Me crié en la calle Real hasta los cuatro años, edad en la que mi familia se trasladó a Alfredo Vicenti, donde viví hasta que me independicé con mis padres, Lisardo y Julia, y mis hermanas Teresa, Chonchi, Fátima, Lis y Julia. Mi padre trabajó toda su vida como administrador de fincas en una oficina de Linares Rivas, mientras que mi madre se dedicó al cuidado de la casa y de sus hijas.

Mi primer colegio fue la Compañía de María, donde estudié hasta los doce años y del que pasé al Montespiño, en A Zapateira, y posteriormente al instituto del Agra do Orzán, entonces recientemente inaugurado. Al terminar el bachillerato empecé a hacer cursos de fitness, actividad que entonces era desconocida aquí, y conseguí el título de monitora de aeróbic en la Escuela Ortos, que era la única que lo impartía en la ciudad. Al obtenerlo empecé a trabajar en ese mismo centro durante tres años y luego abrí el primer gimnasio femenino de la ciudad, llamado Jumping, que mantuve durante cinco años hasta que lo vendí y marché a trabajar a Lugo.

Allí trabajé durante seis años como profesora y monitora en un centro deportivo hasta que regresé para abrir uno de mi propiedad en Cambre que lleva mi nombre. Durante el tiempo que viví en Lugo conocí a mi marido, Óscar, con quien tengo dos hijos, Carmen y Hugo. Durante mi vida profesional gané el campeonato internacional de Galicia de aeróbic que se disputó en Vigo y también fui campeona de España de aeróbic por equipos con el Beats, formado también por Dora, Maribel, Manuel y Juan.

Carmen, con el primer premio en la competición internacional de aeróbic. La Opinión

Mis amigas de la infancia fueron las de mi calle y los alrededores, como María Debén, Silvia Souto, Paloma Molezún, las gemelas Dorrego y Cristina Domínguez, con quienes jugaba en Santa Margarita, las plazas de Vigo y de Pontevedra, así como la propia calle Alfredo Vicenti. Nuestros juegos eran la mariola, la cuerda y el brilé, además de la lectura de tebeos, coleccionar postalillas y jugar con las muñecas, muchas veces en los portales de nuestras casas.

En la noche de San Juan íbamos a las hogueras que se hacían frente a la Compañía de María, donde había un gran ambiente porque bajaban muchas familias de todo el barrio. Una de nuestras mayores diversiones era ir al cine los sábados, sobre todo al Avenida, Goya y Rosalía de Castro, además de al Equitativa, que era de sesión continua. Solía ir casi siempre con mi amiga María Debén, ya que mi padre era un poco rígido y los domingos los tenía que reservar para ir a misa con mi familia y para estudiar.

La autora, abajo en el centro, con sus hermanas en su juventud. La Opinión

Cuando cumplí los dieciocho años me dejaron salir con mis amigas a los bailes y discotecas más conocidas, como Pirámide, Cassely y el Playa Club, aunque mi padre me exigía que a las diez de la noche estuviera en casa, ya que si no lo hacía me castigaba sin salir el fin de semana siguiente.

En verano íbamos a todas las amigas juntas a las playas de Riazor y el Orzán, aunque algunos domingos llegábamos hasta Santa Cristina y Mera. A la vuelta, si teníamos tiempo, bajábamos al centro para pasear por los Cantones, la calle Real y las de los vinos, donde parábamos en algunas de las cafeterías más conocidas, como Otero y Victoria, que siempre estaban abarrotadas, por lo que había que esperar a que dejaran una mesa vacía. Era una época en la que en el centro había un gran ambiente por la gran cantidad de gente que estaba paseando, muchos de los cuales nos conocíamos unos a otros.

Testimonio recogido por Luis Longueira