Que soy muy fan de la Filarmónica de Berlín y todo lo que la rodea lo sabe todo el que me conoce y conciertos como el de esta noche no hacen más que acrecentarlo. A pesar de la acústica del Coliseum, Stefan Dohr, solista de trompa de la Filarmónica de Berlín, nos dejó una lección magistral de a dónde se puede llevar un instrumento como la trompa, considerado uno de los instrumentos más difíciles en lograr una pura y perfecta emisión del sonido, o en no cortar o interrumpir el sonido en largas frases.

Quizás no era el concierto más bonito para disfrutar de esa exquisitez de sonido, pero pudimos comprobar genialidades de su legato o correcciones de afinación al alcance de muy pocos y todo con la mayor facilidad y naturalidad. Quizás hemos escuchado a uno de los mejores trompistas, que no trompazos, del mundo. Junto a Dohr, lo mejor de la noche fue “el tío del palito” como yo le llamo, ya que esta noche el Maestro Slobodeniouk estuvo soberbio. Muy difícil para la orquesta acompañar Abrahamsen y aunque parecían faltos de tiempo de ensayos, Dima fue un salvoconducto para sacarlo adelante. Ya en Rachmaninov se juntaron las ganas de tocar, con las ganas de dirigir y fue explosivo. Dima parecía no necesitar la partitura en el atril, se iba de un lado a otro con una seguridad de conocer al dedillo la partitura. Quizás una obra que trabajó con sus maestros, o música que le transmite esa morriña de su tierra, pero fue fantástico observarlo exclusivamente en los dos primeros movimientos, su mano izquierda pidiendo vibrato y calor a las cuerdas, sus brazos moviéndose en paralelo al suelo para prolongar el sonido, o sus entradas a vientos. Hoy no iba de individualidades, hoy era trabajo de conjuntos, de secciones y creo merecen ser destacadas dos: la sección de violas, magnífica toda la noche y en especial en su solo previo al solo de violín del segundo movimiento, y los primeros violines que sobresalieron tanto en los agudos como cuando el Maestro les pedía sonoridad en la cuarta cuerda. Ganas de volver al Palacio de la Ópera, a pesar de que los pajarillos que siguen cantando en la cubierta del Coliseum hasta empiezan a gustarme.