“¿Y estás vacas turran?”.

“No, que son vacas de A Coruña.”

El rebaño más urbanita de la ciudad vive la vida relajada en San Pedro de Visma, visible desde la tercera ronda, junto a su propietario, Luis Maceiras. Parda, Maruja, Pastora y Morena salen por la mañana y hasta la noche no regresan a casa, aunque el toque de queda lo respetan. “No vivo de esto, porque con cuatro animales no te llega. Es un hobbie. Te tiene que gustar, claro”, admite Maceiras.

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Luis Maceiras, Ángel Vázquez y sus animales Víctor Echave

La afición la heredó de su padre, pero, como reconoce, tiene fecha de caducidad, aunque parece lejana en el horizonte. “Cuando construyan el polígono de San Pedro de Visma, tendré que venderlas”, reflexiona. Una posibilidad remota por el momento, que todavía no le preocupa demasiado. Maceiras, que ronda los cuarenta años y es oriundo de San Pedro de Visma, donde nació, creció y se quedó, defiende las bondades de la vida rural con respecto al ajetreo de una ciudad deficitaria en zonas verdes y lugares para respirar.

Luis Maceira, con sus vacas en San Pedro de Visma. | // VÍCTOR ECHAVE

“Aquí el confinamiento fue una maravilla. Después se llenó de gente que venía a caminar, a la que nunca habíamos visto. Luego no volvieron a venir”, recuerda Luis Maceiras, que sabe que no se hará rico de ganadero. “No es rentable porque no dan leche. De vez en cuando tienen alguna cría. Es más por capricho que por otra cosa”, asegura.

Un modo de vida por el que también se decantó, en su momento, Ángel Vázquez, que pasa el día en circunstancias similares con sus ovejas junto al lugar de Pedreiras, donde se asienta la iglesia de San Pedro de Visma y donde queda, incluso, algún hórreo en pie. Desde su perspectiva obtiene una vista privilegiada de los elementos más representativos del skyline coruñés, desde la Torre de Hércules hasta el depósito de Monte Alto. En su momento vivió en la calle Barcelona, pero no cambiaría esto por aquello. “Cuando vivía en la ciudad, seguía viniendo aquí a pasar el día. Las tengo por diversión, hasta que dure”, asegura.

En su caso, el día de colgar las botas se muestra mucho más próximo que para Maceiras, dados los problemas que viene experimentando en los últimos tiempos con los vecinos, descontentos con la actividad. “Se quejan mucho: que si el perro ladra, que si las ovejas molestan. Al final me desharé de ellas”, se resigna. Son dos de los reductos rurales de la ciudad que aún se resisten a abandonarse al crecimiento de la urbe.

Una de las ovejas de Ángel Vázquez. | // CARLOS PARDELLAS

Con animales a cargo, quedan todavía menos: alguno en Bens, otro en Feáns. A los pies del Materno, el ganadero Antonio Grandío y su vaca Marta esperan todavía a que el parking prometido les saque de sus tierras, algo que aún no ha ocurrido pese a la inminencia con la que fue anunciado el proyecto hace ya dos años. Otros núcleos rurales de la ciudad aguantan discretamente donde antaño se asentaban las antiguas feligresías rurales de San Cristovo das Viñas o San Vicenzo de Elviña. Alguno queda, también, en Santa María de Oza. O Portiño, As Xubias, o A Silva sobreviven en silencio a sabiendas de que desarrollos urbanísticos futuros, algunos en marcha, otros a la espera en cajones del área de Urbanismo, amenazarán su modo de vida tarde o temprano. Ellos lo tienen claro. “No cambiaría esto por la ciudad nunca. Antes todavía bajábamos algo. Ahora hacemos todo aquí”, asegura Luis Maceiras.