El gran éxito de su primera novela, Intemperie, adaptada al cine por Benito Zambrano, descubrió la prosa precisa y absorbente del extremeño Jesús Carrasco. En sus libros late la España rural, en parte vacía o vaciada. También, junto al vínculo a veces conflictivo y traumático entre padres e hijos, en Llévame a casa (Seix Barral), sobre la que habló y conversó ayer en el ciclo Somos o que lemos de la Fundación Luis Seoane, que ha retomado la actividad. Carrasco reflexiona sobre la crisis afectiva y de identidad, entregado a una literatura que siempre le hará “dudar”.

Su novela invita a la reflexión sobre la responsabilidad de los hijos para con sus padres. ¿Por qué es más común en la literatura narrar esa responsabilidad desde el ángulo de los padres, y por qué usted ha querido cambiar de enfoque?

La literatura ha mostrado muchas veces ese amor del padre o de la madre por los hijos de forma radical. No pretendía escribir sobre esa responsabilidad, aparece en la novela a medida que voy escribiendo, se desvela sola como una preocupación vital y existencial. Tiene más que ver con mi edad y con el momento que estoy viviendo. Me acerco a los 50 años, mi padre falleció y veo que mi madre y mi suegra van necesitando ayuda. Sí es cierto, o al menos yo no lo recuerdo, que se ha escrito poco sobre el amor de los hijos hacia sus padres.

En cambio, el amor parece ausente en casi todo el libro. Los afectos están enterrados.

Es que esta novela retrata a un tipo de familia de la que te preguntas dónde están los afectos. Una familia arquetípica de la posguerra que vivió un momento histórico y social muy seco, muy áspero, un momento duro en el que no había tiempo ni espacio para hablar de los afectos y para expresar emociones, como si eso debilitara a las personas. Esa es mi sensación, por lo que conozco. En esas familias hay silencio, no se habla de sexo, no se dice ‘te quiero’, no hay contacto físico. La familia es una pequeña empresa que tiene que salir adelante. En cambio, quienes hemos crecido en democracia hemos vivido otros modelos afectivos, por suerte, y los padres lloramos ante los hijos.

Juan conduce la historia, pero el protagonista es la familia.

Sí. Es el personaje que recibe el encargo del narrador de conducir la historia a través de sus recuerdos y su conciencia. Es una pieza en un puzle de tres piezas que es una familia. No seguimos su penitencia solamente, sino su penitencia entre tres seres humanos.

Cuesta sintonizar con él, casi todo en él es reprochable, como la despreocupación que siente por sus padres. ¿Qué postura toma el autor respecto a Juan?

Es un personaje amargo, sobre todo al principio, distante y frío. No es fácil empatizar con él pero lo reconozco, me reconozco en él, veo en Juan muchas cosas que he visto y sentido en algún momento.

¿Porque vive una crisis de identidad, que también podemos sufrir cuando nos acercamos a los 50?

Sí. Juan también es hijo de su tiempo y su tiempo le ha permitido una adolescencia extendida, quizá demasiado, algo que no se les permitió a sus padres, que se formaron como seres humanos mucho antes que él. Ahora en cambio se bromea mucho con lo que cuesta echar a un hijo de casa, confundidos con sus propios padres hasta los 45 años. Su problema es que no asume una responsabilidad más propia de su edad, independientemente del momento en el que viva.

En el libro llama a la ciudad “espacio salvaje” y al campo, “espacio domesticado”. Hace contrastes entre lo urbano y lo rural. ¿Sus libros inciden en el concepto de España vacía o vaciada?

Aparece en todo lo que escribo porque ese es el lugar donde me he criado, soy hijo de esa España, donde el tiempo va más despacio. Aunque hoy lo contemporáneo va penetrando en lo rural, Amazon ya llega a cualquier pueblo. En los pueblos la concepción del tiempo es más relajada. El contraste no es ni bueno ni malo, es natural. De hecho, mucha gente siente atracción por esa diferencia de ritmo y hoy en día, con la pandemia, la gente se siente tentada por las zonas rurales. Hemos visto a ciudadanos huir de las ciudades porque se sienten como en jaulas, con vidas complicadas y precios y pleitesías diarias, convertidos en máquinas de trabajar para satisfacer las necesidades básicas. Tengo amigos que se han ido de la ciudad para probar suerte en el campo, y me parece saludable porque se pierde anonimato, pero se gana compañía y cuidado.

Tuvo mucho éxito con Intemperie, su primer libro. ¿Queda lejos ese éxito o aún supone para usted una carga?

No queda lejos, no. Cada día desde entonces ha venido marcado por ese éxito, que para mí lo es como escritor y como ser humano. Ahora podemos estar hablando de mi tercer libro porque el primero tuvo un muy buen recorrido. Es cierto, y de esto no me daba cuenta cuando sucedía, que me estaban pesando las expectativas que uno se crea a la hora de escribir. Llévame a casa es la primera novela que escribo libre de ese peso, de esa presión invisible que había después del éxito de Intemperie.

¿Ha cambiado mucho el autor entre el primer y el tercer libro?

No soy el mismo, no se cuán diferente. Hay una conexión clara entre las tres novelas y con lo que me queda por escribir. Tiendo a escribir sobre lo que me preocupa de verdad y a dejar fuera lo anecdótico. Me refiero a temas como el territorio de la España rural, que cuando deje de ser una preocupación será una fuente de alegría. Para mí eso es importante a lo largo de toda mi vida. También noto una evolución natural a la hora de escribir, que voy afilando las herramientas y soy más certero, pero la duda y la inseguridad siempre está, en la literatura siempre está la duda. Se lo leía estos días a Luis Landero, con la edad que tiene y todo lo que ha escrito. Otra cosa que noto es un cierto aligeramiento, que escribo con menos corsés: me parece que lo que uno tiene que escribir no es muy importante ni lo contrario, sino lo que uno puede hacer. Si alguien lo recibe con cariño, bien, y si no qué se le va a hacer.

Con esta actitud que expone, ¿cómo encaja los múltiples elogios que recibe? En las reseñas de Llévame a casa se escribe sobre usted que “va a ocupar un hueco canónico entre los grandes de la literatura en español”.

Con la misma sorna con la que usted me lo pregunta. Es algo hiperbólico. Eso se dice de alguien que se lo ha ganado todo. Yo estoy al principio de un camino, he escrito tres novelas y no sé si algún día mereceré recibir esas calificaciones. Soy un principiante y hay mucha literatura bien escrita.