La salud emocional y mental son las grandes asignaturas pendientes en lo referente al cuidado personal a cualquier edad. Cuando a uno le duele una pierna, sabe que debe ir al médico. Cuando lo que duele no se ve, en cambio, es más complicado actuar o saber cómo hacerlo. El programa Emociones, que Afundación pone en marcha, en colaboración con Matia Instituto y el espazo +60, nace, precisamente, para cubrir esta falla.

El proyecto parte de una realidad curiosa: según un estudio sobre envejecimiento activo que la entidad realizó en el año 2017, la salud emocional es uno de los aspectos que menos se cuida y trabaja. “Ese estudio lo hicimos tomando en cuenta el índice personal, que mide las dimensiones relacionadas con la salud y la participación”, explica Sabela Couceiro, coordinadora e impulsora del proyecto.

Emociones tiene el objetivo de hacer frente a esta carencia: a través de ocho sesiones, que se realizarán en formato telemático debido a las circunstancias actuales, los profesionales encargados de impartir la formación dotarán a los participantes de herramientas para conocer, reconocer y detectar sus emociones y enfrentarse y lidiar con ellas. En una primera fase, en la que contó con grupos focales, el proyecto dibujó sus estrategias y sus límites a través de las aportaciones de sus participantes. Después, una experiencia piloto que se celebró en 2019 en formato presencial sirvió para corroborar que el método funcionaba. “Nos dimos cuenta de que era un tema desconocido, y la gente quería saber más, demandaban más contenido teórico en la esfera emocional. El programa tiene una parte teórica y otra más del tipo taller”, explica Couceiro. La finalidad es simple: adquirir herramientas para gestionar los sentimientos y aprender cómo relacionarse con ellos. La soledad y todas sus manifestaciones, los miedos, el trabajo sobre emociones positivas o el autocuidado son temas que desfilan en las distintas sesiones. El bienestar emocional no entiende de edades. “Ahora se habla mucho de inteligencia emocional con los niños, pero es un concepto nuevo. Las generaciones mayores nunca hablaron de esto, hay muchas cosas aprendidas: el ocultar las emociones, que no se noten. El resultado de esto es una cultura que nos afecta”, argumenta la coordinadora del proyecto. Quien ya ha notado los efectos beneficiosos de trabajar en su bienestar ha sido Felisa Gontán, que participó, en 2019, en aquella experiencia piloto que sirvió para sentar las bases del programa. A ella le sirvió para solventar una época complicada y aprender más sobre si misma.

“Me pareció una experiencia enriquecedora. Es un mundo muy desconocido. Trabajar las emociones es difícil y el curso no te va a solucionar nada, pero sí te va a dar herramientas para ayudarte en el día a día”, comenta Felisa Gontán. Entre sus destrezas adquiridas está el haber aprendido a reflexionar antes de contestar, a solucionar los conflictos una vez uno deja de estar irritado y a ponerse en la piel del otro. “No es que yo tuviese muy mal carácter, pero mi hija me dice que me nota cambiada, más empática, más cariñosa, con más calma. Hasta mis nietos me lo dicen”, asegura la participante.

Junto a ella, los otros implicados en la experiencia piloto aprendieron a lidiar con las aristas más complicadas de su carácter, a reflexionar y a manejar sus problemas presentes o pasados. “Es bueno para el día a día. Todos podemos mejorar en algo. Yo en ese momento me encontraba mal. Eso ayuda, pero tienes que trabajarlo mucho” aconseja.