La empresa de su familia fue fundada por uno de tantos maragatos que se instalaron en A Coruña.

Mi abuelo, Claudio San Martín Alonso, era arriero y venía con mucha frecuencia a A Coruña. Después de hacer la mili decidió trasladarse a aquí en 1889 y abrió una tienda en la calle Santa Catalina. Más adelante alquiló el bajo y el primero de la casa donde hoy está Casa Claudio y después la compró.

¿Eran tiempos difíciles para este tipo de negocios?

Yo creo que sí porque los ultramarinos en aquella época tenían mucho producto a granel y poco envasado. Era tal el trabajo que tenía, que durante algún tiempo mi abuelo llegó a vivir y dormir en la propia tienda.

¿A partir de qué momento comenzó a progresar?

Yo diría que nuestra historia fue una lucha permanente durante muchísimos años, porque tanto mi abuelo como mi padre tenían una gran visión comercial y fueron ampliando mucho el surtido de productos e innovando mucho, lo que fue generando una falta de tesorería que durante muchos años fue el problema que siempre rondó al negocio, por lo que siempre estábamos acogotados. Mi abuelo apostó por comprar terrenos por donde creciera la ciudad y lo hizo en Os Castros, en la calle que hoy se llama Claudio San Martín. Eso permitió a la familia en los años cincuenta crear una inmobiliaria y construir los bloques de viviendas que aún están allí.

¿Hizo eso posible un mayor crecimiento de la empresa?

Esa inversión permitió que el negocio creciera hasta que mi abuelo se lo traspasó a mi padre, ya que no lo heredó porque mi abuelo se había casado dos veces y había tenido más hijos y, como era extraordinariamente ordenado, lo decidió así para evitar problemas.

¿Fue su padre quien dio un empujón definitivo a la empresa?

Fue un gran innovador y en el momento en que cogió el negocio empezó a hacer cambios, ya que amplió muchísimo el surtido con productos muy novedosos.

¿Se acuerda de alguno de ellos?

Cuando se instaló en la ciudad la refinería vinieron muchos ingenieros americanos y europeos que pedían muchos productos difíciles de encontrar aquí en aquel tiempo, como el whisky, ya que las licencias de importación no eran libres, sino por cupos que había que repartir. Él trajo artículos habituales en otros mercados, como la salsa Bovril, la piña Del Monte o el cangrejo ruso Chatka. También tuvo una gran visión al reformar por completo la tienda en los años cincuenta y forrar las paredes de azulejos blancos, lo que le dio un torrente de luz y de brillo frente a los antiguos ultramarinos, en los que había muy poca luz y fue además el primer establecimiento de la ciudad en tener cámaras frigoríficas.

¿Cuándo decidieron poner en marcha el primer supermercado?

Mi padre fue delegando la gestión administrativa y financiera en mi hermano Claudio y en mí la comercial hasta que se apartó por completo. Ya antes mi hermano y yo vimos que se estaba empezando a imponer lo que se llamaba el autoservicio, por lo que intentamos convencerle para que nos dejara montar un supermercado, pero fue difícil por la poca solidez financiera que teníamos. Al final nos dejó coger el traspaso de un pequeño autoservicio frente a la entrada del aparcamiento de la plaza de Vigo y se convirtió en el primer supermercado. El siguiente vino obligado porque avalamos a un dependiente nuestro que montó un autoservicio en Alfredo Vicenti y que se arruinó con una empresa de transporte, por lo que nos quedamos el local.

¿El supermercado del mercado de San Agustín marcó un punto de inflexión?

Ese lo montó la Comisaría General de Abastecimientos y Transportes porque era una época de gran inflación y quiso moderar los precios montando supermercados. Este tuvo un impacto brutal, ya que la policía tenía que ponerse en la entrada para regular las colas. Este éxito hizo que nosotros lo notásemos en nuestras cuentas, pero logramos adaptarnos y con el paso de los años llegamos a adquirir ese supermercado cuando lo dejó el Estado. En 1973 teníamos seis supermercados y en la ciudad había otra cadena que se llamaba Alimentos Galicia con otros seis que les compramos ese año, por lo que doblamos el número de establecimientos.

¿Hubo que aumentar el ingenio para competir con otras cadenas de supermercados?

Hasta los años ochenta los tres pilares de la ciudad eran el puerto, la Administración y el Ejército, pero luego la capitalidad gallega se instaló en Santiago y los cuarteles fueron desapareciendo, por lo que A Coruña empezó a ir de capa caída. El alcalde Francisco Vázquez apostó entonces por la apertura comercial y en esos años se abrieron entre 40.000 y 50.000 metros cuadrados comerciales, lo que hizo que tuviéramos que espabilarnos ante unos cambios tan grandes en los hábitos de consumo.

¿Fue cuando decidieron participar en la creación del centro comercial Cuatro Caminos?

Nuestro padre nos animó a que viajáramos para que conociéramos las tendencias comerciales que había en el mundo e íbamos a las ferias de alimentación de París y Colonia, donde veíamos que los centros comerciales empezaban a imponerse. Mi hermano y yo fuimos pioneros en poner en marcha el primer centro comercial de la ciudad con un grupo de promotores que fuimos capaces de aglutinar.

¿Se puede decir que la innovación fue lo que siempre definió a Supermercados Claudio?

Creo que fue uno de los factores que hubo siempre en la gestión de mi abuelo, mi padre y luego en la de mi hermano y yo. En mi caso, innové mucho en la tecnología, ya que fuimos de las primeras empresas de España en tener un inventario permanente gracias a los terminales con códigos de barras.

Supongo que el asesinato de su hermano Claudio a manos de los Grapo fue una conmoción para la empresa y la familia.

Por supuesto que sí. Mi hermano además era un hombre con un personalidad extraordinaria, muy accesible y humano, por lo que fue tremendo tanto a nivel personal como de la empresa, en la que supuso una auténtica conmoción. Para mí implicó una gran responsabilidad porque tuve que hacerme cargo de la dirección que hasta entonces compartíamos y en la que él era la figura pública.

Al final se decantaron por vender la compañía en 1998.

No nos decantamos, fue un proceso natural. Recibimos varias ofertas de compra de empresas de Holanda y Francia que querían implantarse en España y el sector de la distribución alimentaria estaba cambiando tanto que vi que solo había dos formas de crecer: mediante una expansión continua o comprando a competidores. Llegamos a ser la segunda empresa de supermercados más rentable de España, pero nuestros recursos propios no nos iban a dar para una mayor expansión, por lo que o nos fusionábamos, vendíamos o sufríamos un gran riesgo. Intentamos fusionarnos con Vegonsa y con cadenas de Asturias y el País Vasco pero no hubo un acuerdo, hasta que surgió la oportunidad de vender ante una buena oferta y se hizo la venta.

¿Se arrepiente de haber tomado aquella decisión?

En el libro pongo que hace poco se vendió la cadena Supersol y lo que se pagó fue mucho menos que lo que recibimos entonces. Además, no fue decisión mía, porque cuando me quedé sin la ayuda de mi hermano, fuimos la primera empresa de Galicia en crear un consejo de administración profesional en la que cada rama de la familia nombró su consejero independiente y los resultados fueron magníficos.

Gadisa apostó por mantener la marca Supermercados Claudio. ¿Le causa satisfacción?

Sí, la mantiene para sus franquicias en Galicia, sobre todo para pequeñas localidades. Como le dije a Roberto Tojeiro en el momento de la venta, creo que los dos hicimos un magnífico negocio, ya que ellos se posicionaron como líderes indiscutibles en Galicia.

Con su experiencia en el sector comercial, ¿acierta a vaticinar hacia dónde se dirige?

No lo sé porque los cambios se producen a gran velocidad. Un punto fuerte de los supermercados, pero al mismo tiempo débil, eran los productos perecederos y hoy parece casi imposible que se pidan a domicilio y que lo traigan en la propia mañana, ya que los departamentos logísticos tienen que tener una precisión tremenda. Además, oligopolios como Amazon pueden hacer cambiar por completo los mercados.