Arrasó con Vozdevieja y ahora Elisa Victoria (Sevilla, 1985) presenta El Evangelio, también editado por Blackie Books, en el que cuenta la historia de una profesora, Lali, a la que le asignan un colegio de monjas. Lo presenta hoy, a las 20.00 horas, en la Fundación Luis Seoane, dentro del ciclo Somos o que lemos.

En la novela, la protagonista ha estudiado Magisterio y es también repartidora de pizza, mundos que usted conoce. ¿Hay más elementos autobiográficos?

Esos son los dos pilares autobiográficos sobre los que se va construyendo una ficción. Supongo que también mi propia experiencia de la juventud, que fue un periodo extraño y de contrariedad y de confrontación con el mundo real. En general, hay mucha mezcla.

Lali tiene que hacer prácticas en un colegio de monjas. ¿También le ocurrió a usted?

Sí, en las prácticas de tercero me tocó un colegio religioso. Pero no era así, el colegio del libro está muy construido, investigué mucho sobre centros así.

El libro sirve también como una crítica al sistema educativo. ¿Qué debería cambiar?

No es tan fácil porque las cosas se demuestran en la práctica. Pero falta un poco de espacio para más creatividad e inclusión de la diferencia. Que haya más espacio para que cada niño se muestre tal como es y que no haya tanta obsesión por seguir un currículum cerrado. Además, me parecería más beneficioso en general que fuese laico. Todo esto tendría que comprobarse, soy consciente.

El colegio elegido, ¿supone una gran influencia?

Claro. Es muy importante. A veces vas al que te toca y otra se preocupan los padres de conseguir que vayas a un colegio concreto. También depende mucho la maestra o el maestro que te toque porque cambia muchísimo la perspectiva del discurso de las clases y de como se trata cada caso concreto. Me gusta mucho explorar la figura del maestro porque es muy importante la preparación que tienen y el enfoque que dan a las cosas.

¿Le ha ocurrido? ¿Ha tenido algún profesor que le haya marcado?

Ha habido varios, pero ningún profesor me ha cambiado la vida. Sí he notado la diferencia entre un profesor que parece que está a disgusto, que se lo toma como un trabajo seco y no se implica, y otro que sí está implicado, que te apoya y es capaz de dar la cara por ti en la junta de evaluación contra otro profesor que te ha cogido manía. Esos profesores que te tratan como un ser humano y se preocupan por cada caso concreto.

Ha reconocido que empezó Magisterio por los niños, que también están presentes en la novela. ¿Qué le aportan?

Me gustan mucho los niños. Me interesa mucho el mundo infantil por las materias que se estudian, la literatura infantil y la comunicación con los niños, que es diferente a la que se puede mantener con los adultos. Me parece muy rica, muy fresca. En el momento en el que empecé la carrera tenía la ilusión de convertirme en una de esas profesoras que se preocupan y que son capaces de tender la mano a los alumnos.

Ahora la tiende desde otro lado, que es la literatura.

Es muy diferente. Al final mi camino no ha tenido mucho que ver con ninguna de aquellas carreras —también estudió Filosofía—. La literatura que yo escribo no está enfocada a niños, pero me ha servido para construir una historia y tratar ese tema que siempre me interesó y preocupó tanto. Ahora mi oficio es más bien solitario, pero me ha dado la oportunidad de explorar ese tema que siempre he llevado conmigo.

¿Es importante mantener el espíritu Peter Pan?

Sí. Aunque igual Peter Pan ha tenido una acepción negativa, como que significa que implica cierta inmadurez. No creo que sea incompatible adoptar una posición responsable, según lo que el mundo te pide, y mantener esa frescura y esa flexibilidad de la niñez. No volverte como una especie de robot que cumple labores y que se cansa y se irrita por todo. Creo que hay muchas personas que mantienen la espontaneidad y la riqueza que les caracterizó cuando eran pequeñas. Te encuentras obstáculos y tienes que adaptarte a nuevas situaciones, pero se mantiene esa chispa.

Al principio del libro, su editora la define como la gran narradora de las primeras veces. ¿Es acertado?

La verdad es que no lo había pensado. Supongo que ha coincidido, pero sí me interesan los periodos de tránsito y ajustes, en los que pasas de una etapa a otra, y las contradicciones que eso implica. No sé si va a seguir siendo mi línea para siempre.

Su anterior novela, Vozdevieja, fue un éxito. ¿Le influyó a la hora de crear El Evangelio?

Fue un condicionante. Al principio, me preocupó. Cuando tuve que afrontar la elaboración de El Evangelio, pensaba que era un buen momento para empezar a trabajar, pero no sabía si gustaría tanto, si era el paso correcto o si no era lo que la gente iba a esperar. Estaba un poco mareada con esas cuestiones. Estaba acostumbrada a escribir en un contexto muy íntimo, en el que había muy poca gente esperando a lo que yo hiciera. Fui haciendo pruebas y cuando llevaba dos o tres capítulos, fui recuperando el espíritu de pasármelo bien investigando y construyendo. Pensaba que ojalá gustara pero que si no, yo había pasado un tiempo que había tenido un sentido para mí.

¿Necesita disfrutar en el proceso de creación?

Necesito que sea interesante para mí. Es verdad que a veces se sufre escribiendo y no tienes claro hacia donde deberías tirar. Para mí es un buen indicativo si en el proceso de creación estoy entretenida y lo estoy pasando bien.