Para el director musical Giancarlo Guerrero, ganador de seis premios Grammy, la actividad que la Orquesta Sinfónica de Galicia desarrolla en plena pandemia es “un milagro”. La dirigirá en el concierto de mañana, junto al pianista Daniel Ciobanu, en el Coliseum. Se siente “privilegiado” por subirse a un escenario en estos tiempos, pero es “optimista” y ve el final cada vez más cerca.

¿Cómo está siendo esta nueva experiencia con la Orquesta Sinfónica de Galicia?

Esta es mi tercera visita y siempre es un gran privilegio trabajar con esta orquesta. Es muy especial musicalmente, personalmente e institucionalmente y en uno de los lugares más bellos del mundo. Para mí venir a A Coruña es un privilegio y un placer, pero en los tiempos que estamos viviendo es todavía más increíble ver lo que está sucediendo con esta orquesta. En medio de una pandemia, la orquesta va hacia delante, no solo ejecutando música sino también sirviendo a su público. En este momento necesitamos tanto las pocas cosas que nos recuerdan la normalidad. Esto requiere no solo una gran visión y mucha imaginación, sino también valor. Muchísimo valor de los músicos y del público, de salir y decir “esta pandemia no nos va a quitar las cosas simples que nos hacen la vida fabulosa”. Cuando en muchos otros lugares el 90% de orquestas e instituciones de artes están completamente apagadas, aquí en A Coruña la Sinfónica sigue adelante. Es inspirador. Yo lo cuento a mis amigos y no me creen. Estoy haciendo Petroushka con la orquesta completa cuando apenas se están haciendo dúos o tríos.

¿Cómo ve a los músicos?

Hay un deseo grandísimo de cuidarse entre ellos. Todo el mundo se pone la mascarilla, mantiene la distancia y hace lo posible para estar ahí. No es perfecto, el riesgo siempre existe, pero en nombre de la música, como dicen, camina uno sobre el fuego. Para mí, como director, venir aquí y ver esta maravilla es inspirador. Realmente la palabra es milagro.

¿Qué está ocurriendo en Estados Unidos en este ámbito?

Mi orquesta está parada desde marzo del año pasado. Mi orquesta no ha tocado una sola nota desde marzo del año pasado. El otro día vi que la Filarmónica de Nueva York, como gran orquesta, esta semana, por primera vez en 400 días, va a tocar para un público de 100 personas. Esa es la realidad con la que nos encontramos. Hace un mes iba a dirigir en Gulbenkian, en Lisboa, y a última hora el concierto se canceló porque la situación era complicada. Sí. Es complicada en todo el mundo, pero estamos saliendo poco a poco. Estoy vacunado. En Estados Unidos las cosas han ido mejorando este año, pero todavía nos falta. Cuando yo arranque con mi orquesta, que estamos planeando empezar la temporada en septiembre, vamos a tener que empezar prácticamente de cero y reconstruir. No solo no hemos ejecutado ni practicado nuestro arte, ni hemos entrenado nuestros músculos, tampoco hemos practicado los protocolos sanitarios de mantener distancia y sentirnos cómodos. Estamos un poco atrasados, pero existe el deseo de hacerlo.

En España, el sector cultural ha reclamado más ayuda en esta pandemia. ¿También en Estados Unidos?

El sistema de financiamiento en Estados Unidos es muy diferente al del resto del mundo. Allí, las instituciones artísticas no reciben un centavo del Estado. Todas son apoyadas por empresas privadas o donaciones. Una gran parte por la que sobreviven las orquestas e instituciones es la venta de entradas. Donde en muchos otros países está casi subsidiado, en Estados Unidos dependemos de cada venta de entradas. Y al no haber un solo billete vendido, digamos que una pata del banco no sirve. Por más que queramos hacerlo, ¿cómo sobrevivimos? No podemos pagar salarios. En ese sentido, nuestro público ha sido increíblemente generoso. Nuestros donantes han seguido ayudando a la orquesta, pero de nada sirve acabar todos los fondos que entren y después no poder arrancar. Tenemos un teatro que hay que mantener, pero para arrancar en septiembre vamos a necesitar fondos. Va a haber sacrificios y va a haber recortes. Ha sido desbastador para muchos músicos. Y vengo aquí y veo esto en A Coruña y pienso ¿cómo podríamos hacer esto en Estados Unidos?

El mundo de la música se trasladó, por momentos, al virtual para seguir tocando y en contacto con el público.

Sí, pero no es lo mismo. Ejecutar para un teatro vacío no es natural para nosotros. Salir ahí y saludar a nadie es raro. Lo hemos hecho, pero estamos como locos por volver a la normalidad, tener nuestro público, sentarnos juntos. Esto de estar distanciados no es musical. Eso no sirve. Uno tiene que estar cerca y respirar juntos. Esa telepatía que se necesita. Yo veo que aquí, en los ensayos, los músicos vienen con ganas, igual que si fueran tiempos normales, porque el público se lo merece. En todos los lugares a los que he ido en pandemia, donde ha habido público, aunque sea reducido, ha sido como si fuesen 10.000 personas. La gente lo aprecia y reconocen el sacrificio de los músicos. El público de A Coruña puede decir “estamos pudiendo disfrutar de algo que el resto del mundo no puede, conciertos en vivo”.

¿Y qué se va a encontrar el público mañana en el Coliseum?

Es un programa espectacular. El Petroushka es una obra virtuosa. Cada uno de los músicos de la orquesta es un solista. Piano, flauta, trompeta, fagots, clarinetes, percusión, arpa... Todo el mundo tiene solos. Porque Petroushka es un cuento de títeres y cada músico es un personaje y hay que contar la historia. Es un reto. Esta es una gran oportunidad para el público para reconocer que no solo tienen una gran orquesta sino que hay músicos que podrían estar tocando de solistas en cualquier lugar del mundo, pero están en la Sinfónica de Galicia. Es increíble ver como estos señores tocan esto como si fuera nada. Por eso esta orquesta tiene una fama más allá de sus fronteras. Para mí, como director, es como conducir un Ferrari. Y el concierto de piano de Prokófiev son fuegos artificiales.

Ha viajado por todo el mundo, colaborado con diferentes orquestas y ganado seis premios Grammy, pero se sigue ilusionando con conciertos como el de mañana.

Eso no se quita nunca. Yo me dedico a mi hobby. Siempre le digo eso a mis hijas, ojalá ellas tengan la suerte que yo tuve. Yo no trabajo. Para mí venir y hacer música con una orquesta de este nivel es un pasatiempo. Es mi pasión y mi vida. El día que se vuelva una rutina, mejor me retiro. Todavía hoy busco cosas nuevas en la música. Tocar Petroushka en medio del COVID-19 no es lo mismo que tocarla en tiempos normales. Cada mañana es un día nuevo. Cada ensayo es distinto. Y el concierto, lo que pase, es espontáneo. Eso es lo maravilloso, es un momento en el espacio y en el tiempo. Podríamos ejecutar esa obra a la misma hora al día siguiente y sería completamente otra cosa. Y mucho tiene que ver el público. Sin público, nos quitan la adrenalina.

En su infancia tuvo que dejar Nicaragua para instalarse en Costa Rica, donde se unió a la sinfónica juvenil local. ¿De ahí viene su compromiso con la formación de jóvenes talentos?

Por supuesto. Es el compromiso más importante, más allá de dirigir. Lo más importante es transmitir este conocimiento a la siguiente generación, tal y como hicieron conmigo. Soy director de orquesta profesional de Nicaragua y Costa Rica, las dos grandes mecas de la música clásica. Me considero un ejemplo de que la música puede influenciarte sin importar de donde vengas. Costa Rica no solo me abrió las puertas, a mí y mi familia como refugiados, sino que me dio la música. Me dio la oportunidad de asistir a la sinfónica juvenil. Vengo de una familia en la que no hay músicos. Mi papá escuchaba mariachis y mi mamá, a Julio Iglesias. Mozart y Beethoven eran inexistentes en mi casa. Pero, al mismo tiempo, se dieron cuenta de que yo tenía buen oído y vieron un anuncio en el periódico de que la sinfónica juvenil tenía audiciones y ahí me metieron. Comparto con alumnos de todo el mundo mi experiencia. El único común denominador ha sido el trabajo. No hay otra manera.