“Me aportan más ellos a mí que yo a ellos”, sentencia la voluntaria del Comité Antisida Casco, María José Sebastián. El motor de las asociaciones de la ciudad son esas personas que, de forma desinteresada, buscan un hueco en sus vidas para, simplemente, ayudar a otros. Ya sea participando en una recogida de alimentos o juguetes, acompañando a una persona mayor al médico o haciendo sonreír a un niño ingresado en el hospital Materno.

Aarón Fernández, que lleva desde los 15 años ayudando en el Banco de Alimentos Rías Altas, señala que hay “poca gente joven” en los voluntariados. ¿La razón? “Falta de tiempo”, asegura, pero por su propia experiencia sabe que es posible compaginar estudios o trabajo con la labor de voluntario. Se puede ayudar desde casa, por teléfono, ahora por internet, y también apuntarse a actividades que se desarrollan los fines de semana. Los colectivos que necesitan ayuda son tantos que cualquier minuto es oro. “Más gente de mi edad debería hacerlo”, apunta Fernández, que ha soplado 22 velas.

A Coruña, pese a todo, es solidaria. Y la pandemia dejó una muestra clara de ello. La red municipal de voluntariado creada en marzo de 2020 por la concejalía de Benestar Social por la crisis del coronavirus logró reunir en solo unas horas a 500 coruñeses dispuestos a ayudar en lo que el Concello les requiriese. También los barrios hicieron grupos de apoyo para superar, entre todos, esta situación. El Concello cuenta con una oficina de intermediación de voluntariado, desde donde está en contacto con todas las entidades, para conocer sus realidades de cerca, sus demandas y sus carencias. A esta se une la Oficina de Cooperación y Voluntariado de la Universidade da Coruña, desde donde se coordinan proyectos en los que participan los estudiantes.

El objetivo es común: ayudar. “Ojalá hubiera más gente en los voluntariados. Yo animo a todo el mundo. A mí me cambio la vida”, confiesa Pilar Pena, que ayuda en la Cocina Económica. Muchos de estos voluntarios han tenido que quedarse al margen durante la pandemia, por la necesidad de mantener las distancias y no mezclar grupos, pero todos echan de menos esa rutina y están deseando volver a las miradas y los abrazos del día a día. Mientras, las redes sociales e internet han permitido abrir una nueva ventana al mundo, desde donde pedir ayudar, contactar con otras personas y entretenerse. La recompensa es enorme: agradecimiento y cariño.

Guillermo Fernández Obanza, en la sede de su ONG Ecodesarrollo Gaia. | // CARLOS PARDELLAS

“El voluntariado es una escuela imprescindible en la vida, no se puede pasar la juventud sin compromisos”

“Lo que influye en los que nos dedicamos a esto es que existe una educación emocional basada en el respeto y en el cariño a la gente”, resume Guillermo Fernández Obanza, de la ONG Ecodesarrollo Gaia. A sus espaldas, más de 50 años como voluntario, y aun así insiste en que lo único que busca es “ayudar e intentar hacer las cosas lo mejor posible”. Cuando estudiaba en Madrid, se interesó por diversas actividades solidarias, e incluso participó en acciones sobre ecología y medio ambiente, pero no fue hasta que se asentó en A Coruña cuando creó la ONG, juntando a “un grupo de gente que quería trabajar sobre temas de carácter social”. Un cuarto de siglo después, Ecodesarrollo Gaia cuenta también con una escuela en Senegal. “El éxito de esta ONG se debe a los voluntarios”, sentencia Fernández Obanza. Tiene claro que todo el mundo debería sumarse a estas iniciativas, sea cual sea. “El voluntariado es una escuela imprescindible en la vida, no se puede pasar la juventud en botellones y sin compromisos”, reflexiona, a la vez que destaca que es “importante saber qué pasa en el sitio en el que vives”. “Se aprende de la vida así, no en otros lados”, añade. Guillermo Fernández Obanza empezó en este mundo por “influencia de parientes próximos”, y ahora es el quien anima a otros: “Es la forma más amable para desarrollarse como persona”.

Pilar Pena posa delante de la Cocina Económica. | // CARLOS PARDELLAS

“Las personas necesitan que las escuches, pero también ellas te escuchan a ti”

Hace siete años que Pilar Pena empezó a formar parte de la familia de voluntarios de la Cocina Económica. Lo que no sabía es que esta acción solidaria, más que ayudar a otros, la iba a salvar a ella. “Me llena muchísimo”, confiesa. Su primer voluntariado fue en Santiago, en Proyecto Hombre, por lo que cuando llegó a A Coruña, la tristeza que sentía le llevó a buscar un sitio en el poner su granito de arena. “Estaba triste y lloraba, así que fui a Salesianos y pedí que me dejasen ayudar. Luego me acordé de que al lado de mi casa estaba la Cocina Económica y fui”, recuerda. Desde aquel día, nunca la abandonó. “Voy todos los días. No lo cambio nada por nada”, confiesa. El coronavirus trajo un parón obligatorio: “Lo echo mucho de menos. A veces voy a preparar bocadillos pero no es lo mismo”. Pilar Pena se siente querida y eso le sirve de motivación para seguir yendo. “Las personas necesitan que las escuches, pero también ellas te escuchan a ti. Mi teléfono está lleno de números de gente de la Cocina Económica, es como mi familia. Estoy encantada”, concluye.

María José Sebastián, voluntaria de Casco. Carlos Pardellas

"Seré voluntaria mientras pueda, para mí es un refugio donde recuperar la calma”

Allá por 2004, María José Sebastián aprovechaba parte de sus vacaciones para hacer voluntariado en Madrid. Pero llegó un momento en que eso no era suficiente, y buscó también un lugar en su ciudad donde poder ayudar. Así dio con el Comité Antisida Casco. “Empecé yendo todos los domingos. Les llevaba fruta y salía con ellos a dar un paseo y tomar el aperitivo”, rememora esta mujer de 70 años, que hace diez empezó a conducir para “poder llevar a los usuarios en coche”. “Íbamos a O Portiño o a la Torre de Hércules”, señala. Los peligros del COVID-19 la obligaron a alejarse de Casco, pero ahora que ya está vacunada, ve el regreso más cerca. “Seré voluntaria mientras pueda, para mí es un refugio donde recuperar la calma”, se sincera. María José Sebastián también ha participado en programas de acompañamiento de Cáritas. Ha ayudado a usuarios que “se han convertido en amigos”. “Para mí es tremendo. Su agradecimiento es increíble. Esa ternura, las miradas... Me acuerdo de un chico que, en cuando llamaba al piso, bajaba a las escalares a ayudarme. ¿Eso quién lo hace?”, se pregunta.

Aarón Fernández, en la recogida de alimentos de Gadis Víctor Echave

"Es muy satisfactorio ver que estás ayudando a alguien"

Aarón Fernández es de esos que nunca buscan excusas. Siempre tiene hueco para el Banco de Alimentos Rías Altas. A sus 22 años, lo compagina con sus estudios, y no piensa dejarlo: “Me encanta”. Ayer participó en la recogida del Mayo Solidario de Gadis. “Es muy satisfactorio ver que estás ayudando a alguien. Además, la gente te lo agradece mucho”, desvela. Durante el confinamiento se mantuvo al pie del cañón. “Mucha gente de riesgo se tuvo que ir a casa, pero mi tía y yo nos ofrecimos desde el principio. Trabajamos muchísimo”, recuerda. Lo que más le impacto es que acudía al Banco de Alimentos gente “que no estaba derivada de ninguna entidad, particulares que necesitaban comer”. Y así empezaron a hacer cajas para todo aquel que lo necesitaba. “Llenábamos dos o tres palés con cajas. No parábamos. Nos llevábamos un bocadillo para comer y estábamos allí de ocho de la mañana a ocho de la tarde”, apunta. Con 15 años, Aarón Fernández sintió esa necesidad de ayudar que a día de hoy mantiene intacta. “Participé en recogidas de alimentos en supermercados y poco a poco fui adquiriendo más responsabilidades”, comenta. Aunque en septiembre retomó sus estudios, las clases semipresenciales le permiten tener más tiempo para ir al Banco de Alimentos Rías Altas, lo que él llama ”una pequeña gran familia”. “Estoy contentísimo. Somos un equipazo. Hay buen rollo. Está todo bastante mal, pero por lo menos estamos animados, podemos ayudar y tenemos un muy buen ambiente”, detalla. Fernández opina que “cualquiera debería hacer voluntariado” para conocer de cerca esta realidad. “No es un trabajo, porque al ayudar te sientes bien. Además, la gente lo agradece mucho”, destaca, e invita a “los jóvenes” a unirse este tipo de iniciativas solidarias. “No hace falta tener mucho tiempo porque incluso se puede ayudar desde casa con el teléfono. Es fácil”, finaliza.

Raquel Sanduende, en la sede de Cruz Roja Carlos Pardellas

“Estamos deseando que se recupere la normalidad para poder retomar los voluntariados”

Cuando Raquel Sanduende se mudó a A Coruña, encontró una página web en la que informaban de voluntariados en animación hospitalaria. Así fue como acabó en Cruz Roja. “Me gustan mucho los niños y necesitaban voluntarios para ir al Materno”, recuerda. Se encargó de repartir sonrisas por las habitaciones del hospital y de jugar con los niños. “Les encanta. Son muy participativos. En el hospital tienen un ambiente muy monotono así que jugar nunca viene mal”, indica, y reconoce que es “muy gratificante ver como se les puede ayudar a salir de la rutina”. Esas visitas hospitalarias se paralizaron por el coronavirus. “Desde hace un año que no podemos ir. Estamos deseando que se recupere la normalidad para poder retomar los voluntariados”, declara la joven, que mientras tanto se ha apuntado “a un proyecto de ocio para menores que está en Cruz Roja”. Normalmente son familias en riesgo de exclusión y se organizan actividades de ocio para entretenerlos. “Empezamos haciéndolo online y hacíamos juegos. Cuando ya empezaron a permitir las reuniones, fuimos haciendo pequeños grupos. Incluso, si se puede, hacemos la actividad al aire libre”, cuenta. Sanduende asegura que en estas iniciativas “es fácil integrarse” y sentirse querido. “Eres uno más. Además, con los niños te lo pasas muy bien. Es muy gratificante”, concluye.