Una firma que certificó lo que es hoy la plazuela de las Bárbaras. El BOE del 31 de marzo de 1971 razonaba que “para evitar que conjunto tan valioso pueda sufrir innovaciones o reformas que le perjudiquen” el Ministerio de Educación y Ciencia declaraba conjunto histórico-artístico nacional el espacio al pie del convento de las Clarisas, en pleno corazón de la Ciudad Vieja. Este blindaje patrimonial máximo, de hace medio siglo y que preservaba todos sus característicos elementos, dejaba a la Corporación Municipal y a los propietarios del inmueble del entorno bajo “la más estricta observancia de las Leyes Artístico, Municipal y del Suelo y de Ordenación Urbana”.

“Entonces las decisiones de este tipo” que afectaban a A Coruña “eran contadas y muchas veces se buscaba el equilibrio entre los territorios y solo se tomaban si se percibía un peligro inminente”, explica José Ramón Soraluce, catedrático de la escuela de Arquitectura. “Eran expedientes que se tramitaban a nivel nacional, todo muy diferente. Hablamos de una época en la que había una especial sensibilidad por preservar los espacios urbanos antiguos y aquella decisión le salvó del desarrollismo y de la indefensión” que sí vivieron otros enclaves como la “plaza de Lugo o la plaza de Pontevedra”, contextualiza.

Hace cincuenta años, los “monumentos” protegidos en la ciudad se contaban con los dedos de una mano. La Colegiata, la torre de Hércules, las ruinas del convento de San Francisco, las murallas y el jardín de San Carlos, el museo de Bellas Artes... Las primeras medidas de protección habían llegado tan solo cuarenta años antes, en los primeros meses de la II República. Y símbolos como el castillo de San Antón tuvieron que esperar un par décadas, hasta 1994, para su salvaguarda gubernamental en un movimiento que afectó a todas las fortalezas de este tipo. Por el camino desaparecieron entre otras, las de San Diego y San Amaro.

Aquella decisión de 1971 ha mantenido a las Bárbaras “muy protegida”, salvo “pequeñas transformaciones”, acentuando esa sensación de tiempo detenido que se tiene cuando se entra en el conjunto, nacido al abrigo del convento de las clarisas, de la segunda mitad del siglo XV. El BOE de entonces ya destacaba que era “un recinto apacible” , “un conjunto evocador en el que la arquitectura popular que flanquea su costado norte contrasta con la solemne severidad de los muros conventuales”. Soraluce cree que la plaza de Santa Bárbara se encontró un contexto “propicio”, ya que era “una prioridad proteger los espacios medievales y barrocos”, no ocurría lo mismo con elementos de finales del XIX o con el “modernismo”. Una figura que también destaca el catedrático es la de Manuel Chamoso Lamas, que durante décadas fue comisario de la zona norte del Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional y que en sus últimos años, antes de fallecer en A Coruña en 1985, fue presidente de la Real Academia Galega de Bellas Artes y miembro de la Real Academia Galega.

“La plaza está en muy buen estado. Ha tenido algún inconveniente, pero no importante”, cuenta Soraluce sobre la impresión que tiene hoy en día de un conjunto, que debió convivir en los últimos tiempos con vallas por el mal estado de las acacias centenarias que acoge, un episodio ya superado. El recinto, inmutable, ha vuelto a su estado original.

Las Bárbaras no fue fruto en su día “de una gran planificación”, ni mucho menos. Nació popular, “en espacios sin cubrir”, propiedad de la Iglesia en algún caso, que quedaban delante de monumentos como el convento de las Clarisas o como la propia Colegiata. Son enclaves que poco a poco y con el paso de los años van ganando en peso y personalidad con “la evolución de la ciudad”. Hasta hacerse imprescindibles, hasta convertirse en uno de los lugares predilectos de coruñeses y turistas que lo ven como “un secreto” o “uno de los rincones más íntimos de la ciudad”, como describen los ojos foráneos en comentarios de las redes sociales turísticas.

Soraluce cree que esa conexión no está fundamentada en ninguna peculiaridad arquitectónica. “Es emocional, es un lugar romántico”, apunta. “Nos traslada a otro tiempo, nos hace darnos cuenta del paso de la historia en la ciudad”, cuenta.