El centralismo político y administrativo contribuye al borrado de territorios, lenguas y culturas y el ámbito local no escapa de él: A Coruña tiene su propio ejemplo con los que fueron en su momento sus territorios circundantes. Se trata de San Vicente de Elviña, San Pedro de Visma, Santa María de Oza y San Cristovo das Viñas, antiguas feligresías con entidad y particularidades propias cuya historia fue diluyendo la centralidad de la ciudad.

El historiador coruñés Arturo Abad, oriundo, como él dice, de San Roque de Fóra, rescata estos territorios en su trabajo de fin de máster y en un artículo publicado en la revista Nalgures, de la Asociación de Estudios Históricos de Galicia. “Estos cuatro territorios eran diferentes, tenían su propia asamblea vecinal, presidida por un mayordomo pedaño, tenían su propia fiscalidad y sus características demográficas”, asegura Abad.

Estas feligresías se anticiparon a los primeros postulados democráticos en pleno Antiguo Régimen: para el antiguo concejo de A Coruña, estos eran los denominados territorios de la vara del coto, pero allí ya existía la figura de un regidor escogido libremente a voto por vecino, sin intervención de los mandatarios de la capital. “En el Ayuntamiento, los oficios se compraban y vendían. En las feligresías existía un auténtico pacto democrático”, aprecia Abad. Eran llamados a participar en aquellos comicios rudimentarios los hombres mayores de 25 años que fueran cabezas de familia, que adquirían competencias de tipo administrativo.

“Estos territorios tenían también su fiscalidad propia. Tenías que pagar a la Hacienda Real unos 50.000 reales de vellón al año, que A Coruña repartía entre los territorios. Para no pagar directamente de su bolsillo, los vecinos daban al sisero el derecho a vender en exclusiva carne, vino y aceite, a cambio de una determinada cantidad que pagaba a Hacienda Real. Era como un régimen de monopolio”, ejemplifica.

De todos, San Pedro de Visma era el que más pagaba, al ser el territorio que contaba con las mejores tierras de labranza y la mayor cantidad de población. Cada una de estas feligresías estaba dotada, asimismo, de sus peculiaridades demográficas y laborales: mientras que en Visma el gremio predominante era el de los carreteros, en San Cristovo das Viñas y San Vicente de Elviña, la ocupación predominante era el agro. En Santa María de Oza, el sustento lo daba el mar. “Los marineros que faenaban en la bahía de A Coruña estaban integrados en la matrícula naval. Se dedicaban a la industria marítima, la Armada del Rey los anotaba para incorporarlos a sus buques y luchar contra Inglaterra. El de Oza era el único de estos territorios en el que existía un gremio de marineros matriculados”, narra el historiador.

Estas feligresías pusieron su grano de arena en la historia de la ciudad, en su mantenimiento e incluso en su defensa cuando la ocasión lo requería. “Fueron territorios fundamentales en la defensa de la ciudad durante la Guerra de Sucesión. En San Pedro de Visma hubo especial dedicación a la vigilancia de la costa desde lo alto del Monte de San Pedro. Con Caión y Suevos participaron en la defensa del litoral, para evitar que las armadas inglesa y holandesa se acercase a la ciudad”, asegura Abad. Contribuyeron con hombres, levas, utensilios y hasta agua a través de la canalización vieja.

Su presencia no se limitó solo a los tiempos conflictivos: aportaron desde alimentos y abastecimiento a la ciudad hasta piedras de las canteras traídas en sus carros para empedrar calles como la Franxa o los Cantones. Una idiosincrasia propia que el historiador anima a apreciar y recuperar. “No eran, como se dice, gente sumisa y sometida al miedo. Llegaron a plantarle un pleito al Ayuntamiento para que retribuyesen su trabajo”, manifiesta.