El director Roberto González-Monjas vuelve a casa, aunque no haya nacido en A Coruña. Esta tarde, a las 20.00 horas, se subirá al podio del Coliseum para dirigir a la Orquesta Sinfónica de Galicia. Entre los músicos, asegura, muchas caras conocidas y queridas porque su relación con la OSG se remonta a los primeros años del siglo, cuando tocó por primera vez en la formación joven. Interpretará, con la mezzosoprano Sophie Koch el Poema del amor y de la mar, de Chausson, y la Primera Sinfonía, de Shostakóvich.

Vuelve a casa...

Claro que sí. La primera vez que yo vine aquí fue hace 17 años y tengo 33 ahora. Entré en la Joven siendo un adolescente, yo no era de Galicia, vengo de Valladolid y hoy [por ayer] le decía a la orquesta que ellos habían creído en mí antes que nadie. Desde el primer momento me dieron todas las oportunidades. Después progresé y vine a tocar el violín con la orquesta grande, como jefe de segundos, después como concertino, vine a dirigir a la Joven y ahora a la orquesta profesional. Es una progresión preciosa porque, de alguna manera, muestra la visión de la Sinfónica, que es apoyar a la cantera, ayudar a los jóvenes y darles oportunidades para que tengan más opciones en el futuro.

Se encontrará con muchas caras conocidas en la orquesta, incluso de profesores, ahora que los ve desde el podio de director.

A la mayoría de los músicos de la orquesta los conozco. Son casi de la familia. Veo a gente que me ha apoyado, que me ha ayudado muchísimo, que me ha albergado cuando no tenía dónde quedarme, que me ha hecho la comida... Hay también una nueva generación en la orquesta con músicos que han pasado por la Joven. Es muy bonito ver tocar al primer trompeta, al ayudante de concertino, a la primera oboe, a una chica de la sección de chelos... son personas con las que he convivido en la Joven. Es un proyecto único en España por las oportunidades que les da a los jóvenes.

Entre los músicos, ¿hay esa visión de que tocar en la Orquesta Joven de la Sinfónica de Galicia es un trampolín?

Sí, la Joven de la Sinfónica de Galicia sigue destacando en España como un proyecto puntero por la calidad y por la cultura que ha creado. La disciplina y la manera de tocar que tienen los jóvenes aquí es única. Hay otras orquestas que tienen más renombre, por ser más centrales, como la Orquesta Joven Nacional, pero, realmente, la Joven de la Sinfónica es única y yo me siento muy afortunado de haber pasado por ella.

¿Es una oportunidad para ver cómo puede ser su futuro si, finalmente, deciden dedicarse profesionalmente a la música?

Sí, para un chico de quince o dieciséis años es una oportunidad de encontrarse en un contexto que se parece mucho al profesional. Es casi como un despertador. Tú estudias en el conservatorio, ensayas y no sabes muy bien qué va a pasar y esta experiencia es de una intensidad muy grande y te da también experiencias inolvidables. Yo me acuerdo de cada nota de cada obra que hicimos en la Joven. También se construyen amistades y conexiones musicales para toda la vida.

Y esta noche debuta con un programa de Chausson y Shostakóvich, ¿por qué estas obras?

Tuvimos que cambiar el programa por el coronavirus, porque el primero era demasiado grande para poder tocarlo en Ferrol [en el concierto de ayer]. Para mí es una semana muy importante, porque es mi debut dirigiendo a la Sinfónica, obviamente, es una orquesta respetadísima en España y todos tenemos una querencia especial por ella, por eso estoy tan contento. El programa es muy especial por el contraste de las dos obras. Tengo una enorme suerte de tener a Sophie Koch en Galicia porque en el mundo de la ópera es una institución. El poema del amor y de la mar es una obra muy triste y describe el final de una relación de amor, la primavera, el mar, la naturaleza y esas dos personas que se distancian. Shostakóvich se tenía que graduar en el conservatorio y le dan carta blanca para que componga una sinfonía. Es muy bonito ver esa energía de un chico de unos veinte años que, por primera vez, se enfrenta a una sinfonía, que es un género que da bastante miedo. Es una exploración, como tirarse a la piscina. Es muy bonita, muy experimental y abstracta a veces, como que él quería probar de todo. Además, tiene muchos solos para los músicos de la orquesta. Yo creo que nos lo vamos a pasar muy bien.

A diferencia de otros conciertos podrán tocar para el público.

Es una de las cosas que la Sinfónica ha hecho muy bien. Haber encontrado un espacio en el que tocar. La acústica no es ideal, pero poder mantener la programación es muy relevante. Hay muchas orquestas que no pueden o que tienen que cambiar todas las piezas porque no pueden tocar todos los músicos...

El coronavirus lo ha trastocado todo, ¿cómo ha afectado a una cerrera en progresión como la suya?

En mi caso ha sido una oportunidad. Mi carrera era muy poco sana. Cada semana me despertaba tres o cuatro días a las cuatro de la mañana para coger un avión o un tren... No hacía deporte, comía todo lo que quería y estaba empezando a encontrarme con las secuelas de ese modo de vida tan descontrolado. Lo que hicieron los tres primeros meses de confinamiento fueron darme la oportunidad de dormir, de tener una rutina, de hacer deporte todos los días y de reenfocar mi vida. Agradezco cada día porque desde que se han reanudado los conciertos no he parado, aunque con una vida más saludable. Sé que muchísima gente ha sufrido mucho y lo único que puedo hacer es ayudar a los colegas que no han tenido tantas oportunidades.

El coronavirus le ayudó a ordenar las ideas, entonces.

Me ha dado la oportunidad de mirarme al espejo y de preguntarme qué quiero ser y no solo ir por inercia, y a entender que el tiempo libre y ver semanas libres en el calendario es una inversión en calidad de vida, en estar con la gente a la que quieres, en viajar por placer y no por trabajo, en quedarte en casa... Para ser un músico o un artista feliz es muy necesario.

Habrá quienes invierten mucho tiempo en prepararse y acaban siendo esclavos de la música.

Es muy peligroso. La vida en un escenario es genial, poder hacer lo que te gusta, lo que te mueve y te llena, que te paguen por ello y que te aplaudan es muy atractivo, pero cuando se convierte en una obsesión y lo único que haces es estar en un escenario y no parar, creo que se pierde frescura y perspectiva y a mí me gusta llegar al escenario al 100%, ya sea dirigiendo o tocando el violín. Un programa como este [el de hoy] dura una hora, pero yo llevo meses preparándolo y es importante tener tiempo para estudiar, para leer, para entender la obra. Si no estás preparado se nota. En la música no se puede vivir de rentas.