La dramática situación vivida por Gael, el joven trans de 15 años que trató de quitarse la vida la semana pasada en A Coruña debido al acoso que sufría desde hacía años, removió conciencias en la comunidad educativa. El bullying sigue siendo un problema enquistado en las aulas, y son pocas las soluciones que se hayan revelado como verdaderamente efectivas para hacerle frente. Cuando el acoso viene dado, además, por la orientación sexual y la identidad de género de quien lo sufre, el problema se agrava debido al desconocimiento y la intolerancia que existen todavía sobre determinadas realidades.

El protocolo que la Xunta pone en manos de los institutos para garantizar la igualdad, la no discriminación y la libertad de identidad de género dibuja el modo en el que deben proceder los docentes de encontrarse con una situación similar en las aulas, con el fin de salvaguardar los derechos de los menores implicados. El documento desgrana algunos de los términos que el profesorado debe conocer e incide en que el hecho de ser trans no responde a un “hecho deliberado” o un “capricho”, como tampoco a un trastorno mental o del comportamiento.

El protocolo indica que, una vez el menor comunica una identidad diferente a la que le fue asignada al nacer, el centro tendrá que acompañar y apoyar de forma adecuada al niño o niña. El documento establece que el centro tendrá que dirigirse al menor en el nombre acordado y facilitarle las instalaciones como vestuarios o baños correspondientes al género con el que se identifica, e incluye epígrafes en los que manifiesta la necesidad de sensibilizar y concienciar al alumnado con la situación. Aunque en el protocolo consta un punto sobre acciones preventivas de conductas de acoso, casos como el de Gael demuestran que no siempre funcionan.

“No es habitual que la mayoría llegue al extremo de querer quitarse la vida. Pero es común que haya una historia de sufrimiento, de aislamiento, de señalamiento y de discriminación”, asegura la vicepresidenta de la asociación Chrysallis, Soledad Fernández. Con la suya, son 1.800 familias de menores trans de todas las latitudes del Estado las que integran la asociación, que trabaja diariamente para que niños y niñas trans, así como sus familias, aprendan a recorrer un camino para el que la sociedad no dota, a priori, de herramientas. “Si un niño o niña, siendo menor, es capaz de desafiar a todas las figuras de autoridad y a arriesgarse a que su familia le deje de querer, defraudar a sus padres y ser objeto de burlas, entonces lo que pide no es un capricho”, asegura Soledad Fernández.

La organización se enfoca, entre otros objetivos, en la prevención de acoso en las aulas a través de formación. “Cada vez hay más demanda de formación por parte de los centros educativos. Hace poco redactamos una guía muy completa, porque comprende el marco legal, los conceptos y una parte didáctica para trabajar en las aulas”, explica Fernández.

Un material que busca que se comprenda la infancia trans como “una oportunidad” y no como una dificultad añadida para el docente. “Se trata de vivir la diversidad de primera mano. El resto del alumnado también se beneficia, porque esa será la sociedad del futuro, más tolerante, abierta y respetuosa”, defiende Soledad Fernández. Los padres y las madres de Chrysallis instruyen a docentes y alumnado en materia de lenguaje inclusivo o conceptos como el género, pero en lo que se insiste, sobre todo, es en la sensibilidad. “Es importante respetar el ritmo del alumno o alumna. Que lo diga cuando quiera, como quiera. El que se le reconozcan unos derechos no supone quitárselos a los demás”, apostilla la vicepresidenta de Chrysallis.

Una máxima que en el instituto Agra do Orzán se toman muy en serio y que practican a través de las asambleas en las que la comunidad educativa participa semanalmente. El profesor François Davo, integrante de la Rede Educativa de Docentes Lgbti, coordina los grupos en los que los estudiantes se reúnen para compartir experiencias, preparar actividades y debatir realidades con un objetivo primordial: celebrar y educar en diversidad y hacer del centro un espacio seguro para todos y todas, al margen de sus preferencias, condición o identidad. Para ello utilizan las más diversas herramientas: desde un buzón colocado en las aulas para detectar casos de acoso, violencia o situaciones similares que la víctima no se atreva a revelar, hasta acondicionar los espacios del instituto para que cualquiera se sienta bienvenido. “En la asamblea, el alumnado puede hablar libremente. Se ofrece un lugar en el que pueden contar lo que quieran. Lo bonito es ver que acude mucho alumnado solidario, aliado, no solo el alumnado del colectivo Lgbti”, comenta Davo.

La prevención del acoso es otra de las líneas de actuación principales. “Trabajamos mucho en que no se mire para otro lado. No se trata de denunciar, pero si son testigos de actuaciones, con dejar un papelito en un buzón para que sepamos qué activar, es suficiente”, explica. Una medida que funciona, del igual modo que otra acción que no por tradicional pierde su efecto: la cartelería que el alumnado coloca por todo el instituto sirve para indicar que en el Agra do Orzán no se toleran ciertos comportamientos. “Parece simbólico, pero los adolescentes no lo ven así. Lo hacen con lemas que ellos y ellos escogen. Es importante que, cuando se entra en el centro, vean en qué creemos y que valores defendemos”, apostilla el profesor.

Asegura que la retribución por parte del alumnado indica que la actividad no solo es procedente, sino necesaria. Davo insiste, sobre todo, en que el papel del profesorado es esencial para cortar de raíz ciertos comportamientos y educar en otros más tolerantes. “Como profesores, nuestro deber es estar presentes, acompañar, estar alerta, para que nadie tenga que sufrir solo”, apostilla.