La primera vez que Jorge Montes vio a Enrique Iglesias fue tocando el violín en un concierto. Al acabar, le pidió un autógrafo. Entonces, él tenía seis años e Iglesias no llegaba a los veinte. Aunque Montes sabía ya que la música le gustaba, no había empezado a formarse como violinista. Pasaron los años y, tal y como le había puesto Iglesias en su dedicatoria, ahora son “compañeros” más allá del escenario. Juntos, como directores de la Sinfónica Infantil, celebran no solo los diez años de vida de la formación sino también que sus alumnos y alumnas se puedan subir al escenario del Coliseum para ser dirigidos por el director titular de la OSG, Dima Slobodeniouk.

“Diez años, ¿quién nos lo iba a decir cuando empezamos?”, le dice Iglesias a Montes. “Han pasado volando. Nunca nos imaginamos, cuando comenzó el proyecto, que iba a alcanzar tal dimensión. Son cientos de niños los que han pasado por aquí, muchos de ellos se dedican profesionalmente a la música, muchos han pasado por la Orquesta Joven y otros tantos han colaborado con la Sinfónica. La dimensión nos supera”, relata Montes, que hace hincapié en que lo importante es que los pequeños desarrollen su amor por la música, más allá de si harán de ella su profesión, y que contagien —si es que ahora ese verbo se puede utilizar— su pasión a los demás. “Tocar un instrumento y hacerlo en grupo es algo que mejora la vida de las personas, ofrece una visión y unas experiencias únicas. No solo han salido grandes profesionales sino que es una cantera de melómanos y de aficionados reales a la música que inculcan esa pasión a su entorno”, apunta Montes.

“Sigue siendo un proyecto exclusivamente de instrumentistas de cuerda, aunque en la historia de estos diez años hemos colaborado con otros músicos. Lo de este concierto es muy especial porque antes de comenzar la pandemia buscábamos una obra en la que pudiesen tocar todos los miembros del proyecto, desde los más pequeños hasta los mayores”, relata Iglesias. Fue Montes el que encontró la partitura que estaban buscando: el Concerto Grosso, de Ralph Vaughan Williams, y la que tocarán —es la primera vez que lo hacen en público desde el inicio de la pandemia— hoy y mañana, a las 20.00 horas en el Coliseum. Antes de que la Sinfónica interprete el Réquiem de Mozart.

“Tiene una característica muy especial, que es que está dividida en tres pequeñas orquestas, todas haciendo la misma música. Fue escrita en 1950, con una clara visión pedagógica, pensada en las academias rurales británicas. Integra a niños que ya tienen un conocimiento avanzado del instrumento, y a los pequeños, porque tiene partes adaptadas. Es una obra de integración absoluta. Así que, veremos a niños de siete años y de quince y 16 que tocan desde el momento formativo en el que se encuentran, que es lo que intentamos desde el principio en este proyecto: darle a cada niño lo que le conviene pedagógicamente”, relata Montes. Cuando ya tenían esta obra en mente, irrumpió la pandemia y les obligó a ensayar desde casa, siempre con vistas a hacer este concierto, pero sin saber si, algún día, lo lograrían.

La naturaleza de la obra propició que pudiesen ensayar con pequeños grupos, cuando ya les permitieron reunirse, así que, ver a los ochenta participantes juntos sobre el escenario, para ellos tiene un significado muy especial. “Es una gran fiesta porque es la primera vez que se pueden reunir después de haber trabajado tanto en sus casas”, concluye Montes.

Ambos inciden en que el hecho de que sea una obra pedagógica no le resta peso a la partitura. “Yo pienso mucho en quiénes quedarían, después de la Segunda Guerra Mundial, en esas escuelas rurales para las que Vaughan escribió la obra, qué profesores habría y cómo estarían”, confiesa Iglesias, que hace un paralelismo con ese momento y con el actual de pandemia, en el que se empieza a vislumbrar “la luz al final del túnel” y sus alumnos pueden ya tocar juntos.

“Algunos de los niños que veremos en el escenario será lo último que hagan en este proyecto porque al cumplir los quince o 16 lo tienen que abandonar y es muy especial que lo hagan en este momento con esta obra que tiene reflexión, profundidad y es música de luz y esperanzadora porque dice: ‘aquí estamos’. Es muy buena idea también que cierre la temporada de la Sinfónica con el Réquiem de Mozart, dirigida por el titular de la Sinfónica. Para ellos es un colofón a todo ese trabajo que han estado haciendo”, comenta Iglesias, que destaca la concentración con la que han trabajado también en los ensayos con Dima Slobodeniouk. Será la primera vez en la historia de la Sinfónica que la formación Infantil toque —sin ser como acompañante de la Sinfónica— dirigida por el maestro titular de la formación, que les ha confesado que está “sorprendido” por el buen nivel que han alcanzado en estas circunstancias tan adversas.

“Son un ejemplo para otros niños, pero también para los adultos”, relatan los dos músicos, que agradecen también a los compañeros de la Sinfónica que ayudaron en la preparación de la obra a los alumnos con sus clases.

Durante este año y pico de restricciones, Montes e Iglesias vieron a los niños “más tristes”, aunque saben que encontraron en la música un refugio seguro al que volver. “La música tiene la capacidad, al tocarse en conjunto que no alcanza a nivel individual. Fue un vehículo para canalizar todas estas emociones, para ellos y para nosotros, porque la música no tiene límites”, explica Montes. Y es que, en los ensayos y fuera de ellos, siempre intentan inculcar al alumnado la importancia del trabajo en equipo y que, en la música, no existe la competitividad sino la colaboración. “Por muy bien que toques, si no escuchas al compañero, no lo estás haciendo bien”, detalla Montes.

La pandemia ha trastocado también el calendario de audiciones que tenían para incorporar a nuevos miembros al proyecto. Este año se harán en septiembre y no en junio, como siempre. Reivindican la importancia del proyecto, sobre todo en tiempos complicados como el actual, porque no solo forma a músicos sino que crea público entendido.

“Una orquesta sinfónica cobra todo su sentido cuando los proyectos satélites tienen su espacio y se les da la importancia debida”, comenta Iglesias, que defiende que los instrumentistas han de estar siempre “al servicio de la música” porque son el canal que consigue la emoción de quien escucha.

Son diez años ya de la Orquesta Infantil, cientos de niños que han aprendido a enfrentarse al escenario con ellos, pero ambos están de acuerdo en que, si para alguien ha sido importante este proyecto, ha sido para ellos, que invirtieron muchas energías en conseguir que la maquinaria de la Orquesta Infantil esté perfectamente engrasada y que siga funcionando cada año a pesar de que aproximadamente el 60% plantilla de alumnos se renueve. Y por supuesto que diez son muchos años, pero los directores del proyecto aseguran que tienen “ganas de más” y que seguirán mientras sigan confiando en ellos porque les enriquece.

Para todos aquellos que piensen que la música clásica no es para ellos o que no la entienden o que creen que es algo elitista, Montes tiene una recomendación: que prueben, que vayan varias veces, incluso que prueben hoy o mañana en el Coliseum. “El ejemplo son los niños, que lo viven con mucha pasión”, destaca Montes.