Barcelona en 2014 puso en marcha un plan para blindar las tiendas históricas y en 2019 otro para impedir el derribo de comercios emblemáticos y su adquisición por parte de grandes cadenas. Sevilla en 2019 modificó su normativa para proteger y promocionar comercios emblemáticos dándoles subvenciones y bonificaciones fiscales. En A Coruña, cuando no se desmantela esta parte de la historia económica, sentimental y patrimonial de la ciudad es únicamente por la voluntad lúcida y culta de los propios dueños. Casa Cuenca, todo un icono, está a la venta. Los propietarios quieren jubilarse, no tienen relevo, cuentan con “dos o tres ofertas” pero pesará en la decisión sobre todo que se continúe con el negocio.

“Nuestra ilusión es que siga, que no desaparezca. Es algo que tiene futuro, se vende como siempre, tenemos clientes ya en la tercera generación. Los comercios antiguos no deberían cerrar, debían protegerse como en otros países” , explica Javier Mosquera, que junto a su primo Kike dirigen este ultramarinos de la calle Pontejos que abrió sus puertas en 1947.

Estos propietarios no solo venden el negocio sino el local, toda la mercancía, las instalaciones y lo que también es muy importante, la marca Casa Cuenca, que tiene un prestigio. “Vendemos el bajo y el negocio funcionando bien”, resalta Javier Mosquera, que además es presidente de la Zona Obelisco. La parte de aprovisionamiento de buques ya hace tiempo que no la llevan. “Entonces no había ni sábados ni domingos”, recuerda Mosquera.

La preocupación por la continuidad de este templo de la alimentación lleva a estos comerciantes con este sentido de la responsabilidad a ofrecer incluso al nuevo propietario “presentarle a los proveedores, a los clientes, estar un tiempo con ellos para enseñarles a llevar el negocio”, añade Javier.

Vino de misa, obleas, achicoria, cascarilla, almendrados caseros o turrón todos los días del año, son productos que solo se pueden encontrar en este ultramarinos y alguno más que también resiste en la urbe. “La confianza en el pequeño comerciante es algo que hay que tener en cuenta. Viene una mujer y te dice yo quiero el bacalao como lo llevaba mi abuela, o te llaman de Málaga para que les hagas un envío porque su madre compraba aquí”, añade. Han realizado envíos incluso a Italia.

“Tres de vinagre, dos de harina, dos de Brillante y uno de Cigala, tres Solís grandes, dos orégano, dos por tres de atún en aceite, tres de fina y uno de gruesa”, anota Javier, porque una clienta de un bar acaba de llamar para hacer pedido.

Todos los productos de este establecimiento tienen apellido: mazapán de Toledo, garrapiñadas de Briviesca, bica de Trives, lenteja de Salamanca, dátiles Medjoul del valle del río Jordán, nueces de Extremadura, alubias negras de Tolosa, morcilla de Burgos, chorizos de la Alberca, de Lugo o de Cantinpalos. “En la calle Real hay 23 locales cerrados. Hay negocios que cierran y luego abre un bar. Y luego quieres comprar una tarta en el centro, y no hay un sitio, cerró La Jijonenca, la Gran Antilla”, señala Mosquera.

Casa Cuenca, casi 75 años, tiene las cosas de antes, los huevos camperos en la cesta de mimbre, las botas del vino aún, ese unto amarillo, la panceta ahumada. Pero junto a la achicoria tiene el café Siboney ecológico puro arábica y las cápsulas. Y ayer sobre el mostrador, una bandeja de las más golosas cerezas recién llegadas del Jerte. “Esto tiene futuro. El nuevo propietario puede modernizarlo, abrir una página web que nosotros no tenemos y vender productos on line, por ejemplo”, dice Javier.

Por ahora Amazon no sabe lo que es el lacón ni la costilla salada, pero cuando se entere y se pueda hacer el cocido pidiendo a esta plataforma, los que quieran comprar con los sentidos, entre torres de bacalaos y cortinas de chorizos sobre el mostrador, seguirán peregrinando a ultramarinos como Casa Cuenca. Si no han desaparecido.