una generación de artistas que triunfará entre los años 60 y 70, como son María Antonia Dans, Elena Gago o Gloria de Llano. “Fue una gran formadora de mujeres artistas”, resume la comisaria de la exposición, que enseñará a sus visitantes, a partir del jueves, un documental dirigido por Xurxo Lobato que recoge testimonios sobre la artista de Xosé y Camilo Díaz —hijos de Díaz Pardo—, Ana Romero Masiá, Carlos Castelao, Teresa Taboada, Miguelanxo Prado o Felipe Senén, entre muchos otros. Incluye imágenes inéditas de Lolita Díaz Baliño pintando.

Su estudio y esa labor docente llenaron sus horas hasta su fallecimiento en 1963, a los 58 años. “Su legado fue importantísimo”, señala Rosario Sarmiento, que lamenta que haya sido una ilustradora “olvidada” y apuesta por “reescribir la historia del arte”.

La muestra, que estará abierta hasta el 19 de septiembre, cuenta también con un catálogo al que se ha trasladado el trabajo de investigación de Sarmiento, que contiene textos del historiador Miguel Anxo Seixas y un extenso apartado fotográfico. “Era una mujer conocida que vivió y desarrolló todo su trabajo en A Coruña, su ciudad. Aparecía en las críticas de arte en la prensa de la época. Debemos recuperar y conocer su trabajo para poder valorarlo”, concluye la crítica de arte.